on^^ ' Digitized by the Internet Archive in 2010 with funding from University of Toronto http://www.archive.org/details/almaamricapoemOOchoc Alma América JOSÉ SANTOS CHOCANO Alma América POEMAS INDO-ESPANOLES 9^ ^0 L I 15 RE RÍA DE LA V^ DE G. BOURET 23, RUÉ VISCONTI PARÍS Propiedad del Editor. Publishcd ia Franca. Quedan asegurados los derechos de propiedad roiiformc ;'i la ley. DEDICATORIA A. S. IVI. C. Don Alfonso XIII I I Oh Rey de las Españas! Este es el Nuevo Mundo que conquistara un día la ibérica legión; oste es al que le dieron, por sobre el mar profundo, el Genio fantasía, la llcina corazón. Yo que ni exploro bosques ni otras ciudades fundo, os quiero dar la América intacta en mi canción; que os puede hacer más dueño de nuestro Edén fecundo la lengua de Cervantes que el barco de Colón. ¡Oh Rey! Es mi Poema la exposición sonora, donde hallaréis mi fauna, donde hallaréis mi flora; racimos de bananos y plumas de avestruz. Llaneros, gauchos, indios; aquí. Jos hombres rojos.,, Y cuando de mis tierras se cansen vuestros ojos, dopisé rairar mis ciclos en donde está la Cruz, DEDICA TORIA II No tienen rais estrofas sino calor y vida : la villa les da el Ande y el trópico el calor; y si hay en esta gruta donde hago mi guarida un verso delicado, será como una flor. Mi símbolo es la gala de una caoba erguida que llena todo un bosque de penetrante olor. Mis versos son á modo de un ímpetu sin brida : los cuernos del bisonte, las alas del cóndor. ¡Oh Iley de las Españas : entrad en mi boscaje! La musa a/je/, puesto, etc. : así, otros. El criterio que tengo sobre la poesía objetiva me hace declarar que las asonancias interiores de La Elegía del órgano ohcáccQn al efecto onomatopéyico : tal algunas consonancias inte- riores del libro. Hay (jue exceptuar, naturalmente, las asonancias desaparecidas dentro de las sinalefas. Estas salvedades responden al « parnasianismo » de mi criterio personal sobre la poesía oltjetiva. J. S. Ch. Alma América Poemas Indo-españoles. ... Reconocí en usted al poeta quo, por raro y admirable consorcio, uno la audacia altiva de la inpiración coa la firmeza escultórica de la forma; y que, con generoso designio, se pro- pone devolver á la poesía sus armas do comljale y su misión civilizadora, acertando con el derrotero que, en mi sentir, será el de la poesia arae- ricana. José Enrique Rodó. Montevideo. Éé.^$é$é^i^. OFRENDA Á ESPAÑA I Vengo dcsflc la América española, á ofrendar este libro, en que se siente latir un corazcin. Tal vez la ola que me trajo hasta aquí gallardamente, puso á Col(')n sobre la playa sola también del ignorado Continente; mas no en pausada y colonial galera metálico tributo es el que envía la indiana joven á la madre ibera, sino en la de vapor, nave que un día de ese mundo zarpé) la vez primera, es en la que, en vibrante poesía, le ofrece el culto de su vida entera : sus ídolos de ayer; la fe que abraza; todas las ambiciones y desmayos de la herencia lalina en esa raza, que el sol broncea con voraces rayos; la vieja majestad de dos Imperios indígenas; los épicos clamores, ALMA AMERICA resonanles en ambos hemisferios, con que pasando van Coníjuistadores; el desfile de líricos ^'irreyes, llenos de hidalga brillantez y pompa; la libci'lad de las criollas greyes, digna de los elogios de la trompa, ya que en ese fragor la sangre ibérica lucha contra sí misma. Asi la Atnérica, pulsando, al pie de su nativa palma, la castellana cítara armoniosa, le ofrece un libro; y, entre el libro, el alma prisionera como una mariposa. II ¿Que t!'iI)ulo mejor en atjuel día en que el gran don Quijote alce la frente, para mirar el astro sin poniente de las Españas cuando Dios quería? El abrirá su pecho alborozado, al saber que el Amor en el Presente hace más que la Fuerza en el Pasado; el mirará á sus j)ies la vida entera con <¡ue vive en las Indias esagente, ¡(jue se hi/u lilne, pero no extranjera! 11 ¡ Ctiál cri'i'o on don QiiijiUe la figura del que fatitasm.is al rednr divisa! OrnENDA A ESPAÑA Epopeya de escarnio y de ternura, que es como el Evangelio de la Risa... ¡ Ay ! ¿Para qué soñar? Los corazones no han, cuando sueñan, venturosa palma : es fuerte quien no vive de ilusiones, quien no siente molinos en el alma; pero ¿ grande ? Eso nó ! Tú sí eres grande, España romancesca y luminosa : tú eres la Fe que el corazón expande; tú, la Esperanza que en la Fe reposa; y tú, la Caridad que por dociuiera va prodigando su alma generosa. Grande fue tu ideal, grande tu ensueño : tan grande fuiste en la Cristiana Era, que el mundo antiguo resultó pequeño y para tí se completó la Esfera. IV ¿Y de quién fué la gloria que el demente logró en su excelsitud i' ¡ Oh gloria extraña la de a<{uel triunfo sobre el mar rugiente!... Cohuí puso el delirio de su mente; pero la realidad... la puso España. América surgió de la energía y del ensueño, de la unión austera de una mujer y un hombre, á la manera de la cristiana redención un día; porque no hay obra de inmortal renombre, 2 ALMA AMÉRICA capaz de redimir la vida humana, que, en consorcio ideal, no haya nacido del cerebro de un hombre al corazón de una mujer unido... Y así América dice : — ¡Oh madre Espaíía! Toma mi vida entera; que yo te he dado el Sol de mi montaña y tú rae has dado el Sol de tu bandera. Hay en mis venas el arranque hispano; y no es hispano el que el amor concluya : ¡tuya fui, tuya soy! — No piensa en vano; que hasta la lengua en que lo dice es tuya. No en vano aún la lengua castellana presta la pompa de su augusto traje, para cubrir la desnudez indiana... No en vano el ardoroso Continente refresca, así, su espíritu salvaje, en esta lengua, pura y transparente como aquella agua en que las reinas moras refrescaban sus carnes pecadoras... VI Por eso, España, la gloriosa viuda que de heráldico orgullo se reviste, OFRESDA A ES PASA tendrá un consuelo cuando sienta duda : saber que un mundo con amor la asiste y con su propia lengua la saluda. — ¡Oh madre España! Toma — este es mi orgulli la selva virgen y la escarpa ruda; el tnrpial, que te atrae con su ruego; el palmar, que te envuelve con su arrullo; y hasta el Sol, que te excita con su fuego... Toma la pampa de verdor luciente; el lago en que la brisa se refresca; la de los Andes cordillera ingente, que contrae la faz del Continente cual si fuese una arruga gigant©«ca... VII En las nevadas crestas de los Andes, bajo un golpe de Sol, el agua brota y palmotea entre peñascos grandes como una carcajada que rebota; y, en su carrera, sórdidos tumultos suele arrastrar de piedras y de Iodo, á la manera del que arrastra insultos, pero que marcha en triunfo sobre todo : se hunde luego dcliajo de las rocas y se ultra en cascadas transparentes; y, sin Iodo otra vez, llena ks bocas de los abismos é improvisa fuentes. El agua, asi, que de la andina altura descendió por las ásperas pendientes, cuanto más se ha golpeado está más pura. ALMA AMEIilCA ¡No le importen áti, rnadre de un mundo, los golpos que te des!... En su caída arrastra fango el manantial fecundo, pero acaba por ser pureza y vida. Y así en el ¡ay! de tus dolores grandes, piensa (jue toda raza, en su aventura, como el agua «jue Ijrola de los Andes, cuanto más se ha golpeado está más pura... VIII Tal la musa hacia tí se vuelve toda; y, al ofrendarte el libro de sü alma, rejuvenece la vetusta Oda. Antes (}ue el numen tro})icaI la excite y pulse, al pie de su nativa palma, la castellana citara, repite : — ¡Oh madre España! Acógeme en tus brazos y, al compás de mi cántico sonoro, renueva el nudo de los viejos lazos; que un anillo de oro hecho pedazos ya no es anillo... ¡pero siempre es oro! t ^^'$* ^*pt*^ *$*'f*^' TROQUEL No beberé en las linfas de la castalia fuente, ni cruzaré los bosques íloridos del Parnaso, ni tras las nueve hermanas dirigiré mi paso; pero, al cantar mis himnos, levantaré la frente. Mi culto no es el culto de la pasada gente, ni me es bastante el vuelo solemne del Pegaso : los trópicos avivan la flama en que me abraso; y en mis oídos suena la voz de un Continente. Yo beberé en las aguas de caudalosos ríos, yo cruzaré otros bosques lozanos y bravios, yo buscaré á otra Musa que asombre al Universo. Yo de una rima frágil haré mi carabela ; me sentaré en la popa; desalaré la vela; y zarparé á Iqs Indias, como un Cohm del verso.. ^ m ;f^ % m &f§ &t^ ^t CRÓNICA ALFONSINA A Ramón del Valle Tnclán. Fué en el mar «fue separa la América de Europa, una noche. Las nubes encrespaban su tropa, el viento inflaba el grito de su clarín sonoro y arrastraban los rayes sus espuelas de oro. Se encontraron dios barcas : nnientras que una iba, otra tornaba. (Sólo Dios las re desde arriba.) En el silencio de esa soledad y eea calma, propias de los momentos decisivos del alma, resonó entre las brumas la nota mortecina de una bocina... y luego respondió otra bocina. Y fuéronse las barcas acercando. Y el cielo, como una virgen loca que rasgase su velo, se hacía mil jirones. El mar, cual cabellera de un filósofo anciano de la Clásica Era, sacudía los bucles de sus olas. El viento devoraba las leguas como el Ogro del cuento... Se unieron las dos barcas. Y eran iguales. Una, por mascarón de proa, tenía la fortuna CRÓMCA ALFONSINA It de ostentar la cabeza de un gi-an león de oro; y la otra un castillo labrado en plata. El coro de las olas cantaba, con fantástico empeño, al Lcíín de la fuerza y al Castillo del sueño... Ambas tripulaciones se hablaron con la propia lengua de España. ¡ Oh lengua del País de la Utopia I En una barca iba de viaje Dulcinea al Nuevo ¡Mundo : estaba grave como una Idea, triste como un Ensueño, muda como un Encanto y toda arrebujada dentro su propio manto. En la otra, venía Jimena haciendo viaje de regreso : en sus plantas el carcaj de un salvaje, en su espalda el adorno de vicuña más rico y en su diestra las plumas del más raro abanico... Y se hablaron. — Amiga : yo camino á las tierras que nuestros ascendientes, en fabulosas guerras, empaparon de sangre. Llevó á ellas la pura ilusión, la fe dulce, la divina locura, todo cuanto es Ensueño, todo cuanto es Encanto, todo cuanto es Idea; todo, sí, todo cuanto puede dar á esas gentes nuestra más bella gala, para que se defiendan del Puño con el Ala... — Amiga : yo hacia España regreso, porque ahora parece que hace en ella su insinuación la aurora y le es precisa el alma de grandes decisiones : espumas de corceles, melenas de leones, radiantes armaduras, heráldicas proezas, espadas que se cansen de cercenar cabezas; todo un ardor de lucha, toda una santa ira, en cetro, crucifijo, tizona, yunque v lira. — Don Quijote, que estaba sin decir una sola 12 ALMA AMERICA I),ila!)i'a, ya no pudo; y Iiahl() : — Tú eres la ola que de América viene. Tú empujasle el navio de Golim á esas playas. Tu corazón y el mío se completan, señora. — Don Rodrip^o, que mudo miraba persignarse los rayos, ya no pudo tampoco; y hable') y dijo : — Dulcinea, señora, saltar dame á tu barca. Yo bendigo la hora en (juc de oir tus frases alcancé la fortuna. Yo tengo el alma llena de Sol... y tú de Luna. — Después... la paz. Las olas se adormecen tranquilas, cien puñados de estrellas dilatan sus pupilas; y, do astro en astro, entre una nube que la recala, la Luna va pasando su bandeja de plata... l'^n una barca vuelan á España Don Quijote y Jimena; en la otra desafia el azote del viento, Don Rodrigo que \»a con Dulcinea al Nuevo Continente. ¡ Maravillosa idea, que al través de dos mundos y cuatro siglos crece! ^Crónica del Reinado de Don Alfonso Xill.\ »€ LA CRUZ DEL SUR Cuando las carabelas voladoras al fin trazaron sobre el mar sus huellas, fueron rasgando por delante dellas la inmensidad con sus tremantes proras. Entonces Dios, en las nocturnas horas, tras el misterio de las tardes bellas, una cruz dibujó con cuatro estrellas en el lienzo en que pinta sus auroras. Quedó la cruz como argentado l)roche, que en la punta de un velo resplandece, dejando ver radiantes simbolismos; y hoy, sobre el terciopelo de la noche, en la profunda obscuridad, parece la condecoración de los abismos... t*#*##### LOS CONQUISTADORES Ese Pizarro : el de la frente erguida. Ese Cortés : el del cabello undoso. Pasa Alvarado en su corcel nervioso; Valdivia lleva el suyo de la brida. ¿ Y ése ? ¿ Y aquél ? En púrpura encendida envueltos van, bregando sin ro|)oso, á manera del grupo luminoso de los Cenquistadores de la ^'ida. Cuajado en oro, el puño del cuchillo; la cora», cubierta de fulgores; pleno de Sol, el reluciente casco : pasando van, con el temblor de un brillo, cual si fuesen bordados en colores sobre grande» tapices de Damasco... K^LJJ^ LOS ANDES Cual se ve la escultórica serpiente de Laoconte en mármoles desnudos, los Andes trenzan sus nerviosos nudos en el cuerpo de todo un Continente. Horror dantesco estremecer se siente por sobre ese tropel de héroes memltrudos, que se alzan con graníticos escudos y con cascos de plata refulgente. La angustia de cada héroe es inünita, porque quiere gritar, retiembla, salta, se parte de dolor..., pero no grita; y sólo deja, extático y sombrío, rodar, desde su cúspide más alia, la silenciosa lágrima de un río... ^^JJjf EL ISTMO DE PANAMÁ Nó, tú no ere» Corinto, en el que un día se disputaban el laurel pagano, en ardua pugna, hermano contra hermano, hasta cejar alguno en la porfía. Istmo de Panamá : no en la bravia lucha persigas el asombro humano, sino en hacer de dos sólo un océano ; que eso es Paz y es Unión y es Armonía. Ave hay que se abre el seno en los prolijos cuidados de su amor : ¿de qué te extrañas, si es por calmar el hambre de sus hijos ? ¡Tú, como esa ave, con tu propio acero, te vas también rasgando las entrañas, para darle la vida á un mundo entero I LA EPOPEYA DEL PACÍFICO (Á LA MANEUA YANKl) Al Dr. Estanislao S. Zeballos. I Los Estados Unidos, como argolla de bronce, contra un clavo torturan de la América un pie; y la America debe, ya que aspira á ser libre, imitarles primero é igualarles después. Imitemos ¡oh musa! las crujientes estrofas (jue en el Norte se mueven con la gracia de un tren; y que giren las rimas como ruedas veloces; y que caigan los versos como varas de riel. II Desconfiemos del Hombre de los ojos azules, cuando quiera robarnos al calor del hogar y con pieles de búfalo un tapiz nos regale y lo clave con discos de sonoro metal, 18 ALMA AMICniCA aunque nada es huirle, si imitarle no quieren los que ignoran, gastándose en belígero afán, que el trabajo no es culpa de un Edén ya perdido, sino el único medio de llegarlo á gozar. III Pero nadie se duela de futuras conquistas : nuestras selvas no saben de una raza mejor, nuestros Andes ingoran lo (jue importa ser blanco, nuestros ríos desdeñan lo que vale un sajim ; y, así, el día en que un pueblo de otra raza se atreva á explorar nuestras patrias, dará un grito de horror, porque el miasma y la fiebre y el reptil y el pantano le hundirán en la tierra, bajo el fuego del Sol. IV No podrá ser la raza de los blondos cabellos lo que al fin rompa el Istmo... Lo tendrán que romper veinte mil antillanos de cabezas obscuras, que hervirán en las brechas cual sombrío tropel. Raza de las Pirámides, raza de los asombros : Faro en Alejandría, Templo en Jerusalem ; ¡raza (juc exprimit') sangre sobre el Romano Circo y que exprimió sudores sobre el Canal de Suez! Cuando corten el nudo que Natura ha formado, cuando entreabran las fauces del sediento Canal, LA ÉPOPEyA DEL PACIFICO 19 cuando al golpe de vara de un Moisús en las rocas solemnemente ari;ójese uno contra otro mar, en el único instante del titánico encuentro, un aplauso de júbilo esos mares darán, que se eleve en los aires á manera de un brindis, cual chocasen dos vasos de sonoro cristal... VI El Ciuial será el golpe que al)rir le haga las manos y le quite las llaves del gran Río al Brasil; porque nuestras montañas rendirán sus tributos á las naves que lleguen hasta el puerto feliz, cuando luego de Paita, con enérgico trazo, amazónica mai'gen solicite el carril, y el Pacífico se una con el épico Rfo, y los trenes galopen sacudiendo su crin.. VII ¡Oh, la turiía que, entonces, de los puertos vibrantes de la Kuropa latina llegará á esa región ! Barcelona, Havre, Genova, en millares de manos, mirarán los pañuelos desplegando un adiós... Y el latino que sienta del vivaz Mediodía ese Sol cji la sangre parecido á este Sol, poblará nuestros bosques y vendrá desde Europa ¡ por el propio camino que le alista el sajón I iO ALMA AMLJUrA VIH Vierte ¡oh musa! tus cantos, como linfas que corren y que fingen corriendo milagroso Jordán, donde América puede redimir sus pecados, refrescar sus fatigas, sus miserias lavar; y, después que en el baño quede exenta de culpa, enjugarse las aguas y envolverse quizás entre sábanas puras, que se tiendan al viento ¡ como blancas banderas de Trabajo y de Paz I \1 SÍMBOLO Pasan por mis estrofas los Virreyes egregios y las líricas damas de otros tiempos de amor; pero, en verdad, si entonces canto los llorilegios y las fiestas galanas, canto un canto mayor cuando me dan las selvas vírgenes sus arpegios y su orgullo los Incas y Pizarro su ardor, y así soy, cu la pompa de mis cánticos regios, algo Precolombino y algo Conquistador. Soy épico dos veces; y estoy enamorado del Sol que hay en mi íina cora/a de soldado y del León rampante que ilustra mi broquel : tal el verso en que canto del Virrey la fortuna, es un Sol que en las tardes le da un beso á la Luna ó un León que eu los labios tiene un poco de miel.. LAS CATARATAS DEL NIÁGARA Como en supremo arranque de heroísmo, brinca el tropel de espuma alborotada de peñón en peñón, de grada en grada; y revienta en perpetuo cataclismo. Se revuelve ei caudal sobre sí mismo; y tingo, ante la atónita mirada, la ílolanle melena enmarañada de un lc(')n enjaidado en el abismo. Sigue el tropel en épico alhoroto, como un inacabable terremoto ([ue ingentes peñas arrancó de cuajo. Y ¡ oh poder de un alaMd)re ! ese torrente sólo llega á servir humildemente para muveí' las ruedas del Trabajo... 4t- V LAS BOCAS DEL ORINOCO Tú, que de cárcel de almenadas rocas fugas, por entre selvas, y resbalas como un drag(')n con invisibles alas, cincuenta veces en tus islas chocas. Te retuerces, te crispas, te dislocas, y por cincuenta pórticos te exhalas; y, al ensancharte en las cerúleas salas, lan/as un ¡ ay ! por tus cincuenta bocas. Y cuando tu agua con el mar se junta, finge enorme ramal que se desata y que amarra una isla en cada punta... ¡ Salve á ti, Triunfador, que hacia el Océano en carro vas de resonante plata, con cincuenta rendajes en la nianol ^^'$* ^'f*'$* ^**i**p EL CANTO DEL PORVENIR ( 1' A L A U It A S 1 N T E H N A C 1 O N A Lü S ) En un lejano día, se incorporó Balboa; y vio su mar. Corlado por la mitad el boa de los Andes, entonces, ya el Canal era lierho. Magallanes lloraba : ¡cuan inútil su eslrctlio! En el mar de Balboa, la gran Isla del Oro, el País de Zii)ango, resaltaba en el foro, como un protagonista que inesperado llega en la mitad de un acto de una gran farsa griega. .lap()n, (pie atrajo un tiempo toda la andad codicia de las velas hincbadas al viento ile. Fenicia, era el clásico centro de la amarilla ra/.a, (pie veía á los blancos con ojos de amenaza; y levantaba el puño, cual diciendo al Destino : — ¡Ü los demás me lo abren, ó me abro vo camino! Era el caso (]\w. Rusia, que en sus pieles de oso durmió, sobre los bielos, en se-.-ular reposo, P.i/.A lifíAS ISTEUyA ClOyALES se doblegó vencida; y, aunque supo a millones malgastar en la guerra rublos y corazones, cayó bajo el Imperio que en su pendón flotante luce el ensangrentado disco del Sol Levante. Pero ¿ es verdad ? j oh Pueblos ! Rusia no fué vencida. Japón, breve y punzante, le atormentó la vida, como un moscón que llena la noche de un enfermo ó un alfiler que araña la piel de un paquidermo. Entonces, sabiamente, la Yankilandia vino; y, cual si fuese enviada por Dios á tal destino, suspendió los aceros de entrambos combatientes y sonri(')... mostrando triple fila de dientes. La Paz fué. No era bueno para el País del Norte el triunfo decisivo de la amarilla Corte, ni menos el temible dominio de los Czares en tan ansiadas tierras y codiciados mares. Asi, en la Paz, vencieron los Estados Unidos; y certeros, astutos, ágiles, prevenidos, trepanaron las tierras, cercenaron los Andes, unieron dos océanos... y se sintieron grandes. Los Estados Unidos con su mano de atleta realizaron, entonces, la visión del poeta; y midieron con rieles las inéditas zonas que liay de Paita á una margen del paterno Amazonas. El gran Río, ese Río que fué un tiempo el Dorado, más que el Canjes fecundo, más que el Nilo sagrado, se hizo en rápidos días capital de un empoiio, donde fué carne viva lo que es sueño ilusorio; 2fi ALMA Ayii:riICA y, ganando al futuro las más épicas palmas, en sus bosques rozados, levantó bosques de alonas.. . Quiso el clima do aquellas tropicales regiones, que latinos llegaran en audaces legiones; y fundieran su raza con la raza que habría replegádose al Norte, porque es rubia y es fría. A manera que, hace años, el Transvaal, esa raza que nació en el gran Río, fué una nueva amenaza para aquella del Norte, que, ya viéndose en ruina, acalx) en tres combates con la raza latina... 1 Oh ! lia raza latina quedó siempre en las zonas de esa unión de dos razas que fundiera Amazonas; y se impuso su sangre sobre el doble concierto, como planta que brota de la tumba de un muerto... — ¡ Libertad! — dijo á voces esa raza — la nueva — (el Adán fué del Norte, fué latina la Eva) — ¡ Libertad ! — Los Estados, ya no Unidos entonces, desplegaron sus naves, despertaron sus bronces y encresparon las olas con sonora arrogancia... El Japón, todo armado, se asomó á la distancia. ¿ Y pasó?... Que más taidc, joven, libre y fecundo, el País de Amazonas era el Centro del Mundo. A •^ ©tí; üf® üf® xfJfoJ \f) EL AMOR DEL DORADO I Tú sabes que es mi patria la tierra del Dorado, tú sabes que el Dorado te embriaga con su olor, tú sabes que cu el anca de mi bridón alado le llevaría en sueños al bosque encantador : ahí está el árbol que habla, la piedra del pecado, el pájaro-abanico, la mariposa-flor; ahí están los tres reinos con los que tú has sonado tres reinos que se ofrecen en pago de un amor. II Resinas olorosas esenciarán tu aliento; orquídeas sorprendentes anudarán tu sien; peñascos fabulosos te brindarán su asiento; hamacas de palmera su lánguido vaivén. Tú sentirás, señora, lo mismo que yo siento : el río hará de sierpe y el bosque será edén. La Tentación le llama. Y el rio, el bosque, el viento á voces el Dorado le está diciendo : — ¡Ven I 28 ALMA AMKfífCA III El AiTKizonas te ama. Si te echas en el suelo, bajo el festón de un árbol que es el del bien y el mal, verás que retorcida con voluptuoso anhelo simula una pulsera la sierpe de cristal ; y si mis brazos buscas para calmar mi duelo, y cuelgas en ese árbol mi lira tropical, verás que un arco-iris se extiende sobre el cielo como la cola abierta de un gran pavo real. IV Señora : sube al anca, que mi bridón te espera. ¿No sientes que el Dorado te embriaga con su olor? Cocuyo es cada chispa que salta y reverbera, al golpe acompasado del potro volador... Ya se estremece toda la andina cordillera... Y pasan noches, días, semanas de fragor... Pero ya viene el bosque, ya acaba la carrera. Señora : ¡ es el Dorado! Señora : ¡es el Amor! % EN EL CANAL Contra Natura en formidable guerra, triunfa la eucaristía del trabajo : antes de unir dos mares con un tajo, se unen todas las razas de la Tierra. Cruje el barreno; el garfio que se aferra destroza el pedernal; salta el cascajo; y á cada son que repercute abajo, lo que va abriendo el hombre, el mar lo cierra. El agua se hace fango y miasma luego, y, envuelta en ese miasma, se desprende, como una irradiación de las montañas, la fiebre tropical, garra de fuego con que la Madre Tierra se defiende del que le va arrancado las entrañas. ^ Jd&2&!^ ^SSS^ -^s 'fiS^ J!í&fiS^ ■^SffiS^ -^S^S^ ■''^^^S^ -JcMs^ ííf SS^ NÚÑEZ DE BALBOA Por la atónita selva, que pujante abres, corno rasgada vestidura, vas corriendo la intrépida aventura de llevar tu pendón siempre adelante; raas, de súbito, escuchas el gigante rumor de un mar poblando esa espesura, y reparas que crece y se apresura cuanto más huyes tú del mar de Atlante. Es otro... ¿No lo ves ? Hacia él te lanzas : llegas por Gn con tu bandera á solas, y en el roto cristal entras y avanzas; y diriase, al ver tu épico trazo, no que tú penetraste entre las olas, sino que el mismo mar... ¡te dit) un abrazo! '^ ^ 1 ts^ ^ W ísr ''^ lí e/^1 a^'^^ ^>t,l ^^1 ¿f^l ¿f^^ t^ VVN/N/VVVVN/ LOS CABALLOS DE LOS CONQUISTADORES A Manuel Bueno. ¡Los caballos eran fuertes ! I Los caballos eran ágiles! Sus pescuezos eran linos y sus ancas relucientes y sus cascos musicales... i Los caballos eran fuertes ! ¡ Los caballos eran ágiles ! ¡Nó! No han sido los guerreros solamente, de corazas y penachos y tizonas y estandartes, los que hicieron la conquista de las selvas y los Andes : los caballos andaluces, cuyos nervios tienen chispas de la raza voladora de los árabes, eslaitiparon sus gloriosas herraduras en los secos pedregales, en los húmedos pantanos, en los ríos resonantes, en las nieves silenciosas, en las pampas, en las sierras, en losbosquesy en los valles. ¡ Los «aballos eran fuertes! ¡ Los «aballos eran ágiles ! 32 ALMA AMÉRICA Un cab.illo fué el primero, en los tórridos manglares, ruando el grupo de Balhoa caminaba despertando las dormidas soledades, que, de pronto, dio el aviso del Pacífico Océano, porque ráfagas de aire al olfato le trajeron las salinas humedades; y el caballo de Quesada, que en la cumbre se detuvo, viendo, al fondo de los valles, el fuetazo de un torrente como el gesto de una cólera salvaje, saludó con un relincho la sabana interminable... y bajó, con fácil trote, los peldaños de los Andes, cual por unas milenarias escaleras que crujían bajo el golpe de los cascos musicales... ; Los caballos eran fuertes ! ¡ Los caballos eran ágiles 1 ¿ Y aquel otro de ancho tórax, que la testa pone en alto, cual queriendo ser más grande, en que Hernán Cortés un día, caballero sobre estribos rutilantes, desde México hasta Honduras, mide leguas y semanas, entre rocas y boscajes? ¡ Hs más digno de los lauros, que los poli'os que galopan en los cánticos triunfales con que Píndaro celebra las olímpicas disputas entro el vuelo de los carros y la fuga de los aires! y es más digno todavía LOS CABALLOS DE LOS C ONQ L'/STA DO II E S 33 de las Odas inmortales, el caballo con que Soto diestramente y tejiendo sus cabriolas como él sabe, causa asombro, pone espanto, roba fuerzas y, entre el coro de los indios, sin que nadie baga un gesto de reproche, llega al trono de Atahuaípa y salpica con espumas las insignias imperiales... ¡ Los caballos eran fuertes! ¡ Los caballos eran ágiles! El caballo del beduino que se traga soledades; el caballo milagroso de San Jorge, (juo tritura con sus cascos los dragones infernales j el de César en las Gallas; el de Aníbal en los Alpes; el centauro de las clásicas leyendas, mitad potro, mitad hombre, que galopa sin cansarse y que sueña sin dormirse y que flecha los luceros y que coi'rc más que el aiie; todos tienen menos alma, menos fuerza, menos sangre, que los épicos caballos andaluces en las tiei-ras de la Atlántida salvaje, soportando las fatigas, las espuelas y las hambres, bajo el [)eso de las férreas armaduras y entre el fleco de los anchos estandartes, cual desde de heroísmos coronados con la gloria de Babieca y el dolor de Rocinante... En mitad de los fragores decisivos del conibate, 34 ALMA AMEHICA los caballos con sus pechos arrollaban á los indios y seguían adelante; y, así, á veces, á los gritos de ¡Santiago! entre el humo y el fulgor de los metales, se veía (|ue pasaba, como un sueño, el caballo del Apcislol á galope por los aires... ¡Los caballos eran fuertes 1 ¡Los caballos eran ágiles! Se diría una epopeya de caballos singulares, que á manera de hipogrifos desalados ó cual río que se cuelga de los Andes, llegan todos, empolvados, jadeantes, de unas tierras nunca vistas á otras tierras conquislablos ; y, de súbito, espantados por un cuerno que se hincha de huracanes, dan nerviosos un relincho tan profundo que parece que quisiera perpetuarse... y, en las pampas sin confines, ven las tristes lejanías, y remontan las edades, y se sienten atraídos por los nuevos hoiizontes, se aglomeran, piafan, soplan... y se pierden al escape detrás de ellos una nube, que es ia nube de la gloria, se levanta por los aires... ¡ Los caballos eran fuertes ! j Los caballos eran ágiles ! ^^±^^^^^^ BLASÓN Soy el cantor de América autóctono y salvaje mi lira tiene un alma, mi canto un ideal. Mi verso no se mece colgado de un ramaje con un vaivén pausado de hamaca tropical... Cuando me siento Inca, le rindo vasallaje al Sol, que me da el cetro de su poder real ; cuando me siento hispano y evoco el Coloniaje, parecen mis estrofas trompetas de crista!. Mi fantasía viene de un abolengo moro : los Andes son de plata, pero el León de oro; y las dos castas fundo con épico fragor. La sangre es española é incaico es el latido; ¡y de no sur Poeta, (piizás yo hubiese sido un blanco Aventurero ó un indio Emperador 1 ^f^^^ LOS VOLCANES Cada volcán levanta su figura, cual si de pronto, ante la faz del ciclo, suspi-ndieseu el ángulo de un velo dos dedos invisibles de la altura. La cresta es blanca y como Itlanca pura la entraña hierve en inllaniado anliulo; y sobre el horno aquel contrasta el hielo, cual sobre una pasión un alma dura. Los volcanes son túmulos de piedra, pero á sus pies los valles que lloreccn Ungen alfombras de irisada yedra ; y por eso, entre .campos de colores, al destacarse en ol azul, parecen cestas volcadas derramando llores... »4? M^^, 9f LAS PUNAS Silencio y soledad... Nada se mueve... Apenas, á lo lejos, en hilera, las vicuñas con rápida carrera pasan, á modo de una sombra leve. ¿ Quién á medir esa extensión se atreve? Sólo la desplegada cordillera, que se encorva después, á la manera de un colosal paréntesis de nieve. Vano será que busque la mirada alegría de vividos colores, un la tristeza de la puna helada : fin mariposas, pájaros, ni flores, es una inmensidad deshabitada, como si fuese un alma sin amores... EL IDILIO DE LOS CÓNDORES A Alejandro Sawa, Como si fuese en pedestal de plata, en un témpano enorme, en cuya frente se desespera el Sol, un grupo alado bulle, sobre la abrupta escalinata de los Andes. El cóndor, que se siente junto de su hembra, un ala enamorado tiende sobro ella en forma de abanico, la oprime con vigor á su costado y en el trémulo moño húndela el pico. ¡ Es el amor! El viento se desata cual se desata un lazo. Nubarrones pasan en fugitivos escuadrones, como una fabulosa cabalgata... El señor de los Andes, que fulmina su mirada de cólera hasta el hondo valle que hay á sus plantas, adivina EL IDILIO DE LOS CÓNDORES 3» la tempestad que se insinúa : inclina la señoril cabeza; y, en redondo, veinte leguas domina de tierras desdobladas en el fondo... Y el cóndor ve los campos, que parecen telas tijereteadas por los ríos ; y las llanuras, á sus ojos, crecen cubiertas de pintados sembradíos : la cañada... el cafeto... Allá, una ruina; más allá, un humo de ondulante sombra : á veces, el perfil de una colina, que en la tierra aplanada se adivina como un zurcido en opulenta alfombra... Y el cóndor va arrastrando la mirada hacia el atrevimiento de su cumbre : la selva le parece muchedumbre, que va, de una quebrada á otra quebrada, en escalonamicnto portentoso, en el que todo monte es una grada y todo abismo un salto de coloso. Luego, ya no ve selva. La pelada roca, musculatura en carne viva, se contrae en un ímpetu nervioso : lánzase á la altitud, en superpuestas arrugas cual de frente pensativa, hasta tui'bar, con el fragor vidrioso •jue se estremece en las plateadas crestas, ?1 mudo terciopelo del reposo... ¡ Ah! Y el (-(uidor mir('), como en un sueño, que, desde allá, desde el rastrero llano, se desprendif» la audacia de un empeño á sojuzgar las cúspides. No en vano 40 ALMA AMÉniCA hasta la cuiiilire sola en que el cóndor está, férrea serpiente fué arrastrándose, en circulo ascendente, como queriendo ensortijar su cola. ¡ El tren!... En donde el pájaro salvaje imperó sin rival, ya el tren impera. El, soberbio, sacude su plumaje; invita á su amorosa compañera; y rompe el vuelo : entonces, de soslayo, lanza al tren su mirada, á la manera de un nubarrón que descargase un ravo... ¡ Un rayo! Otro después... Y nube obscura rodeó el picacho y ensayó un estruendo. ¡ Qué lobreguez en derredor! La pura limpidez de la nieve ilia saliendo de esa nube, cual de ancha sepultura; porque esa nube, en derredor, sombría, cubrió la tierra y se espaci('> en la altura : S(')lo el picacho, en la mitad, se erguía. El ccindor y la hembra, en sus amores, rasgaron el azul, viendo á sus plantas la tempestad, que, envuelta en res|)landorcs, tiene el delirio de las iras santas; y escucharon del trueno el estampido, mientras caía el agua en los regazos , de las profundas selvas, con el ruido de una cristalería hecha pedazos... Y se amaron así : soi)re los vientos suspendidos los dos. ¡ Eran dos vidas y una palpitación ; ó dos alientos. EL IDILIO DE LOS CÓNDORES 'il y un óbsculo de amor! Las dos figuras simulaban dos breves carabelas; pero, al batir las alas confundidas, destacábase el grupo en las alturas como una embarcación de cuatro velas.. r4* PPi pp LOS RÍOS Lloran las cumbres lágrimas de hielo, que corren por las trágicas pendientes y van formando en su camino fuentes, enamoradas del azul del cielo. Entre las grietas del musgoso suelo, aprisionan sus linfas los torrentes, á manera de alhajas refulgentes entre estuches de verde terciopelo. Súbito, ensanchan sus ruidosas quejas; y, dibujando monacales tocas, envuelven su cristal en densas brumas. Y el río nace, cual tropel de ovejas que va dejando en las filudas rocas enredado el velbui de sus espumas... LAS SELVAS Cada selva en su pompa de rumores, sobre la oslentación de los follajes, copia el frufrú de los sedosos trajes y en la seda después pinta sus flores. Luce insectos de gasa brilladores, pájaros de vivísimos plumajes, fieras dignas de verse en los paisajes de una artística alfombra de colores. La selva tropical que por frondosa finge la cabellera de una hermosa, de día, entre penumbras se recata; y, de noche, sujeta su peinado con un fulgor de luna, atravesado conjo si fuese un alfiler de plata... nr EN EL MUSEO DEL PRADO A Mariano de Cavia. Cuando al poner mis plantas sentí tierra española, un capiiclu), á manera de mujer ó de ola, me arrastró hacia el Museo, donde largos salones mudanienle me hablaron de cien generaciones : en los cuadros pendientes de los épicos muros, vi pasar, como sombras de otros tiempos obscuros, procesiones de obispos y magnates y damas, entre un revoloteo de mantos y orillamas; y guerreros sentados en lustrosos corceles, entre lanzas agudas y redondos broqueles. Entonces, ante aquellos cuadros de una elocuencia cual de un espejo raro que tuviese conciencia, ante esos mudos lienzos de desdeñosa calma, ¡sentí (jue cuatro siglos cayeron sobre mi alma! Y América, la india, se despert('» en mis venas, pensó en los hombres blancos c irguióse entre cadenas, al llenarse de orgullo por las grandes conquistas de esos grandes guerreros como grandes artistas. EN El Mi SEO DEL l'íiADO 45 Velázquo/., Goya .. Kl mismo poeta de los Andes, que al cóndor de las cumbres pidió sus alas gi-andcs para llegar adonde fatígansc los vientos, ante esos dos artistas se postra sin alientos, al ver que, en cada cuadro donde una Edad se espacia j el uno es todo Fuerza y el otro es todo Gracia! Velázquez suma aquella dinástica osadía que encadenó á su trono dos mundos en un día, que equilibró los astros, que redondeó el planeta y en cada gran guerrero cristalizó un poeta; y Goya suma esa otra prismática y galante Edad, en cuyo brillo cada ojo es un diamante, cada mantilla tela de araña prodigiosa, cada cintura dengue, cada mejilla rosa. Velázquez, Goya... En esos dos únicos pinceles hay Fuerza y Gracia; hay todo : corazas y oropeles... Velázquez á mis ojos evoca las escenas de la Conquista : hay algo que i;orre por mis venas que, ante sus cuadros, finge rememorar figuras de cascos relucientes, bruñidas armaduras, tizonas rechinantes y olímpicos caballos que hacen chispear la América al golpe de su» callos.., Goya á mis ojos pone la Edad del Coloniaje, donde el Virrey pasea su galoneado traje, su nítida peluca bajo el tricornio leve, su casacón de rosa, su paiitah'm de nieve; I» (|ue se emboza, en calles de lobreguez resbala y trepa á unos balcones por retorcida escala... Velázquez, Goya... En ambos la clásica paleta desdóblase, á mis ojos de indiano y de poeta, fiC' ALMA AMÉRICA corno arco-iris hecho con lágrimas y flores, que, cuando nuestra raza vacila en sus dolores, se tiende, en igual forma que tras las tempestades, sobre la catarata de todas las edades. Así, cuando aquel día sentí tierra española, un capricho á manera de mujer ó de ola, me arrastro hacia el Museo, donde largos salones mudamente me hablaron de cien generaciones, ¡ Con qué orgullo pujante sublevóseme el estro; y al mirar cada cuadro, le decía : — Soy vuestro! Pensé que el triunfo insigne de tan genial belleza sólo era comparable con mi Naturaleza; sentí que se ilustraba, por dentro de mi barro, sangre de Calcuchima con sangre de Pizarro; y quise en el Museo, pensando en mi montaña, ¡ ser la mitad de América y la mitad de España I LOS LAGOS Copia el lago en sus vidrios palpitantes cuanto se asoma en su contorno vago, como si fuera el voluptuoso halago de una coquetería de gigantes. Llega un rio cual sarta de diamantes; y, por virtud de milagroso mago, tn el fondo del bosque, deja un lago «orno un collar de chispas relumbrantes. Al ver el lago, entonces, se dijera que la larga serpiente que antes era se ha ensortijado entre la selva hosca; porque así son, en la montaña andina, el río una serpiente que camina y el lago una serpiente que se enrosca... ^ ^ ^ ^ Cl(- @f® gf§ 0I@ §f^ {fg^ LOS PANTANOS El río es como un ímpetu salvaje; el lago es como un fondo de ti-isteza; el pantano, cubierto de male/.a, es como un vicio entre el pudor de un traje. Espeso carrizal, flores de encaje, viento que arrulla, abismo que l)OSteza, el pantano es un sueño de pereza que duerme el fango en medio del boscaje.. Tumba abierta de pronto en el camino, es á modo de un golpe repentino envuelto en el disfraz de una asechanza; porque en el corazón de la espesura, sobre el fango se tiende la verdura i como sobre un dolor una esperanza 1 EL AMOR DE LOS ANDES Señora : ¿con qué timbres se ostentan mis amores ? Señora : ¿qué grabados ilustran mi bro<{uel? j Las trágicas leyendas de cien Conquistadores, las armas de dos mundos y un gajo de laurel! Me ha dicho un viejo infolio que apenas una gota de sangre de Gonzalo de Córdoba hay en mí : no sé; pero yo he sido de aquella Edad remota y siento las grandezas del siglo en que viví. Por eso á vos me llego — ¿ lo comprendéis ahora? - con majestad de Inca y orgullo de español; y os doy un timbre y otro para escoger, señora : ¡ el de mi madre Iberia ó el de mi padre el Sol! Mi amor no es el del niño de la visión pagana... Conquistador ó Inca, yo siento aquel alan que pone bajo el pecho la tierra americana, con ímpetus de Río y espasmos de Volcán... Si os ablandáis al ruego, culminaré mi vida : me sentiré más digno de mi épico blas(')n; 50 ALMA A mi:: RICA y os quedarúis, señora, mirando sorprendida que le aparecen alas de cóndor al leiin... Sabed, señora mía, que soy uno de aquellos que tienen algo en su alma de bosque tropical. Los déspotas me asombran; pero yo soy como ellos I después que ellos libaban, rompían el cristal! Sabed que sois el culto de mi pasión avara : por vos hiciera esfuerzos que nadie imagin('). Después... os mataría ¡ para que nadie osara poner su pensamiento donde lo puse yo! LA TIERRA DEL SOL Al Excmo. Sr. Dr. D. José Pardo y Barreda. I M P R R I O Cuarenta mil esclavos alirieron el camino del Cuzco á (>a¡amai'ca, por donde el Inca va : su padre, el Sol, le alumbra; y el regio peregrino devora millas, leguas... y siempre más allá. Cojín le di(') una alpaca cual áureo vellocino; escala lií/.ole el l)razo de quechua y aimará : detuvo el anda; y ágil y firme en su destino, salli) sobre los hombros en que apoyado está. Tejiendo muelles danzas las indias van delante; detrás, van los soldados de aspecto fulgurante; el Inca, envuelto en oro, simula una visiim. Y sobre aquel camino, que el Sol aviva en llamas, como lo hiciese un boa de fúlgidas escamas, se va desenroscando la lenta procesión... 52 ALMA AMÉltlCA II CONQUISTA Los hombres de piel blanca, que á un épico sonoro aguardan todavía para llenar su rol, después que en dos le parten su Medialuna al moro,- consiguen con su espada cortar en cruz el Sol. Sorprenden en las huacas el clásico tesoro; coronan la alta nieve ceñidos de arrebol; y lavan las arenas de ese raudal de oro que ilustra los dominios del cesar español. Unos con otros pugnan por el botín de guerra; fatigan con sus choques la conquistada tierra; Pizarro cae encima de estoque criminal... ¡Hasta que en el camino, del Sol á las miradas, se yerguen dos picotas, en donde ensangrentadas asoman sus cabezas Gonzalo y Carbajall III COLONIAJE ¡Vale un Perú! — y el oro corric') como una onda. I Vale un Perú! — y las naves lleváronse el metal... ¡ Pero (jucdó esa frase magnifica y redonda, romo lina reso!ianto medalla colonial! LA TIElíRA ÜI:L SOL 53 Uijcrase que el arca de un Creso se desfonda... ¡Oh tiempo de Virreyes, que nunca tuvo iyual! Se abren los ojos claros de la virreyna blonda y hace brillar sus piedras la mitra episcopal. ¿Cuyo el balcón morisco que un pulpito remeda? ¿ Quién descolgó la escala de retorcida seda? ¿Cuál paseo, el de sauces, que en el río se ve?... La Edad de los Virreyes es baile de gran l)rillo; y en él, mientras se doi)lan las ba/as de un liesillo, se van desenvolviendo los cuadros de un minué... IV REPÚBLICA Por el Canal un día, cual desbandada tropa, á las incaicas tierras vendrá la inmigración; y el árbol de sus razas transplanlará la Europa al bosque en que sus flecos sacude el Marainm. La sed de las grandezas se saciará en la copa de esa — que fué el Dorado — fantástica región, si el tren llega á la mai-gen del rio (|ue galopa, como uu titán (jue empuña la cola lie un dragc'tn... Será el Perú amaziuiico el piu'blu sin lencores, que enjugará los llantos de lodos los dolores y partirá entre iiuiclius las hostias de su aliar; porque la Raza al boide del Marañen nacida penetrará cien años en la futura vida, como penetra el río cien leguas en el mar. 5 W W W \^ w w w w w CINEGÉTICA Montañesa : entré á cazar en tu bosque y me perdí. Por tres noches no dormí, caminando sin cesar y pensando sólo en tí. La primera noche yo vi un extiaño no sé qué, que en el musgo resbaló: era »m boa que pasó restregándose en mi pié. La segunda noche vi el revuelo de un cóndor ; y en las sombras distinguí que, sin duda para ti, en su pico iba una ílor. La tercera noche fué la que me hizo suspirar. Cuando menos lo pensé, un zarpazo de jaguar : en el pocho se me ve. CINEGÉTICA 55 Montañosa : )ierido estoy. Las heridas son por tí. Tres amantes tienes hoy; y, de celos, ya no soy ni la sonil)ia del ([ue fui. ¡ Ah ! No vayas á pensar que á tu bosque he de volver. ¡Más terrible suele ser que una zarpa de jaguar una mano de mujer 1 ^^^^ EL CHONTAL RENDIDO A Misuel Sa»a. Emperatriz azteca : ¡yo te amo! Tu lierinoííura y sólo tu hermosura me llega, asi, á vencer. Lo que jamás pudiesen con toda su bravura más de diez mil arqueros... ¡lo puede una mujer! Yo combatí, señora, cien días sin reposo : rindióse al fin mi brazo, pero mi pecho no. Fijé sobre cabezas mi planta de coloso; y ahí donde haya un charco de sangre, esluve yo., El águila del trono que pica la serpiente, se vino hasta mis lagos á un golpe de huracán : sintióla el iSIomotoml)o llegar; ir-guió la frente; ¡y el águila no pudo posarse en el voKán! En cambio, tú, señora, desteje mis guirnaldas; humilla mis proezas de heroico paladín; y luego que á tu gusto doblegues mis espaldas, colócate sobre ellas en regio palantpiín. EL ruoyr.iL iíf.\diüo 57 Escolta hal)r.1n de hacerte mis propias muclietluinhres, cuando sentada encima de mi vigor estés... ¡ Ah! Déjame llevarte por selvas y por cumbres, sintiendo en mis espaldas los golpes de tus pies! Te llevaré hasta el lago donde luchara á solas; y para que te asombres del que á tus pies está, verás, entre los pliegues de aquellas turbias olas, cadáveres de aztecas flotando aquí y allá... Ahí, flota el cadáver de tu menor hermano; allá, el del Sacerdote que en brazos te cargó... Ese es el de un Caudillo : ¡ fué muerto por mi mano! Ese otro es el de un Noble : ¡también lo he muerto yo! Suspende un solo dedo, si quieres la venganza : se rasgará mi vida cual rásgase un capuz; y como aquí, en el pecho, me quebraré una lanza, saldrá por esa herida ¡no sangre, sino luz I En cambio, si asombrada de todas esas muertes, por quien odió á los tuyos te dejas hoy amar, te pasearás encima de mis espaldas fuertes como una garza encima del lomo do un jaguar. Más de diez mil aztecas, con épico ruido, por selvas y por c-umbres, llegaron hasta a(|ui... ¿Y pai'a qué, señora? Yo nunca me he rendido á ejércitos de esclavos... j pero me rindo á ti I §^ cf:)C^K^:)Cf:)m^^)C*:)(^:i^) BRAZO DE CONQUISTADOR Perdió un brazo en América el mancebo que en Flandcs y en Italia hubo lauros. Una flecha bravia >■ se vengó en la siniestra de la diestra que un día fué temblor en las selvas y crujido en los Andes. Uno dijole entonces : — Ya no más te desmandes, ya no más busques lucha, discusión, ni porfía; porque un brazo te falta y, así, nadie podría castigar en un duelo tus insultos más grandes. — El heroico mancebo reprimirse no pudo; bofetada sonora descarg<')le á su amigo; y entregándole su arma, mostr(') el pecho desnudo. — Lo que has hecho es cobarde. — Tu disculpa rechazo. Si soy manco, no importa. Para darme castigo 9I lin tienes un medio : ¡que te corten un brazo! — ^^^'^t^^^l^ >^^><^^>^^ ^^-^¿S^-0]r ^1 ^^ rf/ rf^ rf ^ í^fv rf^ ^^ ^f^ LAS MINAS DE POTOSÍ Es justo que Zipango renuncie su decoro : ostentan mayor pompa las cúspides andinas; y aún pueden, en medio de las incaicas ruinas, buscar los Argonautas el símbolo de oro. Cuando el hispano, há siglos, tocó el clarín sonoro, los indios se escaparon al fondo de las minas; y bajo de las piedras y nieves cristalinas, qued<), como en un cofre, guardado su tesoro. El Padre de los Incas, el Sol,, que oyera el grito de esc clarín que supo colmar el Infinito, también quiso ocultarse, miedoso de la guerra; y así, después, al golpe del pico y do la azada, el oro fué sacando su luz petrificada como si el Sol brotastt de bajo de la tierra... *$**$*'^ ^f*^M^ 'i*'f**^ LA TIERRA DEL FUEGO Ceñida con lujuria dentro del mar sonoro, que así la abraza y besa con lúbricos afanos, resalla aquella Isla que es hecha de volcanes como una ganga enorme que reventase en oro. Dijérase un cadáver del estelario coro; dijérase una chispa que apagan huracanes : á veces, de los cielos, fulminan los Titanes pedazos que un martillo le arranca á un meteoro... Quien mira, sobre el mapa de America, aquel trazo en que llexibles nmeven los Andes su espinazo, figúrase una larga serpiente que camina; y asi es cómo aquel punto ilnal del Continente, desde que del arranca la cordillera andina, parece una cabeza cortada á una serpiente... üf® üf© ^f® ^ ^} ^ & ^ ^ &f% m w m ^f® m EL ESTRECHO DE MAGALLANES El capitán osado navega en la insegura noche del mar. Su barco, de crujidora quilla, que ve, de pronto, abierta la trágica cuchilla de un monte en dos partido, por ella se aventura. Las velas se desgarran y hay vientos de locura ; allá, hacia un lado, á veces, una fogata brilla; y enronquecidos lobos, desde una y otra orilla, hacen sonar sus gritos sobre la noche obscura. Las olas ladran... ladran... en los abruptos flancos; y, envueltas en espumas, parecen perros blancos contra los lobos negros en las riberas solas... Y el barco sigue... sigue...; y, al proseguir de frente, como iban separándose ante Moisés las olas, se van también abriendo las tierras lentamente... SENO DE REINA Era una reina hispana. No sé ni quién seria, ni cuál su egregio nombre, ni cómo su linaje : sé apenas la elegancia con que de su carruaje salló, al oir á un niño que en un rincón gemía. Y dijo : — ¿Por que llora? — La tarde estaha fría; y el niño estaba hambriento. La reina abri<')se el traje; y le di(') el seno blanco por entre el blanco encaje, como lo hui)iese hecho Santa Isabel de lIuiitíiMa. Es gloria de la estirpe la que le dio su pecho á aquel hambriento niño, que acaso sentii'ia más tarde un misterioso dinástico derecho; y es gloria de la estirpe, porque ese amor fecundo con <|iie la reina al niño le dio su seno un día, i fué el mismo con tjue España le dio su seno á un mundo g^i ^ cm ^> €)> ^> ^> $f> íp ^t® &f^ W Mi ®t^ ®t^ ®fS ^f^ @f® EVANGELEIDA ^ Rubén Darío I Musa de las Américas : el día en que, violando los ignotos mares, te sorprendió la ibérica osadía, retemblaron en todos sus aliares los dioses de lu vieja idolatría; porque Jesús ceñido de aureolas, — él que en su barca predicó la Idea, ^ al ver zarpar las barcas españolas, vino, como otra vez en Galilea, caminando hasta aquí sobre las olas... II Extasiado Colón, sorpresa honda embargaba su espíritu; y risueño, 1. Dedico este Poema cristiano á Dnrío; porque tanto Rubón ciinio yo tenemo» la osadía, on estos tiempos de indiferentismo, de creer [xiblicamente en Dios, — {Nota del Autor.) 64 ALMA AMÉfííCA entr<) en el bosque, se perdió en la fronda y volvió á aparecer como en un sueño. ¿Qué afán era ese afán con que él quería dar la vuelta á las Indias Orientales? ¿ Qué fe la fe con que, en egregio día, vio, al través de su propia fantasía, arduas cumbres y selvas tropicales? Golpeó la tierra firme que en su anhelo buscó inspirado; se postró de hinojos; hizo una cruz y la besó, en el suelo; y, mudamente, levantólos ojos... Y en el rústico altar, bajo la sombra, ante los agrupados marineros que se postraron en la verde alfombra, mientras que relumbraban los aceros, el sacerdote, en actitud de altivo conquistador de paz envuelto en guerra, por la primera vez el cuerpo vivo tuvo de Dios sobre la virgen tierra; y cuando, así, la hostia consagrada arrastre'), con espíritu cristiano, de los sorpresos indios la mirada, por detrás de esa in'blica i'apsodia fué elevándose el Sol, cual si una mano pusiese en el altar una custodia. El sacerdote ante Cohm — que al suelo clavó los ojos — levantó la frente, para bañar con el fulgor del cielo el marfil de su calva reluciente, j Nunca más bello fue que en aquel dial líVASGELF.tDA f55 Como trenzado grupo de culebras, su apostólica barba parecía nieve, que, en chorros de plateadas hebras, bajo el oro del Sol se derretía. Y cuando el genovés volvió en sí mismo, postrado siempre, los abiertos ojos hundió en aquellos resplandores rojos, como si se escapase de un abismo; y del mar en los límpidos espejos vi(') destacarse, entre las vivas luces, mástiles de tres barcas, que á lo lejus fingían el perfil de las tres cruces... ¡Redención! ¡Redención! En ese instante, desde Tenoctitlán hasta las sierras del indomable Arauco, fué uno mismo el miedo que corrió... Ya no el vibrante Tezcatlipoca inspirará las guerras, ni Tahuil triunfará sobre el abismo; ya no la del quiche « sierpe de plumas » adorada será; ya no en lo alto, Bochica, entre el vellón de las espumas, endiosará del Tequendania el Salto; ya no en Cliolula irradiai'áu los cultos de víctimas sangrientas, ni el salvaje adorará en las noches del buscaje las soml)ras de sus muertos insepultos; ya no del Inca el Sol regirá el coro 66 ALMA AMERICA de vírgenes, envueltas onlrc encaje y encarceladas en Prisitm de Oro : dioses vencidos son, dioses truncados, bajo el Único Dios de los Tres Nombres, que hace la redenci(')n de los pecados y predica el amor entre los hombres... III ...¿Posible es que el Señor no hubiese visto antes el Nuevo Mundo? ¿ En el Calvario no miró en su agonía Jesucristo lo que miró en su sueño un visionario? ¿No surgieron jamás, de las pupilas del divino Señor á la luz pura, estas regiones que hasta ayer tranquilas se reíugiaban en la noche obscura? ¡Sí! Fué en la Tentación... Cuando en la cumbre vio, del Aiigol del Mal ante el imperio, .lesús rodar la humana muchedumbre y girar la extensitm de esc hemisferio, pudo también prever en el Océano, de su Calvario á las sangriiMitas luces, mástiles do tres barcas, (jiie no en vano fingían el perlil de las tres cruces... ¡Sil Fué en la Tentación... E VANGELEIDA Libro Sagrado : ábrete por la página en que empieza su Evangelio Jesús Crucificado... ¡Musa de las Américas : tú, admira! El agua bautismal en tu cabeza ha de caer. ¿No tienes en tu lira voces para cantar sino el boscaje y el torrente y el Sol...? La cruz te gana. ¡Entra en la nueva Fe, Musa salvaje! En el nombre de Dios : ¡yá ei'es cristiana! IV Y así fue : Soledad. Mudo desierto, al lil)io soplo de la brisa, apenas mueve en ondas fugaces sus arenas como para decir que no está muerto; yermo, afligido por la sed, ansia refrescar la penuria que lo enciende, bajo un Sol que embravece la ardentía de ese inmenso cansancio que se tiende; perezoso arenal, sólo vestido de secos musgos y punzantes zarzas, mientras que, sua>^ementey sin ruido, van pasando y pasando hacia su nido, como hiIos.de collar, series de garzas .. fi8 ALMA AMÉRICA Es en ese arenal donde el camello de vanidosa jiba, hiiniilde frente y blandisimo paso, alarga el cuello y en vano busca un pozo transparente que poder empañar con su resuello; es en ese arenal donde, en enjambre rcbuUidor, los negros moscardones suelen hacer la aparición del hambre, sobre el cadáver de una üera hirsuta ó de un corcel que bélicas legiones dejai'onsolo en medio de la rula; es en ese arenal donde, en la fosca cueva la araña entre sus hilos gira, donde hasta el viento apenas si respira, la culebra letárgica se enrosca y el can rendido de calor se estira... Y es en ese arenal lóbrego, donde sale una voz, cual de profunda cueva, á la (jue un eco de dolor responde : — i Yo soy la Voz que claiua en el Dcsici'to! Mientras que allá... se escucha otra voz nueva — jYo soy la Caridad quo ora en el Huerto! Huertos de Na/aiTlIi, bosques de olivos, fi'agariciosos y riliiiicos pinares, cinaniomus en llur, cedros altivos, rosas de sangre opresas en las garras de las espinas, castos azahares, céspedes frescos, retorcidas parras. EVANGELEIDA 69 Tal el alegre campo en que ha crecido el amable Jesús; tal el honesto regazo patriarcal : es como un nido, es como un ramillete, es como un cesto... Fué ahí donde la Virgen inocente, á manera del cííntaro que lleno trajo del agua pura de la fuente, sintió colmado de la Gracia el seno; fué ahí donde el Querub reverberante la llamó ¡Ave María!, ató los lazos de Dios con su Hijo y se elevó al instante, mientras que ella á los cielos suplicante, como lira armoniosa, arqueó los brazos; fué ahí la pastoral no interrumpida del buen Niño Jesús : mordió las pomas; cortó las flores; alegró su vida; y enseñó su cabeza siempre erguida, entre un revoloteo de palomas... Fué ahí donde el Señor bebió los lampos del crepúsculo suave que se aleja, mientras que en el silencio de los campos retemblaba el balido de una oveja; donde Cristo en las dulces emociones que infundía en su pecho la floresta, elevaba conjogas y oraciones entre las aves como entre una oríjuesta; donde, por un encanto misterioso, tierra y cielo sonríen, el reposo grato es al corazón, el Sol sus llamas templa entre los follajes, sus amores .1/.MA A ME JUCA charlan los cristalinos surtidores, las flores se enderezan en las ramas y las aves se posan en las flores. Y ])ien ¡Hijo (le Dios! ¿Porqué abandonas el de tu Nazareth campo florido? ¿Por qué cambias las líricas coronas de rosas frescas con que te has ceñido, por ese Sol de las judaicas zonas? ¿Por qué dejas los brazos maternales que te apoyan al seno blandamente y buscas, en los yertos arenales, ese pcfKm donde apoyar la frente? ¿Por qué, cruzando la extensión remota, buscas, en los desiertos de Judea, el soplo tibio que tu faz azota, el sudor vetño que tu fuerza agota y el coruscante Sol que te caldea?... El Precursor, envuelto en sus bermejas pieles de dromedario, irgue a-nte el nmndo áspero rostro de arrugadas cejas, como ermitaño hambriento y sitibundo que de langostas vive y miel de abejas. ¡ Déjale solo en su actitud sagrada ! El penitencia y aflicción predica; tú endulzas el dolor con tu mirada : ¡ él es el anatema que anonada; y tú eres el perdón que reedifica!... [Ahí Tú también con el ejemplo quieres consolar al espíritu afligido; E VA ya: leída y tú (jue el Santo de los Santos eres, tú que en el corazón sólo haces nido al compasivo amor, tú en penitencia debes gemir... Envuelve en tu gemido el ciego mal, la humana delincuencia, el injusto dolor, el odio artero, la acusadora voz de la conciencia, la desesperación del mundo entero; y así que hayas con trágicos ayunos gastado las postreras energías, entre los aguijones importunos de sed y de hambre treinta y cinco días, verás aparecer, cerca, á tu lado, al Ángel de la Sombra, que el pecado multiplica también cual tú los panes, y, después de que sufras desgarrado tantos apocalípticos afanes, como si aún en tu dolor impío no se sintiese Lucifer saciado, vendrá la Tentación. — ¡Oh Jesús mío! — Tal dice Lucifer humildemente : — ¡ Oh Jesús mío ! — y al hablar suspira.. Tiene, para halagar con la mentira, astucias de mujer ó de serpiente... Jesús sonríe; y, sin hablar, le mira : No tione, nó, las membranosas alas que le (jucdaron cual postreras galas 92 ALMA A.y/:u/cA de su perdida cxcelsitud : aquellas que parecen las velas triangulares de una barca, que boga, entre centellas, sobre un motín de tenebrosos mares... Forma humana reviste. A cada [)aso, deja en el suelo las fugaces huellas de un fuego breve que se apaga... I''l raso de la tarde le cubre con estrellas : hay yá golpes de sombra en el ocaso; y la tierra que tímida se espanta de aquella sombra entre el dudoso enredo, cada vez que él la oprime con su plañía, siente un temblor cual si tuviese miedo... - No vanamente Lucifer confia del árido desierto en los horrores : ama el desierto y su aridez sombría, ¡porque tampoco en el Infierno hay (lores! Jesús sonríe; y suave, castamente, pone sobre él sus ojos. Desmayado en una peña recostí» su frente ; pero la alza veloz cuando á su lado siente esa aparición, como se siente el golpe de una lanza en un costado... De rodillas está : su amplia melena los bucles ensortija en cada hombro; partida en dos, su bai-ba nazarena se retuerce también; su rostro enjuto rrANGRLEIDA 73 tiene una palidez como de asombro; un gran nimbo le ciñe; su impoluto labio se arquea en fatigoso aliento ; y su cabeza dol)legada y grave retieml>la al concel)ir el pensamiento, ¡como una llor en que se posa un ave! , ¡Ah! pero su mii'ada — esa mii-ada con que envuelve á los tristes pecadores, con que parece fecundar la nada, con que habla al corazón del que lo tiene y al que no tiene se lo da — fulgores há de una luz que de otros mundos viene. Nó, no se puede ni intentar siquiera decir lo que relumbra en sus pupilas, que están clavadas en la faz de cera eternamente dulces y tranquilas... Breve el diálogo es : — ¿No me conoces? — Sí tal : el que anda en las tinieblas eres. — Yo se que tus tormentos son atroces y vengo á tí para saber qué quieres. Vengo á ofi'eccrte pan i)ara tu ayuno, agua para tu sed. ¿Por (jué el sombrío dolor te aflige asi ? Quise oportuno llegar para servirte ¡ Oh Jesús mío! — Jesús sonríe... — ¿Y to sonríes ? Vano quieres llamarte Hijo de Dius Olvidas 74 ALMA AMÉRICA que estás hecho también con lodo humano. ¡ Haz que esas piedras, si eres Dios, cual dices, se conviertan en pan ! — ¡ Con qué afligidas miradas ve Jesús las infelices ansias de su Enemigo! Ante el insano afán del Tentador que aquellas horas á turbar viene, de su Padre en nombre, habla; y dicele así : — Quizás ignoras que tan sólo de pan no vive el hombre... — [Entonces, ven! — Y por el aire, entonces, se llevó Lucifer al inocente Jesús hasta el pináculo del Templo. ¡Jerusalera, Jerusalem : tus bronces mudos están! La cúpula fulgente de la Casa de Dios mira el ejemplo de piadosa humildad, con que se entrega Jesús á Lucifer... — Échate abajo, si eres Hijo de Dios; porque así, al verte vivo caer, la muchedumbre ciega le adoi'ará. Ya ves que sin trabajo puedes ser Dios, si triunfas de la muerte. — Y Jesús le responde (jue está escrito : — ¡No tentarás á tu Señor! — ... Un manto le envuelve Lucifer; luego, le anuda; y en sus hombros le pone : lanza un grito y, con sus alas yá, rasga el espanto de aquella soledad lóbrega y muda... K VANGELEIDA Pasan sombras en densa muchedumbre... Yá están en pie los dos, sobre un granito. Con soberbia satánica, esa cumbre es como una amenaza al Infinito. — ¡Mira! — le dice Lucifer — ¡El mundo! ¡ El mundo te daré, si es que me adoras 1 La Roma de los Césares, la Atenas de las Artes, la India del profundo filósofo, las perlas seductoras de Ormuz, los blancos mármoles sin venas del Penlélico, el oro de Zipangb, el bronce de Corinto, el trigal rubio que el Nilo fecundiza sobre el fango, el tesoro del Áureo Vellocino; todo desde el Sahara hasta el Danubio; plata, incienso, marfil, púrpura, lino... — Entonces ¡ah! cuando Jesús admira cómo al redor de aquella cumbre gira el antiguo hemisferio, de repente ve las costas del Nuevo Continente prometido á su Cruz... Y él, que suspira á cada tentación, en cuanto sólo ve aparecer la costa perfilada de América que va de polo á polo, se sonríe, suspende la mirada y dice á Lucifer : — ¡ Vete ! — Al instante huye el Ángel Caído, cuyo vuelo ALMA AMERICA lablelea en un ti'ueno resonante... ¡Y Jesús queda solo bajo el cielo! Cuando huye Lucifer, ya no sombríos sino plenos de Sol los horizontes están... Viéndole huir, ladran los ríos; y le apedrean, al pasar, los montes... Así, en el fondo del InGerno, en tanto que la Natura en derredor se alegra, él se envuelve en sus alas de quebranto como una enorme mariposa negra. Y auando á él la pavorosa corte se acerca y le pregunta, en ira ciego, salta, púnese en pie, como un resorte; y quí«re hablar, pero se le hace un nudo en la garganta... y, retemblando luego, se desploma otra vez ¡porque está mudo! Mudo como Luzbel, quede el poeta, que, al cantar á la América, se olvida de cantar á su Dios. Copa repleta es este Mundo de placer y vida. En esta copa, de Jesús los labios refrescáronse, así, tras las impías torturas y los últimos resabios que les dejaran los cuarenta días. EVANGELEIDA 77 ¡ Oh fjiic cuadro de gloria! Dios se inflama al ver cómo le dan, en un chispazo, el iris de su linfa el Tequcndama, el iris de su nieve el Chiinhorazo. Desenroscados en el l)Os(jue umlirío van los ríos, corriendo á la manera de sierpes de salud. ,iGuál ése río que hecho de tantos corre? i El Amazonas! El Amazonas en veloz carrera canta un himno; le arranca sus coronas al bosque tropical; y, cuando estalla, leguas endulza el mar como si luera Ejército de Dios que entra en batalla. Y se extienden las pampas y llanuras, como alfonjbras de santas procesiones que no acaban jamás... Las espesuras dan nuevas llores, nuevos frutos, nuevas hojas, para que sufran tentaciones también otros Adanes y otras Evas... El Orinoco por cincuenta bocas canta un himno á su Dios... En el Estrecho palpita un corazón entre las rocas, cual si quisiese rebosar del pecho... Costas, sierras, montañas; seculares bosques; lagos de paz y brisas leves; pájaros de rarísimas canciones; cúspides que al subir son corao altares, donde hay, en la pureza de las nieves, tempestades que son como oraciones... Tal ha visto Jesús. 78 ALMA AMÉRICA Si hirió su pecho la Tentación, si el arenal le ha dado horas de amargo afán, ¡qué bien le ha hecho tal visión á su espíritu angustiado! El bebió la salud que se derrama por este campo abierto; hinchó sus venas con el jugo que corre en cada rama de esta espesura; disipó sus penas con el brillo del Sol sobre los Andes de sien de plata; estimuló su vuelo con el vuelo del cóndor de alas grandes; abrió sus ansias; endulzó sus cuitas; y vio este cuadro, al fin, como un consuelo de sus desolaciones infinitas... Y tú, Musa — ¡oh la Musa del boscaje, del torrente y del Sol! — ya que te inspira Jesús también, recibe en la cabeza el agua bautismal. Cambia de traje, ajústale otros nervios á tu lira; y á repasar el Evangelio empieza. ¡Regocíjate yá : la Cruz te gana! ¡ Entra en la nueva Fe, Musa salvaje! En el nombre de Dios ¡yá eres cristiana 1 "T^ ^^f»^p» f*f**$* *$**$* #' CANTO AL MAGDALENA EN EL CARIBE A Rafael Espinosa Guzmán. A manera de un reprobo que en vano descanso busca en el candente lecho, críspase y ruge temporal deshecho, como una pesadilla del Océano, Eterna imagen del rencor humano, el orgulloso mar se siente estrecho; y levanta su faz como un derecho que logró sacudirse de un tirano... Se alza la ola con disfraz de monte : como visión de fiebre, el horizonte arroja chispas de sangriento brillo. Si cada rayo, entre el fragor sonoro, es un clavo finísimo de oro, ¡cada trueno es un golpe de iriarlillol «^ ALMA AMÉRICA II CIUDAD DORMIDA A Clíiiiaco Solo Borda. C.irlngona de Indias : tú, que, á solas entre el rigor de las murallas floras, ci-ecs que te acarician las banderas de pretéritas huestes españolas; tú, que ciñes radiantes aureolas, desenvuelves, soñando en las riberas, la perezosa voz de tus palmeras y el escándalo eterno de tus olas... ¿ Para qué es despertar, bella durmiente? Los piratas tus sueños mortifican, mas tú siempre serena te destacas; y los párpados cierras blandamente, mientras que tus palmeras te abanican y tus olas te mecen como hamacas... III n í o s A <~. n A n o A Maximiliano Grillo. Nadie supo qué vieja caravana resbaló por tus márgenes frondosas, Canto al magdalena «i bebió en tus aguas y peinó con rosas tu retorcida cabellera cana. Hay en el cuito de tu pompa indiana sombras de héroes, espíritus de diosas y ecos de unas batallas fragorosas que parecen reñir del Ramayana... En tu caudal de trágicas arrugas, hacen temblar sus mallas los caimanes y brillar su coraza las tortugas ; y en tu escudo ovalado y reluciente, alrededor de un choque de titanes, pone su monograma una serpiente. IV LA DANZA DEL nfo A Víctor M. í.ondoño. Explorando los bosques más bravios, ensortija el caudal troncos membrudos, enlazando sus islas hace nudos, borra cauces y asalta los bohíos. Ve el adiós de los árboles sombríos; empavona el metal de sus escudos; y al íin se pierde, entre los bosques mudos, en la tela de araña de otros ríos... 82 ALMA AMÉniCA Y vuelve á aparecer, conio si fuera una danza sensual... Luego, en reposo, va apaciguando su clamor de fragua : un paréntesis se abre en la ribera; y en él, se extiende un charco perezoso en que parece que bosteza el agua NOCHE EN EL RIO A Diego Urihe. Tras de una nube que simula un monte, cadavérica luna se adivina; y la extática selva es una ruina por donde cruza el barco de Caronte. llá la nube, que enluta el horizonte, una cresta nevada. La cortina alza un pliegue; y la luna que se empina, retuerce al Gn su cuerno de bisonte. Retiembla en torno un esplendor de hielo : hay batallas de nubes en el cielo y en las selvas rumor de serenata; y, en ese mismo instante, reverbera una franja en el río, cual si fuera el espina/.o de un caimán de plata... r.4¡\'T() AL M .i(; U.tf.fítXA 83 VI PAISAJE FLUVtAL A F. liñas Frade. Dora el Sol, con miradas de soslayo, el bohío de paja; y en el cielo la lobreguez ([ue empieza es como un duelo y la luz que se va como un desmayo... La monlaña, ante el río, es el ensayo de un pintor que d¡l)uja con recelo : cual sobre un biombo, en anguloso vuelo, bordan las garzas sus zig-zags de rayo. Una palma retiembla sobre el pico de un peñasco : la brisa que la ondea BB un beso detrás de un abanico. El bohío en la palma se cobija; y el peñasco de espumas se rodea como si se pusiese una sortija... VII TARDE EN EL RIO A Daniel Arias Argáez. En tanto que el caudal se desenrosca, tienden tras del bohío las colinas «'» ALMA AMElilCA SUS voluptuosas curvas femeninas, cual perfila un carbón su línea tosca. Gruñe la selva ; y la maraña fosca trunca, á lo lejo.s, escombradas ruinas. Es la larde. Hay sonatas cristalinas; y en cada guitarrón zumba una mosca. Zetas pinta una garza sobre el río; cocuyos en la selva abren su broche; y un boga, por la orilla, empuja un barco. Rueda el Sol; y la imagen del bohío se hunde, poi' fin, de súbito en la noche, como se hunde un caimán dentro de un charco. VIII SIESTA DE AMOR A Javier Acosté. Cuando siento en los tr(')picos que arde calor fecundo — ese hálito de horno que comienza en las horas dd bochorno y se suaviza apenas en la taide — suelo evocar tu voluptuoso alarde y trazar en mis sueños tu contorno, que se exhibe ante mí sin queun adorno profanador tu desnudez resguarde. CANTO AL MAGDALENA 85 La inclemencia del Sol es siempre menos que lu propia inclemencia, amada mía, ya que duerme un volcán bajo tus senos; y por eso, en mis siestas, tu hermosura es la más ardorosa fantasía de la imaoñnación de la Natura. IX LA GARZA REAL A Ricardo Tirado y Alacias. La garza tropical de la ribera cual magnolia en las linfas se retrata; y afirma sobre el fango un pie escarlata, que (inge un sello sobre blanda cera. Es á modo de un ánfora ligera, pulido cofre de viviente plata : dos abanicos trémulos desata cual si fuesen dos hojas de palmera. Siempre en un pie y ya muerta, ese bohío entonces dejará donde ha anidado y, al fin, diseca habitará una alcoba; y en vez de verse en el cristal del río, se verá en un espejo biselado encima de un ropero de caoba... 8fi ALMA AMERICA BAÑO EN EL II I O A Eduardo Ortega. Tú, que vives la vida del paisaje; tú, que habitas la híbrej^a montaña, á la oi'illa del río, en la rabana de pajizo verdor; Venus salvaje! Tú, del revoloteo de tu traje sacas tu desnudez cual llor cxli-aña y la hundes en el río (jue te baña, cual se hundiese una reina en un encaje. La miel te ha dado ese color moreno con que ante el Sol, cual las paganas diosas, partes en dos la redondez del seno; que quien así te viese, al fin supiera todas las semejanzas voluptuosas que hay entre una mujer y una palmera... XI EL Ani>A DEL JAGUAR A don Diego Fallón (y). Suele el jaguar, husmeándoles la pista, tortugas perseguir en la ribera, y vaciarles la concha, cual lo hiciera con (mío laclo primoroso artista. CANTO AL MAGDALENA Kii cada coriclia hubiese una cou([uista el arle auliguo si á nacer volviera ; ponjue en los cascos que vació la liera sus cuerdas enclavar puede un arpista. i Ali ! cuánlas noches que, en cül)arde fuga llega adonde el raudal ponc-sü ese, encuentr;!^ en vez de conchas de tortuga, la luna llena, que su faz retraía sol)re (1 limpio cristal, como si fuese una tortuga de bruñida plata... XII COnNUCOPIA A don Miguel Antonio Caro. En las arcas de América fulgentes hay riquezas que al Sol diesen enojos : el oro del Perú desperl(') antojos en la codicia de las viejas gentes; Mi'jico da su plata hecha torrentes; Chihí el incendio de sus cobres rojos; diamantes el Brasil cual claros (>jos ; y perlas Panamá cual finos dientes. Si lM)livia con ('picos afanes clava, sobre la abinpta cordillera, como cofres de nieve, sus volcanes, ¡ Colombia ve sus d('dlicas guirnaldas en perpetuo verdor, cual si las viera á través de sus propias esmeraldas! V V V V V 'si/ V V V AVATAR ¡ Cuántas veces he nacido ! ¡ Cuántas veces me he enr ar- Soy de América dos veces y dos veces español, [nado! Si Poeta soy ahora, fui Virrey en el pasado, Capitán por las conquistas y Monarca por el Sol. [nieve, Fui Yupanqui. Nuestros Andes rae brindaban con siu os condoi'cs con sus plumas, las alpacas con su piel. Viví siempre como el rayo, deslumbrante pero breve, con tu imagen estampada contra el ruero del broquel. Y fui Soto. No llegara la victoria resonante de Pizarro sobre el Inca, si no fuera mi bridón. Me parece ver al potro galopando por delante, me parece oír tu nombre resonando en el cañón. Fui el Virrey-Poeta luego. Mi palabra tuvo flores : dicté rimas liice glosas y compuse un madrigal. Los jardines del Palacio celebraban tus amores y hasta el río te brind.iba con su copa de cristal. Ya no soy aquel gran Inca, ni aquel épico Soldado, ni el \ iriov de aquel Alcá/ar con que sueles soñar tú... Pero, ahora, soy Poeta : soy divino, soy sagrado; \y más vale Sffr tu dueño que ser dueño del Perú! TRÍPTICO HEROICO CAL' P o LIGAN Ya todos los caciques probaron el madero. [¡Y^o! — ¿Quién falta? — Y la respuesta fu('; un arrogante : — — ¡ Yo ! — dijo ; y, en la forma de una visión de Homero, del fondo de los bostpies Caupolicán surgi('». Echóse el tronco encima, con ademán ligero y eslrernecerse ])udo, pero doMarsc no. Bajo sus pies, tres días crujir hizo el scMidcro; y estuvo andando... andando... y andando se durmió. Andando, así, dormido, vio en sueños al verdugo : él muerto sobre un tronco, su raza con el yugo, inútil todo esfuerzo y el mundo siempre igual. Por eso, al tercer día de andar por valle y sierra, el tronco alzó en los aires y lo clav(') en la tierra ¡como si el tronco fuese su mismo pedestal! 00 ALMA AMÉRICA II CUACTII EMOC Solemnemente triste fué Guaclliemoc. Un día un grupo de hombres blancos se abalanzó hasta él; y mientras que el imperio de tal se sorprendía, el arcabuz llenaba de huecos el broquel. Preso quedó; y el Indio, que nunca sonreía, una soniMsa tuvo que se deshizo en hiél. — ¿ En dónde está el tesoro? — clamó la vocería; y respondió un silencio más grande que el tropel... Lleg(') el tormento... Y alguien de la imperial nobleza quej<')se. 1*]1 Héroe dijole, irguiendo la cabeza : — ¡ Mi lecho no es de rosas! — y se volvi<') á callar. En tanto, al retostarle los pies, chirriaba el fuego, que se agilal)a á modo de balbuciente ruego, ¡poivjue se hacia lenguas como queriendo hablar 1 III OLLANTA Conli'a el Imperio un día su espíritu levanta; aula en los peñascos su espada y su rencor; el nudo de un sollozo roluerce en la garganta, y jura, en un gran charco de sangre hundir su amor tríptico heroico Huye, de risco en risco, con trepafloia [)laiita; impone en una cumhre su nido de cóndor; y entre una fortaleza diez años lucha Olíanla, que son para su ñusta diez siglos de dolor... Amó á la sacra hija del Inca, en el misterio : cuando el Señor lo supo, se estremeció el imperio, cayó la ñusta en tierra é irgui(')se el paladín. Desi)ucs, vino otro Inca que le llamó su hermano; ¡y tras de tanta sangre, no derramada en vano, sólo qued(') la nieve teñida de carmín 1 LA CAOBA Dík-il caoba, entre las sabias manos del ornamcnlador, se transfigura en prodigios de artística moldura, más llenos de primor si más livianos : cuna de niños y ataúd de ancianrs; locho en que duerme impávida hcrmo<íura; p('»riico de un alcázar de ventura; y liasia trono de regios soberanoy Kl penetrante olor de la madera finge al olfato una ilusión exliaña, como si el ahna de los bosques fuera; y asi, aunque el lustre del barniz engaña, en más de una tal vez corte extranjera se respira el olor de la montana... ^\p\p \p\pf*f*\pf^ EL AMOR DE LAS SELVAS Yo apenas quiero ser humilde araña, que en torno luyo su liilazón tejiera; y que, como explorando una montaña, se enredase en tu misma cabellera. Yo quiero ser gusano : hacer encaje; dar mi capullo á las dentadas modas; y, así, poder, en la prisi('>n de un traje, sentirte palpitar hajo mis sedas... Y yo quiero laml)¡i''n, cuando se exhala toda esta lieiu'e que mi amor expande^ ir recorriendo la salvaje escala, desde lo más pequeño á lo más grande. Yo «piiero ser un árbol : darte sombra; con mis ramas en flor hacerte abrigo ; y, con mis hojas secas, una alfombra, donde te echaras á soñar conmigo... Yo soy bosque sin trocha : ¡abre el sendero! Yo soy anlio sin luz : ¡prende la tea! 04 ALMA AMÉRICA C('»nclor, boa, jap^iiar, ¡yo apenas quiero ser lo que quieres tú que por tí sea! Yo quiero ser un cóndor : hacer gala' de aprisionar un rayo entre mi pico; y, así, soberbio,... regalarte un ala, para que te hagas della un abanico. Yo quiero ser un boa : en mis membrudos lazos ceñirte la gentil cintura; envolver las pulseras de mis nudos; y morirme, oprimiendo tu hermosura.,. Yo quiero ser jaguar de tus montañas; y arrastrarte á mi propia madriguera, para poder abrirte las entrañas... ¡ y ver si tienes corazón siquiera ! ff######** EL maíz Brota el maíz entre hojas relucientes y se destaca en los fecundos llanos, corno si le aclamaran los liispanos por rey de las indígenas simientes. Entreabriendo sus hojas sonrientes al suspiro fugaz de aires livianos, deja ver la mazorca, cuyos granos fingen hileras de apretados dientes. El tallo, que en las hojas se hunde esquivo, hace pensar en el ladrón que encierra en su crispada mano áureo tesoro; 1 porque parece un brazo fugitivo, que se escapa del fondo de la tierra con un estuche que revienta en oro! ^ LAS orquídeas Caprichos de cristal, airosas galas de enigiiiálicas füi'mas sorprendentes, diademas propias de apolíneas frentes, adornos dignos de fastuosas salas. En los nudos de un tronco hacen escalas; y ensortijan sus tallos de serpientes, hasta quedar en la altitud pendientes á manera de pájaros sin alas. Tristes como cahc/.as pensativas, brotan ellas, sin torpes ligaduras de tirana raíz, libres y altivas; porque también, con lo mezquino en guerra, quieren vivir, como las almas puras, sin un solo contacto con la tierra... -93í^ ^^í>^^^ ^^^^#,>^> 4j^^^^ ^^ 'í/f^ ^^ vf^ \f^ ^f5 ^f^ ^^¡ ^^ LA PINA Cuentan que por los trópicos un dia se aventuró la clásica Poiuona; y halló, de pronto, en la fecunda zona, ánfora rebosante de ambrosía : prob(')la; y fué tan grande su alegría que elernaniente ese blasón pregona, por(|ue dejó sobre ella su corona y la incrustó de clara pedrería. Cuajada de rubíes y diamantes, así la pina se destaca egregia por entre hojas filudas y punzantes, ( oino si al prevenir manos osadas, con la altivez de su cui'ona regia, se encasliilase entre cincuenta espadas ^ EL AÑIL Brinda al pintor el índigo cambiantes con que luce en las sedas y en las flores, prodigando el azul con los vigores de ocasos regios como más brillantes. Ya es el añil zafiro entre diamantes, ya lazo para atar cartas de amores, ya vestidos de tul que entre fulgores giran en una danza de bacantes... Es en el lago como un brillo apenas : corre bajo la piel de terciopelo y se trasluce en perfiladas venas... Pero nunca es más noble en sus antojos que cuando, en un pincel, recoge el cielo; ¡ y en dos lo parle, para liacer dos ojos! ® ^ ítl S:^ LA ELEGÍA DEL ÓRGANO •j- Francisco Navurro Ledesma '. Suena el (iigano, suena el órgano en la iglesia solitaria, suena el órgano en el fondo de la noche; y hay un chorro de sonidos melodiosos en sus flautas, que comienzan blandamente..., blandamente..., como pasos en alfombras, como dedos que acarician, como y, de súbito, se encrespan [sedas que se arrastran, y se hinchan y rebraman, á manera de ancho río que sepulta [aguas... en un lecho rocalloso la solemne pesadumbre de sus Una flauta cuenta historias increíbles d. las épocas pasadas; otra flauta dice cosas que debieran ser verdades y que apenas son ensueños y delirios y fantasmas; una ríe y otra llora; 1. Ivsla Pocíia fue dedicada al Ateneo de MadriM, para la velada fúnebre en memori.idel Presidente de la Sección de Litera- tura. La Musa de América, quo supo limar la muerte de los Monarcas, llora hoy la muerto de un joven Principo de las Letras. — {N. del A.) loo ALMA AMÉRICA una ruge y otra cania ; una es macho que persigue y otra es hembra fpie se escapa; y entre tantas variaciones de sonidos melodiosos, h€i}'un cuerpo y hay un alma, que se juntan, se penetran, se confunden, y, á los soplos animados de una gracia, van cantando por los aires que Toledo viste el luto de sus pompas funerarias, para gloria de su iglesia de doscientos cincuenta años y más gloria de la estirpe que esa iglesia levantara... Suena el órgano, suena el órgano en la iglesia solitaria, suena el órgano en el fondo de la noche; yhay un chorro de sonidos melodiosos en sus flautas... — ¿ Por quién doblan? [ñas? — ¿Por quien doblan y se quejan y suplican las campa- Una flauta lo pregunta y otra flauta lo contesta : — Por un hombre que fué hci'rero, fue soldado, fue poeta... Por un hombre que tenía [i y eso basta! tres estrellas en el alma : el trabajo, la energía y el ensueño; el trabajo que da fuerzas, la energía que da audacias y el ensueño que da glorias : ¡lastres gotas de la Sangre! ¡los tres sellos de la llcrcn- Suena el (U-gano, [cia ! ¡los tres gritos de la Haza! suena el órgano en la igle>ia solitaria, suena el (ugano en el fondo de la noche; y hav un chorro de sonidos melodiosos en sus flautas. . Un herrero en sus manos de coloso forja espadas; LA elegía del órgano lOl y con lotia la destreza y el cariño de un ailista, les da lilo suavemente, las repuja y acicala; y clavándolas al suelo, las encorva, las encorva, las y une el puno con la punta sin (piehrarlas. [encorva... El es joven, él es fuerte; como el cuerpo tiene el ahna ; y sus manos que se crispan contra el yunque, acarician á la madre, resbalando blandamente por encima Cada golpe de martillo de ese atleta [de sus canas... repercute, cuando estalla, en los montes, en las nubes y en el pecho de la anciana... Una tarde^ desde lo alto de una cresta de montaña, el lici'rero, sobre el yunque ci'e[)itante, trabajaba .. trabajaba... ti'abajaba... Y la noche, protectora del trabajo que descansa, fué tendiendo por encima de esa frente, por detrás de esas espaldas, á manera de una túnica de ensueño sus tinieblas silenciosas y estrelladas... Y el herrero su martillo resonante contra el yunque descargaba... ¡ ^' (ué a»iuella la apoteosis del trabajo; porque, encima de la cumbre desolada, eian chispas solamente del martillo contra el yunque las estrellas que brincaban! Suena el órgano, suena el órgano en la iglesia solitaria, suena el órgano en el fondo de la noche; 8 102 ALMA AMERICA y hay un chorro de sonidos melodiosos en sus (lautas.. Un guerrero, que se ciñe su tizona, que se ajusta su coraza, que se cala su cimera, que se íija su penacho, monta un potro, de repente ; lo espolea. . . y anda. . . y andí ¿ Hacia dónde va el guerrero ? ¡Va á la Atlántida! En la corle del glorioso Carlos V, oye un día que Pizarro se entusiasma, [cias relatando sus primeras aventuras y ofreciéndolas primi de esas tierras fabulosas ante el trono del Monarca; y él, entonces, como siente que en su sangre la energía se hace audacias, pide en hrevc su cimera, su penacho, su tizona, su coraza, y, empuñando su bandera desplegada, se confunde con el grupo (¡ue en la senda taciturna de Toledo va alejándose entre el polvo que levanta... Y, en su mano, la bandera se desdobla, se sacude, se envanece de sus alas; y, en el viento, es como un signo que retorna los adiost que les hacen los pañuelos de las madres que se queda Suena el (u-gano, [á los hijos que se marchan, suena el órgano en la iglesia solitaria, suena el (¡rgaiio en el fondo de la noche; v hay un rliorro de sonidos melodiosos en sus flautas. Un poeta (le los tiempos de Cervantes comparece, comparece; — Yo quisiera de mis versos [asi habla LA ELEGÍA DEL ÓRGANO l03 hacer músicas extrañas; pero músicas vacías, sin conceptos, ni pasiones con palabras y palabras y palabras... ¡Oh! Las veces en que siento el til-ano pensamiento que me abruma con su carga, j cuál quisiera sacudirlo... sacudirlo... y hacer versos sin ideas como pájaros que cantan! ¡Oh! Las veces que en el pecho me rebosan dece{)ciones ó esperanzas, ¡cuál quisiera sepultarlas en el fondo, sepultarlas... sepultarlas... y hacer versos sin pasiones, como rugen los pamperos, como ríen las cascadas! ¡ Pensamientos que me abruman ! ¡Sentimientos que me engañan! Piensen otros, sientan otros : ¡Yo no quiero pensar nada! ¡Yo no quiero sentir nada! ¡Yo no quiero decir nada! ¡nada!... ¡nada!... ¡ Ay¡ ¿ Y el ritmo de los astros en sus órbitas eternas? ¿Y la música celeste délas noches estrelladas? Todo vive, todo piensa, todo siente, con la vida de mi mente, de mi pecho, de mí alma... Por doquiera me persiguen, por doquiera se levantan pensamientos que me abruman, sentimientos que me engañan; y es en vano que repita : ¡Yo no quiero pensar nada! ¡yo no quiero sentir nada! ¡yo no quiero decir nada! ¡na Ja! ¡nada!... — ... Y las voces del poeta se confunden con las risas y suspiros de las flautas.. Y la música del órgano, en que truenan las estrofas, 104 AL.VA AMÉIilCA va subiendo, va subieiitlo, va subiendo por escalas; y, de pronto, llena el bosque de columnas de las naves: y estremécese en los vidrios de las góticas ventanas; y retumba sobre todas las tinieblas, con el ruido estrepitoso de una épica batalla, entre ángeles terribles y demonios irritados, que estuvieran disputándose en el fondo de las tumbas el imperio de las almas... — ¿Por quién doblan? ¿ Por quién doblan y se quejan y suplirán las campanas ? — Una flauta lo pregunta y otra flauta lo contesta : — Por wn hombre que fué herrero, fué soldado, fué Por un hombre que tenia [poeta... ¡yeso basta! tres estrellas en el alma : el trabajo, la energía y el ensueño; el trabajo que da fuerzas, la energía que da audacias y el ensueño que da glorias : I las li'cs gotas de la Sangre! ¡los tres sellos de la Herencia! Suena el órgano, [¡los Ires gritos de la Raza! suena el órgano en la iglesia solitaria, ' suena el (irgano en el fondo de la noche; y hay un chuno ih sonidos melodiosos en sus flautas. . EL SUEÑO DEL BOA En sus nudos hay fuerzas misteriosas ; sobre su lengua, vibración de enojos : limpidez de esmeralda, entre sus ojos; y en su escama, corrientes luminosas. Duerme enroscado sobre blandas rosas; pero, al desenvolverse en sus antojos, luce en su larga piel círculos rojos, caprichos de cristal y mariposas. S que se escapó de un monograma, danzando va solire la verde grama, de un fuego artificial á la manera ; y en un árbol al íin tiñe su lazo, como se ciñe en derredor de un brazo la artística espiral de una pulsera... 1^ áí> & ^ ®fí; \fjje Wfüj ifJ EL SUEÑO DEL CAIMÁN Enorme tronco que arrastró la ola, yace el caimán varado < n la rihera : espinazo de abrupta coi'dillera, fauces de abismo y formidable cola. El Sol lo envuelve en fúlgida aureola; y parece lucir cota y cimera, cual monstruo de metal que reverbera y que al reverberar se tornasola. Inmóvil como un idolo sagrado, ceñido en mallas de compacto acero, está ante el agua extático y sombrío, á manera de un principe encantado que vive eternamente prisionero en el palacio de ciistal de un rio... í? \aT<#<^¥<^'^Vtf/^T e/r-^y t:/>^y ^er^y ^í^^y^ ^ts^'^y^ ^^ M/VNl/M/Nl/N/VN/NI/ EL SUEÑO DEL CÓNDOR Al despuntar el estrellado coro, pósase en una cúspide nevada : lo envuelve el día en la postrer mirada; y revienta á sus pies trueno sonoro. Su blanca gola es imperial decoro; su ceño varonil, pomo de espada; sus garfios siempre en actitud airada, curvos puñales de marfil con oro. Solitario en la cúspide se siente : en las pálidas nieblas se confunde; desvanece el fulgor de su aureola; y esfumándose, entonces, lentamente, se hunde en la noche, como el alma se hunde en la meditación cuando está sola... ^ LAUTARO (Ai Ateneo de Santiago de Chile. I La tribu, estrepitosa muchedumbre, entre cantos y ruidos de timbales, baja, de salto en salto, de la cumbre, entre los temblorosos matorrales, que abren ante ella el espantado seno como á un empuje de torrente bronco, mientras (jue, al par que se dosgaljj^a el trueno, el bacha cruje en el macizo tronco. ¿ Ad(>nde irá esa tribu de salvajes, las chatas sienes entre erectas plumas, mal ceñidos con hórridos pelajes, los labios entreabiertos con espumas y los puños cerrados con tatuajes? ¿ Ad(')ndc, adonde irá, de salto en salto, mientras que por encima huye una garza ó un cóndor da sus vueltas en lo alto ? ¿ Adonde irá, por el espeso monte, LAUTA no loo qnchratido con su pie la diii'a /ar/a y Ñuscando con su hacha el horizonle? A veces, anlc el íinpclu hravío de la ti'il)u guerrera, se ahre un flanco de la montaña y se descuelga un río, que va á estrellarse al fondo de un barranco; á veces, sobre el grupo, un ancha nube rasga su abrigo de flotante seda, la lluvia cae, la neblina sube, el rayo se disloca, el trueno rueda; á veces, desde el seno del boscaje un alarido la extensión espanta, una encina sacude su ramaje, una culebra silba, un ave canta; y por en medio, así, de la aspereza, avanza, uno tras otro, el grupo entero, sin inclinar la indómita cabeza, resuelta la actitud, el gesto ufano, un brazo firme en el broquel de cuero y un hacha erguida entre la diestra mano... II Es la tribu araucana : ella á porfía resiste al español, que, siempre noble, se entusiasma ante aquella rebeldía. Oyó mil veces el clai'ín hispano y el alambor del épico redoble, que ensordecieran A la Fama un día; pero, al estancamiento del pantano 110 ALMA AMERICA que se resigna á su apaiible suerte, prefirió el movimiento tumultuoso de espumante raudal. Previo la muerte; y combatió sin miedo y sin reposo; y cuanto más bregó, se hizo más fuerte. Tal, una vez, tras de batalla horrenda, pudo el Conquistador entre sus lazos coger á un prisionero : él era un niño. ¿Qué mágica pasión ó que leyenda supo arrancarle á los maternos brazos en la busca tal vez de otro cariño? Amor de gloria le lijó otra senda : amor de gloria le empujó, sin duda, á buscar el arrullo en la contienda y las caricias en la selva ruda... Prisionero cayó. Valdivia, entonces, de aquel heroico niño enamorado se sintió, al verle despreciar los bronces y, con la punta de sonora flecha, abollar la coraza de un soldado y quedarse después firme en la brecha. — Heroico niño, ven. Toma el cuidado — le dijo así — de mi corcel piafante : me seguirás por donde vaya. Has dado de tu gentil valor muestra bastante, para ser digno de la noble prenda de amistad <|uc te ofrezco : ir á mi lado, poner mi estribo y alcanzar mi rienda, — ^ LAUTARO 111 III Y corrieron los años; y el tumulto de los sucesos no turbó un instante en aquel niño el cnijisiasino oculto. ¿Quién era el niño aquél? Lautaro el nombre. El tiempo, siempre igual, siguió adelante... y aquel niño sintió que iba siendo hombre. ¡Ah! ¡Cuántas veces contempló enjaulado al cóndor de los Andes! ¡Cuántas veces, él, taml)ién como el cóndor, al pasado volvi(') los ojos y apuró las heces de inefable dolor !... El ave, un día libre y feliz en la nevada altura, cuidados en su jaula recibía del niño aquél, que, en su infantil locura, así le hablaba: — ¡Tu aflicción es mía! — Muchas veces el viento, triste como un larguísimo lamento, llegaba de los Andes, y traía el olor de los bosques y el arrullo de los pájaros libres y la fría pureza de las nieves y el murmullo de fuentes claras entre selva umbría; y entonces, ¡ay! entonces, el salvaje cóndor, en su letal melancolía, esponjaba su olímpico plumaje, el curvo pico apenas entreabría, y, clavando en el cielo sus miradas 112 ALMA AMÉRICA de nostAlgica angustia, leritamenle las alas iba abriendf)... y de repente las desplegaba como nunca bellas, para que, al sacudiiias desplegadas, pasase el viento por del)ajo dolías... IV Y sucedió que, el día , en que la ti'ibu errante de las cumbres bajó, ronca porfía trabóse al fin con la aguerrida hueste de los Conquistadores... ¡Oh! ¡ qué instante I Hubo una Iliada autóctona y agreste : Ercilla la cantó. ¡ No hay quien la cante! Cuando, tras la perínclita batalla, la flecha cae, el arcabuz se calla y quedan los hispanos vencedores, siente Lautaroel eco en sus oídos de la infancia revuelta entre fragores; y prefiere, á gozar con sus señores, el pasarse á sufrir con los vencidos. i Vencidos! ¿Y qué es ello? No es la suerte una esclava del hombre. La victoria es un capricho de mujer. La muerte vence á la vida, pero no á la gloria. Para ceñirse con laurel y loble, ¡ no basta ser audaz sino ser fuerte, 1)0 basta ser feliz sino s(M' noble ! LAt'tAHO 113 Tal es cómo, vibrante y salislcclio, se aleja con el grupo de vencidos el mancebo gentil. Sobre sn frente ciñe plumas de cóndor; en su pecho, piel de tigre; en sus brazos refornidos, pulseras de metálica serpiente. Y ahí va Mas de pronto, en la montaña, sopla un viento cargado de purlume : la intonsa cabellera se enmaraña; la replegada flor se desentume; la hojarasca levántase en un giro; el arroyo hace bucles con sus ondas; el ramaje se envuelve en un suspiro; y hay un golpe de látigo en las frondas... Entonces ¡ ay ! el juvenil atleta, al evocar el viento que ha pasado, siente en su pecho una emoción inquieta, porcjue piensa en el cóndor enjaulado... Súbito, aquel (pie se pás(') al vencido, en soberi)io picacho encuentra el nido de un CiMidor-; luego á él : símbolo augusto de indomable vigor. Bajo la garra, una res ha tronchado su robusto cuello; y el j)¡co le penetra un flanco, a áanem de corva cimitarra : la sangre le golea hacia un barranco. 114 ALMA AMÉRICA Lautaro, que ama al cóndor prisionero espanta á ese otro cóndor con un grito... Y el ave colosal, que en su fiereza se encara contra él, bate primero las alas, después yergue la cabeza ; y, desde la ardua cumbre de granito, se desprende por íin... como un velero que zarpase con rumbo al infinito. Y en tanto que se aleja el ccmdor fiero, Lautaro abre su trocha en la aspereza; y le sigue callado el grupo entero, resuelta la actitud, el gesto ufano, un brazo firme en el broquel de cuero y un hacha erguida entre la diestra mano.. \^ >^/^ vr >^ >^ >^ w w w •^J íSf^V ar^W gf^W eif^^ e!^>^^ í^^^J a^^^J í^^^J (^ V V V V V V V v v LA TRISTEZA DEL CUADRUMANO Intn(')vil cuadrumano medita prisionero, en el jardín zoológico, entre doradas rejas. En su sonrisa hay algo que corla como acero; y hay un desden olímpico en medio de sus cejas... Quién ve el reposG^p*ave de esa melancolía, quién ve la expresión turbia de esa carnal mirada, evoca las visiones de una caverna fría y de una selva tórrida en una edad pasada. Monarca destronado que ve su cetro roto, los ojos vuelve al reino que á sus espaldas queda, á sus antiguos años, á su país remoto, al lírico ramaje y al pájaro de seda... Recuerda el viejo bosque de barbas patriarcales, las fieras ostentosas de pieles estrelladas, la charca compungida de trágicos cristales, el río escandaloso de torpes carcajadas... Recuerda que en un día fué rey del orbe entero, y, al recordai'Io, sufre sin expresar sus quejas; 116 AtMA A. \í ERICA ¡y piímsa en el penacho del ruitio cocotero y en la silvestre pompa de las edades vifjas! Es suyo el primer beso de amoi' en la montaña, es suyo el gran instante por el que el hombre existe licfic, al j)orisarIo, el f^esto de una soberbia extraña, con su actitud beatifica y su lujuria triste... El vil) salir al hombre de una caverna obscura, él vi(') la Edad de Piedra brotar como una fuente; y cotisult(') los astros de la sagrada altura que el porvenir gobiernan... y doblegó la frente. Por eso es el enorme dolor de su mirada : es un dolor de siglos el que se siente en ella; l)0r(|ue demora siglos y llega fatigada, como si fuese el rayo de una lejana estrella... ¡Son suyos el aliento de la montaña, el vario giro de las especies, la fronda en (jue se esquiva la escena de los besos, el ser rudimentario, la fuer/.a creadora y el alma pi-imitiva! Monarca destronado (jue ve su cetro roto, los ojos vuelve al reino que á sus es[)aldas queda, á sus antiguos años, á su país remoto, al lii-ico raiuiíje y al i)ájar() de seda... V srj ^ ^ íQk SE* C^ &^ ^ & g'fiS m m m ®f® m m w EL SINSONTE Oh cóndor : yo te admiro ! Eres el vuelo... ¿Llegará á tí m¡ nota lasliniera? Me asombras cuando cruzas á manera de una noche que pasa por el cielo. La noche en la montaña es como un duelo; y, entre tanto clamor de madriguera, croar de rana y ulular de fiera, mi flauta es un dulcísimo consuelo. Déjame ¡oh cóndor! en mi selva umbría; que á la par que tu vuelo se retuerza, retorcerá mi canto su armonía. ¡Naturaleza, previsora, en tanto, me dii» mi canto y me ncg('> tu fuerza, te dio tu fuerza y te neg<') mi canto 1 ^1 Kix^ Ki/^^ Six^ Six^ ^^y 'Ny^ Kix^ kix^ K^x' -IDILIO TROPICAL En una margen del patrio río, hice despojos de un carrizal ; y aleó una choza sobre un pantano, siempre más puro que una ciudad : en cuatro robles clavó mi techo ; y de las vigas luego colgué flexible hamaca, que me adormece, como canoa, con su vaivén... Cuando la luna se ve en el río, me halla durmiendo sano y feliz, y cabecea sobre las ondas cual si quisiese también dormir; y en las mañanas, cuando el sinsonte abre el estuche de su canción, bajo la hamaca donde he dormido, las huellas tibias buscando voy de la culebra que se enroscara, de la tortuga que ya se fué y del tigrillo que hundió en el fango como en un molde sus cuatro pies. IDILIO TliOPICAL 119 Súbito, truena mi carabina contra la playa que cerca está; y me saluda con sus bostezos despreciativos largo caimán : las garzas vuelan despavoridas; y, sobre el biombo del cielo azul, pintan sus equis cuando se quiebran, como si fuesen aspas de cruz. Y en el boscaje persigo el tigre; y en las cavernas, en lecho en flor, le hallo durmiendo; y alzo el machete con que le parlo su corazón : gruñe; me fija las esmeraldas de sus dos ojos; rueda hacia atrás; tiembla; recoge sus zarpas finas; se apelotona para saltar ; y al ün, la sangre, que ensaya un charco, como una ola lo echa á mis pies : ¡ y son iguales á sus pezuñas todas las manchas que hay en su piel ! Después, en alto cuelgo el machete de que chorrea sangre mortal, como la lengua del mismo tigre que en una horca colgado esta... Tal es mi vida. Las hojarascas que me ensordecen con su rumor, viven bailando sobre mi choza como una eterna conversación ; y un cocotero saca el penacho, donde hay dos frutos en un vaivén, 120 ALMA AMKBICA como cabezas do dos salvajes que en una lanza clavase un rey. Tal es mi vida. Si tú lo quieres, ven, que la hamaca te mecerá ; ven, que los cauchos te darán sombra; ven, que las fieras te lamerán; y en este río, tendrás, entonces, plumas de garza, brillos de pez, aves de iris, flores de seda, frutas de oro, cañas de miel. Pero ¡ay! no vengas; que las montañas tienen miasmática exhalación, que incendia fiebres como el ensueño y que consume como el amor. Yo sí he nacido para esta zona, donde, meciéndose en un compás, criollas, sierpes y cocoteros siempre han tenido cintura igual. Yo sí he nacido para esta zona ; por(|uc esta zona tiene á la vez, las tenlaiioiies y los encantos... I y los peligros de la mujer! fils LA MAGNOLIA En el bosque, de aromas y de músicas lleno, la magnolia florece delicada y ligera, cual vellón que en las zarzas enredado estuviera ó cual copo de espuma sobre lago sereno. Es un ánfora digna de un artífice heleno, un marmóreo prodigio de la Clásica Era; y destaca su fina redondez á manera de una dama que luce descolado su seno. No se sabe si es perla, ni se sabe si es llanto. Hay entre ella y la Luna cierta historia de encanto, en la que una paloma pierde acaso la vida; porque es pura y es blanca y es graciosa y es leve, como un rayo de Luna que se cuaja en la nieve ó como una paloma que se queda dormida... ^ ^> ía í^ ^> ^ ^i m zJK¡ ®rS ©t® @f^ &f% w ©t^ w LOS COCUYOS Parpadeos de luces vacilantes bordan la selva cuando muere el día, á manera de extraña pedrería que relumbra y se apaga por instantes. En desatados círculos errantes, brotan cocuyos en la selva umbría, cual si alguien, con la fiebre de la orgía, arrojara puñados de diamantes. De día ocultos en la verde alfombra, sólo en las horas de nocturna calma divagan al través de la espesura ; y A fuerza de brillar entre la sombra acrisolan su brillo, como el alma que á fuerza de siUVir se hace más pura.., SENSACIÓN DE OLOR A Remigio Crespo Toral. Iba yo en mi caballo, por una angosta senda, entre un bosque de encinas. Soñaba una leyenda de encantamientos, hadas, monstruos, duendes y endria- y, con mis sueños mudos y con mis ojos vagos, [¡^os; marchaba lentamente, pero tan lentamente que el caballo mordía las yerbas. Un torrente culebreaba en un flanco ; y en el otro, las rocas me enseñaban sus puños y las cuevas sus bocas. De repente, el caballo se detuvo. Las crines sacudió; en su relincho se insinuaron clarines; y sus cascos sonantes arrrancaron del suelo cien chispas. En el musgo, como en un terciopelo, vi el montón de una ropa de mujer. — ¿Quién sería? — Desmonté; y, en mis manos, con nerviosa alogria, levanté aquella ropa que aun estaba ralienle, y aspiré sus perfumes, y hundí en ella mi frente... 124 ALMA AMÉniCA ¡(Jli (juó olor! Una urnla de embriagantes vapores me envolvió. Por en medio de un aroma de flores, (dalias, magnolias) una penetración de vida sentí, como saliendo de una gruta escondida, en la que ninfas griegas y lúbricos salvajes tuviesen una danza de ainor entre follajes. Era aquello una aguda provocación, un reto ó una audacia en el fondo de algo siempre discreto; una como memoria de los tiempos paganos, en que iban las bacantes lomadas de las manos y orladas con las hiedras. ¿Hiedras? ¡Oh maravilla fuese verlas orladas con hojas de vainilla! ¡Ese, el olor! Vainilla de bosques tropicales, que afina y enardece los olfatos sensuales, con el culto que es propio de una virgen montaña, que bajo el Sol se estira y en un raudal se baña, pomposamente llena de ese perfume intenso, que tiene algo de almizcle, de sándalo y de incienso. Pero nó; que hay, á veces, en el traje, otro aroma que es más que fuerte extenso, que á nido de paloma ó que á seno de virgen huele : huele á inocencia; y hace pensar en una celeste transparencia. Evoca á las cristianas doncellas, que el martirio sufrían con gentiles actitudes de lirio, todas llenas de tibia castidad, todas llenas de un Sol (jue hacia auroras por dentro de las venas. Es un olor á pinos resinosos, un suave hálito que es á modo del ensueño de un ave ó do una mariposa. Las densas trementinas de los bosques caducos impregnan, con sus finas cvaporizaciones, los trajes que entre ellas SENSACIOy DE OLOR 12.i pasan; y los viajeros imprimen menos huellas que las que llevan luego, de esos bosques, sus trajes. Ha de tener su choza por entre los ramajes de un pinar resinoso, la criolla, que acaso zabulle en el torrente su desnudez de raso. Y, en fin, en una onda que llegó á inflar mi pecho, olí caoba. Entonces imaginéme un lecho, un diván á su lado y un ropero labrado : una alcoba de aquellas con que siempre he soñado... Solté el traje. Jinete nueva vez, el camino proseguí entre la selva digna del Florentino; y mientras que el caballo relinchaba, yo olía en el viento un perfume de mujer todavía. El torrente alargaba su estrangulado grito, hilaba espumarajos en ruecas de granito; y sonaba, rompiéndose en las rocas filudas, como un gran palmoteo sobre carnes desnudas... rf y Vf y ^fy '4^ '^t^ ^t^ ^^1 '^v LA VISIÓN DEL CÓNDOR Una vez bajó el cóndor de su altura á pugnar con el boa, que, hecho un lazo, dormía astutamente en el regazo compasivo de trágica espesura. El cóndor picoteó la escama dura; y la sierpe, al sentir el picotazo, fingió en el césped el nervioso trazo con que la tempestad firma en la anchura. El cóndor cogió el boa; y en un vuelo sacudiíilo con ímpetu bravio, y lo dojó caer desde su cielo. Inclinó la mirada al bosque umbrío; y pudo ver que, en el lejano suelo, en vez del boa, serpenteaba un río... LA MUERTE DEL BOGA En un codo del río fué la escena. Después que ató su balsa en la segura margen, el boga, henchido de ternura, se quedó un punto en actitud serena. Previo la noche, y, con el alma llena de paz y ensueño, consulte) la altura; desenvolvió su canto de amargura; conleniph'» el río y se sinli(') una arena. Surgió un caimán. El boga, con crispada mano, se defendió; y el monstruo horrendo le aprisionó con brusca dentellada... La balsa se volcó... Yá no hubo estruendo. Después... después la linfa eniangrentada bonc) la sangre y prosiguió corriendo. ^f>s*®®®^ji^:5i^ LA VOZ DEL BOSQUE Tu ventana de hierros nerviosos y macetas en que se abren las flores cual si fuesen paletas, da al bosque : sus cristales que humedece el rocío, debieran de empañarse con tu hálito, amor ralo; porque es de verse un rostro de conventual paloma cuando tras los cristales con timidez se asoma. Así, siempre que paso por delante del viejo caserón, busco sólo tu ventana... y me alejo lentamente, mirando la cerrada vidriera y los hierros, en donde la ágil enredadera maniobra entre las jarcias de una marinería... ¡Y me siento yo todo lleno de poesía I Tú, en tanto, ayuna siempre de mi pasión secreta, ni te asomas al riego de una sola maceta, ni por una curiosa distraccicm blandamente ojirimeslos intactos cristales con tu iVente, ni por dar luz al fondo de tu dormida estancia abi-cs la piu'ila á uii golpe de Sol y de fragancia. LA VOZ DEL BOSQUE l29 Tal vez, en la tibieza de clausurada alcoba, delante del antiguo ropero de caoba, verás sobre el azogue del desconchado espejo las juguetonas líneas de tu sutil leflejo; V, en la penumbra inquieta como jardín de sombras, consumirás tu cuerpo que pisa sobre alfombras, sin respirar un aire de libertad y vida, como una estrella opaca, como una flor suicida, mirando plantas mustias entre uniformes tiestos, tapices arrugados como si hiciesen gestos, bujías que se escurren en lágrimas de oro, mienti-as que el bosque mudo y el vendaval sonoro se inquietan por mirarte salir á la ventana, para infundirte un soplo de vida americana... Abre por un instante. Mírate en el espejo : ¿verdad que más humano palpita tu reflejo? Pero, ¿qué ves ahora sobre el azogue...? Seda verde y pomposa de una titánica arboleda, raso azul y rienle de un pedazo de cielo, oro de Sol y plata de linfas, terciopelo de musgo, encaje fino de pájaros y flores... Flores, pájaros, grupos de los siete colores, hay en tu azogue : ¡mírate! Un pájaro travieso por picar una dalia se emborrachó en tu beso; y couio lú ai-rugaste la frente en tus enojos, él te pintó sus alas encima de los ojos... 1.10 ALMA AMERICA Nunca tu espejo pudo sentir más complacencia : el bosque se ha copiado sobre su transparencia como sobre un espíritu ingenuo otro sombrio; y en el azogue á veces hay un escalofrío, que es como la caricia que tiembla en la mirada de un rayo de Sol sobre la hoja de una espada. Mífatc; y al mirarte, gijzale en el bravio bosque, en que te hace un brindis con su cristal el río, en que te ofrece alcoba la encortinada gruta, en que parece un cofre de alhajas toda fruta y toda flor un vaso de vidrio ó porcelana y toda ave un estuche... Siéntete americana; y dejando ese lujo de vivir escondida, ¡canta tu canto, goza tu amor, vive tu vida! «3^ ^t-t^^-t-t-^^t-t-t- EL ADIÓS DE LOS EMIGRANTES ¿Adonde irá la nave empavesada? A la India, á la tierra milagrosa de Colón é Isabel ( ¡oh lauro! ¡oh rosa!) Y da el rumbo la punta de una espada. Por donde ayer el peto y la celada, va esta nueva Conquista luminosa, (jue, al despedirse, en las riberas posa la fatiga que siente en su mirada. Huye la nave... Y ven los peregrinos, de pronto, entre sus tierras y los cielos, una hilera de pájaros marinos, que ondula con artístico donaire, cual si fuese el adiós de cien pañuelos suspensos y agitados en el aire... SI? #^ EL MEDIODÍA EN EL ISTMO Corno placa bruñida por la ola, fulge la arena : el agua se retira; miasma sutil la ciénaga respira; y hay en cada peñón una aureola. En el cansancio de la playa sola, una tortuga aletargada expira; y, al redor de un lagarto que se estira, baten cien peces su encorvada cola. El aire quieto estA : ni un ave pasa; s('>lo «'¡yense en el mar, que el Sol abrasa, murirunacioncs con temblor de rezo; y, en la reverberante lejanía, en medio del sopor del mediodía, se abre la inmensidad como un bostezo... V EL CÓNDOR CIEGO A Ángel Zarra ga. I Oh, pobre ave cautiva! tú yá no con los ojos retarás al Sol nunca. No más los dardos rojos que el Sol sobre tu cresta quebraba tenazmenlt serán desprecio tuyo. No más la brava frente has de volver al cielo, como un orgullo alado. ¡Ya todo acab('), todo se fué, todo ha pasado! Desdobla lentamente tus inútiles alas; pero antes j ay ! pasea tus ojos por las salas del azul, como, en una trágica despedida, el hombre que recuerda su juventud yá ida. Y luego, aguarda. ¿Acaso tiemblas con el inslinlo de una sospecha? ¿Acaso te da miedo el recinto de férrea jaula? ¿Temes las osadías sumas de sacrilegas manos que recorten tus plumas? En tu cerebro informe, no concibes ideas humanas... ¡Oh ignorante piedad : bendita seas!... 10 134 ALMA AMERICA Aguarda, aguarda, pobre cóndor. ¿ No ves el fuego en que barras punzantes se enrojecen? Pues luego el montañés, salvaje más que tú, con los rojos hierros, gozosamente, calcinará tus ojos... Y ha de soltarte libre por los espacios. Bate tus ya fúnebres alas, cual corazón que late desesperado; tiende tu señoril cabeza, como el instinto eterno de la inmortal belleza, hacia la misma altura, que, aunque invisible, sientes dentro de tí, á manera que artistas y videntes se dan cuenta del rumbo del porvenir... ; y sube, más allá del picacho, más allá de la nube. Sube, sube... ¿No encuentras al Sol? Todo es obscuro ante tí como es ante las almas el futuro... Sube, sube... ¿Hasta dónde te persigue la sombra? ¿Dónde acaba la noche? Pero di : ¿qué te asombra, si es igual á tu vuelo nuestra humana osadía, que va en busca de todo sin llegar todavía?... [prendes ¡Y, al Un, caesl Comprendes que estás ciego. Com- que es inútil la audacia de ese vuelo que emprendes; te detienes un punto; y, al fin, caes sin vida : caes como cayese la esperanza perdida. Te agrandas como un griego símbolo, de repente, que desdobla en las nubes el ímpetu de un salto; y es así c()mo caes, imperativamente, con las alas tendidas y la cabeza en alto... M.J LA DANTA SORPRENDIDA Estremecióse la montaña obscura; y hasta la orilla de la propia fuente una danta llegó, que bravamente se improvisó una senda en la espesura. Enturbió con su sed el agua pura; mas inmóvil quedóse de repente, al mirar que en el agua transparente salpicaban los astros su blacura. Súbito, apareció frágil piragua : sonó del boga el canto de tristeza, al chischás de los remos contra el agua. Cuando lo oyó, la danta entró en recelo; y al suspender, de pronto, la cabeza, se encontró con los astros en el cielo... A UNA DAMA ESPAÑOLA Vestida de negro os miro llenar de gracia discreta, al lado del Rey Poeta, las Cestas del Buen Retiro. Ya abanicáis un suspiro, ya esgrimís una mirada; y es así que encresponada lucís la pálida frente, como una luna creciente en una noche enlutada. Reís del bufón, señora, que á vuestros pies se fatiga, de Olivares que os intriga y del Rey ([ue os enamora. ¿ Vuestra carcajada llora ? Tal vez; pero, entre esas gentes, vuestros labios sonrientes se abren con alegre afán. ¿ De qué corona serán las perlas de vuestros dientes? A UNA DAMA ESPAÑOLA 137 Un golpe soltre el atril : rompe la orquesta al instante. Tiembla el violín sollozante y retumba el tamboril. Vuestra risa de marfil parece que entra en la pauta; y fíngese, allá, en la cauta fronda de opaca ilusión, la rítmica confusión de la paloma y la flauta. Con voluptuoso frufrú, danzan, en lírica rueda, entre pájaros de seda, mariposas de tisú. Gallarda como un bambú, tejiendo bailes se os ve; y ensayáis, sacando el pie, al son de la blanda nota, ya inflexiones de gaveta, ya actitudes de minué. De pronto, un paje, Hacia vos extiende un cerrado pliego. Con una mirada, luego, le decís al paje adiós. El Rey, que ha llegado en pos, pediros razón intenta; y sobre el pliego, que ostenta una albura inmaculada, hay una oblea encarnada como lágrima sangrienta 138 ALMA AMÉ me A Las cejas el Rey enarca, como exigiendo merced. — ¿ El pliego? — Tomad : leed — — ¡ De Calderón de la Barca! — Pálido asombro se marca en la frente de los dos... Es en verso. Invoca á Dios; y jura que os quiere bien, pero que, harto del desdén, se ordena fraile por vos. El Rey, con altivo porte, el pliego rasga en pedazos; y vos caéis en los brazos de las damas de la Corte. ¡ Feliz pecho el que soporte cabeza tan seductora!... Bella aparecéis, señora; pero como nunca bella : tal se desmaya una estrella sobre un girón de la aurora. Como espuma de oleaje, vuestro rostro de blancura resalta entre la negrura de vuestro enlutado traje. Vuestra sonrisa es celaje (jue hace un último derroche; y así, exánime, entre el broche de vuestro obscuro vestido, sois un lucero dormido en el fondo de una noche.... EL GUACAMAYO A José L. Coca. Nada es el orgullo del pavón y nada es el lujo inútil de las vanas flores, ante el guacamayo de la pompa alada, que es como el estuche de los resplandores. Trozo de arco-iris y primor de hada, él, diseco un día, rimará colores, en el salón regio, con la luz dorada de los candelabros acariciadores... Y ante los espejos, en la tenue sombra, abrirá sus alas como dos paletas, sobre los dibujos de florida alfombra; y con el orgullo que en la selva misma, se erguirá en la sala lleno de facetas, como si lo viesen á través de un prisma... POMME DE TERRE A Nilo Fabra. Celeste es la casaca de casto terciopelo que ostenta el Rey de Francia triunlando en el saliui tapices en los muros y alfombras en el suelo infunden blandamente la misma sensación. Brocados fulgurantes, con primoroso anhelo, el terciopelo cubren como una floración; zafiros y granates constelan ese cielo ; y hay un troquel en cada metálico botón. Un juego de mil luces relumbra en la casaca del Luis decimosexto, que entre ella se destaca en la suntuosa fiesta de su salón real. ¡ Y esa casaca augusta pasca por la Historia, llevando, como insignia perpetua de su gloria, la flor americana prendida en el ojal ! tf>®®^?®®*® BAJANDO LA CUESTA A Antonio Machado. Cae la tarde. Yo sobre el lomo de mi caballo suelto las riendas; y con fatiga bajo la cuesta. Y mi caballo va, lentamente, sobreponiendo sus firmes cascos de piedra en piedra : una resbala y otra vacila ; pero él retiembla... y avanza, avanza, siempre hacia abajo, [testa, con el plumero de largas crines desparramado sobre la Allá, en el fondo, bulle una aldea : nocturno albergue se esconde en ella; y en el silencio con que la tarde en el profundo valle bosteza, una campana, con lento doble, con lento doble, como el chasquido de dos cristales, límpida suena. 142 ALMA AMERICA La tarde tiene no sé qué raras conversaciones con mis tristezas. Por un misterio, las cosas crecen dentro de mi alma cuando penetran. La fantasía mueve mis nervios. Mi poesía vive de afuera. Y yo no sufro por mí : yo sufro por lo que sufre la consternada Naturaleza. Hago, así, un gesto desapacible, cual si el recuerdo de un desencanto me acometiera; porque en la calma de ese silencio, que sólo turba campana lenta, oigo, de súbito, en un recodo de la montaña, brincar la nota desesperante de una carreta. Entonces, vienen á mis oídos los cascabeles de las acémilas y las palabras de los arrieros, que se prolongan por los recodos como un alerta... Y mi caballo va, lentamente, sobreponiendo sus lirmes cascos de piedra en piedra. La aldea prende todas sus luces; y ya está cerca. El cielo prende todos sus astros; y como nunca lejano queda. De pronto, suben á mis oídos, desde la aldea, ecos alegres de voces llenas : gentes que cantan BAJANDO LA CUESTA 143 y que conversan; y hay un tumulto de risas frescas, que son las risas de muchos niños que por las calles saltan y juegan; y, por en medio de la sonoi'a gárrula mezcla, oigo el ladrido de un perro á veces, que se desdobla como una larga cinta de seda.., Y, entonces, pienso que, en estas horas, son, como nunca, triste el camino, mustio el caballo, larga la cuesta. Y mi caballo va, lentamente, sobreponiendo sus firmes cascos de piedra en piedra... *$*^*$* *$*'f*'$* *$*'^*^ EL ÁRBOL BUENO A Manuel Machado. Señor, tú sabes que soy bueno, bueno como un árbol con frutas y con flores. Ni hay en mis frutas jugos de rencores, ni hay en mis flores gotas de veneno. Mi corazón es fuerte y está lleno de hojas frescas y pájaros cantores : no tendrá nidos, pero tiene amores; y es como una protesta sobre el cieno. Si el Sol me ha dado savia de poeta, tuyo es ¡ Señor! el numen que me inquieta, tuya es ¡Señor! la fiebre que me abrasa. Un árbol soy, con alma y con sentidos; y mis versos, apenas los ruidos que hace el viento en las hojas cuando pasa... CIUDAD FUNDADA SANTA FÉ DE BOGOTÁ Al Dr. D. Eduardo Posada. I Bajo un enorme casco de rutilante acero, allá, en la cumbre, súbito, apareció un guerrero sobre un corcel nervioso... Jiménez de Quesada persignó los abismos con la cruz de su espada; y convirtió los ojos, desde la brava altura, hacia el lejano rio, que, entre una selva obscura, se retorcía abajo, con el zigzag de un gesto, como una larga víbora entre un florido cesto... Por ese río, á modo de procesión flotante, trajo él su fiera tropa, desde la mar distante. Y selvas desgreñadas, y trágicos esteros, y ciénagas falaces, cruzaron los viajeros. ¡Oh Capitán! Los bosques orlaban vuestra frente; las ciénagas lamían los pies humildemente; Vi6 ALMA AMKHICA y los esteros, mudos de asombro, al contemplaros, se abrían á manera de grandes ojos claros... El Magdalena hacía sus eses como un boa, doblándose piadoso bajo la audaz canoa; y el Capitán, gozando de tanta maravilla que un cuerno de abundancia vació sobre la orilla, no so curaba nunca ni del caimán membrudo, ni de la arana infame, ni del mordaz zancudo... Y, en tanto, en las montañas, que parecían muertas, jaguar adolorido lanzaba sus alertas; y una culebra, á veces, al fondo del boscaje, silbaba como silba la flecha de un salvaje... Tal fue. Pero la gente, ganosa de la altura, ve al fin, bajo los Andes, tenderse una llanura rica de pasto y llena de floreciente abono, como un tapiz tendido bajo los pies de un trono. Y al ver que, en ella, un rio sereno se destaca, meciéndose á manera de voluptuosa hamaca, el husmeador caballo del Capitán remueve sus largas crines, tiembla con el temblor más leve; y arroja al aire un fresco relincho de ventura, que suena por encima de toda la llanura... II Hecha con un solo árbol, más farde, una piragua, Iraz(') por nn instante su rúbrica cu el agua, del Magdalena á lo ancho : })or la contraria riba tropel de niidas sonantes llegaba desde arriba. CIUDAD FLWDADA 1't7 Y la canoa aquella que desprendió Quesada fué á detenerse ante otro guerrero, cuya espada reverberó... Ostentaba traje de fina tela, sombrero rico en plumas y botas de áurea espuela. Tal Belalcázar. Viene con su arrogante tropa, como un desGle asiático envuelto en fausta ropa, desde el Imperio mismo del Sol, donde Pizarro fundió en oro macizo las ruedas de su carro. Él sometió á sus plantas todo el reino de Quito; y, ensanchando la curva de su anhelo infinito, se lanzó en viaje luego sobre Gundinaraarca : ¡y no exploró más tierras la paloma del Arca! El conquistó á los Pastos tenaces y aguerridos. En Popayán rompieron los broncos estampidos de sus arcabuzazos en un pregón de gloria. Vio los campos de Cali. Se perpetuó en la Historia con Timaná fundada sobre ínclito cimiento; que una ciudad es siempre mejor que un monumento... Y, al fin, llegó hasta el punto donde le halló la tropa de Quesada. El br¡nd(')les con corazón y copa, uno y otra de oro; y hablóles del imperio de Atahualpa poblado de atractivo misterio, de la de Rumiñahui reverberante espada y de una tierra nunca por la ambición soñada... Y deslumhró los ojos de los Conquistadores con cántaros de arcilla que simulaban llores, l'ii aLMA AMÉRICA vajilla regia, mantos de abrigadora lana, joyas de ricas piedras, trajes de pompa indiana : clavó contra la lona de su tienda una cuña de plata; y se hizo alfombra con pieles de vicuña. Uniéronse ya entonces uno y otro guerrero; y de sus dos espadas brotó una cruz de acero. Las tropas de uno y otro se hicieron un conjunto, cual lo hacen los dos ríos en ese mismo punto. En ese punto, el Cauca se junta al otro rio como un dolor sombrío á otro dolor sombrío; y ungen ambos luego, por entre las malezas, una serpiente sola pero con dos cabezas... III « Gran noticia he tenido ; llega gente española por los llanos. Se acerca. » De la montaña sola tal escribe un mensaje capitán desterrado, con achiote silvestre sobre piel de venado. ¡Era el otro! Faltaba; pero al fin ya venía... El Tudesco asomóse por la selva bravia, cual si fuese un dios rubio de los bosques paganos; y entreabriendo las liojas con sus trémulas manos, sacó a luz sus cabellos fulgurantes y rojos y el albor de su frente y el añil de sus ojos. Detrás del los soldados le formaban tropeles, envolviendo sus carnes en selváliías pieles, CIUDAD ILWUADA 149 cadavéricos, tristes, silenciosos, soiiihríos, trasijados por hambres y esquilmados por fríos. ¿Desde d()nde llegaban? Fredemán era enfermo de la fiebre del siglo. Ni en el llano más yermo, ni en la sierra con nieves, ni en el río sin vado, sintió nunca en ul alma despertarse un cuidado. Y el seguía y seguía y seguía adelante, quebrantando las zarzas con su pie de gigante, entreabriendo las olas con su olímpico brazo y rompiendo las nieves con la fe de un hachazo. Él pasó por en medio de las tribus salvajes, cual Moisés por en medio de los bravos oleajes; y vio á muclios corceles y vio á muchos soldados por larguísimas flechas contra el suelo clavados. Una vez vi(') que un tigre saltó sobre el sendero, estranguló un caballo, despedazó á un guerrero; y huyó por las sabanas, entre la yerba sola, mostrando únicamente la punta de su cola. Y otra vez vio la muerte de un boa atragantado, que, después de lograrse devorar un venado, retenia en la boca la brutal cornamenta, cual si el símbolo fuese del que todo lo intenta. IV Cesó el éxodo. Entonces decidieron la vida reposar juntamente, sobre aquella tendida, verde y fresca llanura Y en un día de gloria la ciiidail fu('' fundada |K)r los tres. Tal la Historia. 11 150 ALM.I AMEUICA Uno le puso el casco de la sabiduria; olro la envolvió en sedas de gracia y gallardía; y el otro, al son alegre de músicas guerreras, lendi(')lu ante las plantas las pieles de sus fieras. Ciudad ([ue hace tres siglos que ti-iunfa de la muerte, tiene las tres virtudes : es sabia, bella y fuerte. Parece que una Estrella preside tal venlui-a; y así es cómo, á lo lejos, confunden su figura, de las historias viejas en los confines vagos, los Tres Conquistadores con los Tres Reyes Magos. PIEL DE PUMA Rasga el puñal como acerado diente la pintoresca piel : brotan raudales de sangrientossf ubícs y corales ; y abate el puma la espantada frente Dobla, sobre su cuello, airosamente, la rodilla Nemrod : himnos triunfales pugnan entre los áspei"os breñales; y se tiñe de púrpura el torrente. La piel envuelve, con abrazo estrecho, la desnudez del cazador fornido : ¡que orgullo siente, cuando cubre un pecho: mas su orgullo es mayor, cuando reposa, á la manera de un tapiz tendido, bajo los pies de una mujer hermosa! ÉGLOGA TROPICAL Pasan tres parejas. ¿No ves cómo corren por selvas y llanos?... Una es la pareja que viene del río de búfalos bravos, cuyos márgenes tienen encinas, en las que se enroscan, con grandes letargos, boas de diez metros; y entre cuyas aguas, se ensanchan tortugas... se estiran lagartos. Son Rene y Átala los de la pareja. ¿No ves cómo corren por selvas y llanos? Otra es la pareja que viene de en medio del mar encrespado; pues vivió en una isla de flores que parece un cesto, que parece un ramo, y cuyos idilios transcurren alegres enlre las palmeras y entre los bananos... Son Pablo y Virginia los de la pareja. ¿No vos ctMiii» corren por selvas y llanos? ÉGLOGA TUOI'ICAL 153 Otra es la pareja que viene del Valle del Cauca sagrado : paraíso de ensueño y icrtiura, donde lodo es risa, donde lodo es ranto; pero en el que, á veces, sobre los sepulcros, bate negras alas el fúnebre pájaro... ¿No ves? Son María y Efraíin que pasan. ¿No ves cómo corren por selvas y llanos? Pasan tres parejas... ¡ Ali ! ¡Si lú quisieses, podrían ser cuatrol í^fí Srsía EL ALA DEL ÑANDÚ El ñandú en las pampas huye perseguido por el fiero gaucho; y, en carrera loca, corre presuroso, corre, corre, corre, tanto que parece que ni el suelo toca. Mide la llanura con sus bruscos saltos... Nadie lo protege, nadie lo socorre; pero, al acicate de su propio miedo que le da más fuerzas, corre, corre, corre... Lo persigue el gaucho sobre el ágil potro ; se oye el galopante casco que retumba, el fragor de estribos, elruniúnde espuelas y el zig-zag de un lazo que en el aire zumba. Y cuando ese lazo gira y se desdobla, el ñandú, al sentirlo, cree en su torpeza, que está libre s«')lo con abrir un ala y esconder debajo luego la cabeza. ¡ Y es porque presiente que más tarde esa ala se abrirá en las manos de una dama hermosa, (|ue también, á veces, cubrirá con ella la coíjui'tería de su faz de rosa! EN LA armería REAL A Salvador Rueda. \ Epopeya de la muerte! ¡ Cementerio de las armas ! Hoy las huecas armaduras, en que un día los heroicos corazones palpitaban, son apenas un tumulto de recuerdos que se yerguen silenciosos á manera de fantasmas. ¡ Epopeya de la muerte ! I Cementerio de las armas I Estos son los mismos bronces que rompieron, con los timbres de su fama, la sordera de los siglos y evocaron las proezas resonantes de la Iliada. Aquí están las armaduras de la buena madre España; aquí están los entusiasmos vigilantes, aquí están las pensativas esperanzas, aquí están las vanidades insepultas, aquí están las ambiciones perpetuadas, cual si fuera el espectáculo clocucnle y fragoroso de un ejército en batalla, 156 ALMA AMÉRICA que de pronto se quedase pai'a siempre suspendido, á manera del retrato más hermoso de la ra/.a... ¡Epopeya de la muerte! ¡Cementerio de las armas! Armaduras de cnf¡;ranados varillajes que i'fpliegan y (Icsplicyaa sus escamas, como un juego combinado de abanicos entreabiertos ó de naipes que cartean y desdoblan sus barajas; cascos finos en que flotan los penachos, que en las Indias, en carreras por los bosques y las parecían, sacudiéndose en el aire, [pampas, las espumas encrespadas con que corre por los cauces retorcidos el tumulto pedregoso de las aguas; grandes oes de rodelas, que son ojos sin pupilas ó son bocas asombradas, cuyos platos que parecen catalcplicas tortugas, esperando están al héroe que golpee sobre el bronce con el pomo de una espada; y banderas ¡oh banderas! las que en Flamies y en Italia, y al través de los dos Mares y al través de los dos conocieron los rugidos de las olasy montañas, [Mundos, du(?rmen quietas hace siglos, duermen tristes, duermen lánguidas, ya extendidas en los muros, cual si fuesen mariposas enclavadas, ya suspensas y exprimidas en arrugas ondulantes, cual si fuesen viejas águilas, que, posándose en la nieve de las cumbres, [alas... replegasen para siempre los cansados abanicos de sus !•: .V L A A /{ .1/ /■: /{ I A n E A I. f 1 r. 7 Esa antigua y noble hoja, esa que hace cuatro siglos que descansa, esa tuvo contraidos en su firmo cinpiiñadnra cinco dedos sarmentosos en las épicas vendimias di,- la Esa otra que parece [casta. la sonrisa de una irónica amenaza, osa estuvo tinta en sangre cincuenta años y hoy apenas en sus rojas pesadillas se aletarga. I Oh temblores misteriosos los que tienen las espadas ! Hay alguna — la del cuarto Rey Felipe, la del siglo de las lelras y las armas, — toda olla, toda ella, desde ol puño hasta la punta, temblorosa y estriada, cual si acaso le corriera poi" la hoja el estrépito medroso de una trémula batalla... Por en medio del tumulto de esos largos dedos fiíos que parece que señalan, firme, seca limpia, casta, hay la hoja de una espada : ¡es la espada de Pizarro, cuya cruz es el más digno juramento de la i'azal Esa espada supo un día, cuando el grupo desconfiado vacilaba, estampar en las arenas con su punta la elocuencia decisiva de una raya. Y el gran héroe señalando, con la misma punta aquella, lejanías ignoradas, dijo así, lleno degbjria : — ¡ Qué me siga quien me siga?^ Sólo trece le siguieron y pasaron esa línea consagrada. 158 ALMA A mi: RICA ¡Olí Pizarro ! Gran Pizarro : resucita; que haces falta. Ku la arena movediza de los siglos grabar debes otra linea con la punta de tu espada; ])urque entonces, para siejitpre, no trece hombres, trece pueblos pasarían esa raya. Estas son las armaduras en que el Padre Sol de América encendía llamaradas. En los trópicos, el rayo, que cercena las caobas y deslumhra las montañas, deteníase de pronto en el copo de un penacho ó en el ceño de una espada. Pavonados los aceros de rodelas y corazas, los verdores de esas selvas, los azules de esos ríos y los múltiples colores de esos cielos, reflejaban... El resuello de los bosques y el suspiro de los pampas sacudían las banderas, que amanera de anchos bucles se envolvían y ondulaban. Entre el trote de los ágiles corceles, que en arneses luminosos escondían sus audacias, se sentían en la tierra, tierra virgen pero madre, bajo el casco los rumores de la yerba que brotaba... Como un día, en el misterio del cenáculo aposlcílico, la ílama repartida sobre todas las cabezas, la Nalura, madre fuerte, madre virgen, madre santa, repartía niai'iposas que en los cascos se paraban EN LA armería REAL 159 y aves nuevas que venían revolando por los aires y rompían sus canciones en las puntas de las lati/.as.. j Epopeya de la muerte! ¡ Cementerio de las armas ! Hoy las huecas armaduras, en que un día los heroicos corazones palpitaban, son apenas un tumulto de recuerdos que se yerguen silenciosos á manera de fantasmas... j Epopeya de la muerte ! I Cementerio do las armas! V T ¿/ ^1^ ^ T tf^ ^ T tf/ ^ V ^^ y ^ ^ V ^ -^ y ^ ^ T tff V V N/ V V V V ^t'^ V CAHUIDE Solo en la fortaleza granítica se siente; pero se opone al reto de la Conquista hispana. Empuña flechas y arco; se asoma á una ventana ; y contra todos lucha multiplicadaracnte. Como un peñón que corta las aguas de un torrente, se yergue en la osadía de su locura vana; y evoca, en los recuerdos de la virtud pagana, al héroe solitario que defendía un puente. Triunfa el asedio. Cruje la puerta, que al fin gira; y entra el tumulto. El indio refugiase en lo alto; pero, de grada en grada, luchando va con ira. A la techumbre llega; persigúele el asalto; /, de repente, sobre la iiimiMisidad, se mira la elástica s,'lueta de un hombre que da un salto... <^>i.'V<^ J^K^^ >*^AH- 3*^^*^ i^^tx, *kéti ij^^Mi r^^-i i^é»^ ^«B^^^A, LA CABEZA DE GONZALO En dos picotas lijas cabezas cercenadas, en medio del camino, destácanse altaneras : la una es la de un viejo de carnes como ceras; la otra es la de un joven de vividas miradas. Ya Carbajal no tiene pupilas animadas; pero las de Gonzalo relumbran como hogueras : parece que en el fondo miran flotar banderas, caracolear caballos y entrechocar espadas. Los ojos moribundos, en trá¿'¡ca revista, viajan por el Dorado, sueñan en la Con(niista; y siéntense encendidos en resplandores rojos... Un cóndor, que atraviesa volando indiferente, ve ese dolor; y, entonces, baja... y piadosaraentej al golpe de su pico, revienta los dos ojos. «^TNi-'V^^ 0f% &f^ &f^ m^ §f^ @if® &fí) CT§ CTS LA ÑUSTA EriSODlO DE LA CONQUISTA DEL PERÚ A D. Eugenio Larrabure y Unanue. I García de Peralta : ¿qué tienes tú con tanto reflexionar? ¿Qué tienes con tu épico quebranto, siempre con las pupilas en tierra y ambas sienes entre ambas manos?... Joven Conquistador; ¿qué tienes? ¡Ay! cuan mejor te fuera no llegar enrolado á las tierras incaicas con tu fe de soldado; que así libre, más libre, mucho mas todavía, esa tu alma española, tu gran alma seria. ¿ Qué te importa el tesoro, qué te importa la fama, qué te importan los lauros, si la ñusta no te ama? No hay un brazo de indio (jue tu brazo retuerza; pero, en cambio, la gracia puede niás que la fuerza .. ¡Y es inútil! Tu podio do l)roiuMnea coi'aza no vacila ni liomhla bajo un golpe de maza; LA ,'^LSr.4 163 pero se abre, á manera de partido diariianle, cada vez que la ñusta le contempla un ¡nslanle. Y la ñusta que huye tus ardientes antojos pone, al verte, el insulto de su raza en los ojos; y tú buscas la rabia de la india altanera, ¡por gozar de la dicha de ser visto siquiera ! Don García : eres fuerte; mas no sirve ser fuerte, si el amor de la ñusta desgobierna tu suerte. Don García : eres noble ; mas no sirve ser noble, si el turpial de las Indias hace nido en tu roble. Don García : eres grande ; mas no sirve ser grande, si el león se enamora de una alpaca del Ande... II — ¡ Ñusta, ñusta, yo le amo! Vente á España conmigo. Te daré la hidalguía y el amor. — ¡Enemigo I — Las católicas aguas echaré con mi mano en tus (inos cabellos de abcnuz, — ¡Es en vano! — Scguií'é tu capricho, velaré tu reposo, guardaré tu nobleza con mi espada. — ¡ Airibicioso! — Con mis lauros triunfales, á tus pies daré abrigo; que mi amor es más grande que la gloria. — ¡ Enemigo! — Cambiaré los guayruros, con que adornas tu cuello, por diamantes preclaros del más vivo destello; 164 ALMA A M /:/{/€ A cambiaré tus argollas por labrados pendientes, en que luzcan las perlas como lucen tus dientes. Te daré todo el fruto del botín que me toque Tu mirada penetra mucho más que mi estoque; y es así cuál me siento vacilar á tu vista : mi conquista fué grande, pero más tu conquista; que tu amor me sofoca y es tu amor mi castigo. Ten piedad del que te ama. ¡Ten piedad! — ¡ Enemigo! Y así siempre... La ñusta fué más firme que acero, fué más dura que roca; y el gentil caballero en los juegos tan lino y en las lides tan bravo, se dolía de amores como un mísero esclavo .. — ¡ Bien ! — se dijo — ¿Es posible que cruzara las olas, que explorara las tierras, para verme hoy á solas debatir en esta ansia que consume energía y escarnece y enferma? ¡Basta yá!... ¡Será raía! ¿Qué me importa el tesoro, qué me importa la fama, qué me importan los lauros, si la íiusta no me ama? La he ofrecido mi nombre con hispana hidalguía y mi Dios y mi tierra... ¡ Basta yá!... ¡Será mía! III Ilualpa-Cápac es Inca. Llanta rojo le han puesto los hispanos. Él muestra sus insignias enhiesto. lluayti;i Cái)a<- le tuvo de una sciri; y en Quito, á veinte años de entonces, se oyó su prinier gi'ito. Y es muy sagaz : fingiendo su amor á los hispanos, ciñiise i'I Ilaulu rojo; y el cetro fué á sus manos. LA J^USTA 165 l'A, en el fondo, guarda rencor, rencor oculto; de esos rencores ¡ndTos que ignoran el insulto, pero que, en cambio, esperan que llegue con tardanza, con gran tardanza, ¡un solo minuto de venganza!... Así, á la par que gusta la hidalga compañía de los Con([uistadores, y aprende en su falsía la hispana lengua, mide la tropa castellana y astutamente busca la forma en que mañana pueda otra vez el Inca ser libre en el Imperio. Un ojo brilla, apenas, en el teatral misterio, con que él, cuando las sombras llegan á la alta cima, suele en los mudos campos hablar con Galcuchima. Ese ojo que le sigue no es de un espía, ese ojo no es frío : en sus miradas hay un ardor de enojo. ¿Quién siente así la ira contra el cautivo hermano de Alahualpa? ¿Quién puede tener ese inhumano odio, que le echa insultos envueltos en miradas, cual si le atravesasen espadas soljre espadas? Ese ojo que le sigue no es de un espía. ¿Acaso lo es el celoso amante que va siguiendo el paso de su rival? ¡Entonces, ese ojo es de un espía! Ese ojo tiene un rayo siniestro de alegría; y es porque sicnle un golpe de celos que le inflama cuando al rival odiado contempla. ¡ Kac ojo auia! IV Don García comprende, para mayor tormento, (lue la graciosa ñusla (jue le rob<) el aliento 12 166 ALMA AMERICA comparte viva llama de amor correspondido con Ilualpa-Cápac. ¿ Cómo decir lo que ha sentido el corazón de ese hombre, que nunca en el combate tembló y ante los ojos de una mujer se abate ? ¿Cómo contar las horas de inenarrable cuita, en que él piensa en el beso de la nocturna cita con que el rival oprime la boca de la ñusta y al parlas blandas formas con fuerte abrazo ajusta ?... ,:C(')mo expresar la lia de su ardoroso pecho contra el rival que, en breve, podrá partir el lecho y el trono con la ñusta que le turbó la calma?... Los que saberlo quieran ¡pregúntenselo á su alma! Y bien : él en las sombras, siguiti al rival, — ¿ En di'uulc será la cita? — El indio detiénese : él se esconde; y observa. Poco importa que piensen, don García, en que ello no te es propio : ¿qué amor no es el que espía? Y en vez de que la ñusta llegue también, quien llega os Galcuchiraa, el viejo general indio. Entrega un qnipu á Hualpa-Cápac. Dice con voz obscura palabras misteriosas. El gesto, la figura nerviosa, los inquietos ademanes, el modo de vcralredor suyo, ¡lo están diciendo todo! Tal es como Peralta se entera : él que creía ver á la ñusta en brazos de su rival, á espía llega con ser tan noble; que amor causa locura «pie arrasli-a hasta el abismo ó arroja hasta la altura. La ÑUSTA 107 En su encontrada fuerza capaces son los celos de las bajezas grandes y de los grandes vuelos. Mujeres : los que os aman y celos nunca sienten, tal hacen porque os toman en poco ó porque mienten. Mujeres : los que os dejan jugar con sus amores, ¡de más dichosa suerte no son merecedores! Es el gran Sacerdote de Caranquis. La ñusta coya va á ser. El Inca sobre la frente ajusta su llautu rojo y abre con majestad el manto de áurea vicuña. El coro de vírgenes un c;inlo da á los aires : son voces claras, limpias, serenas... Debajo de esas voces, hay un temblor de quenas. Suspira el Sacerdote. — ¿Por qué, por que suspiras ? — pregunta Hualpa-Cápac — ¿ Acaso sombras miras en nuestra unión? ¡Uespóndc! Mi amor es puro; y ella es, más que bella, pura : ¡ tú sabes como es bella ! — Y el Sacerdote, irguicndo la majestuosa frente al Sol que reverbera, suspira nuevamente... — Señor — dice la ñusta — no tenias. ¿ Quién podría burlar con el silencio tu sacra profecía ? jDinos qué ves! Yo le amo, y en el amor soy fuerte; después de ser su esposa, no importa ya la muerte. — 108 ALMA AMÉRICA Y el Sacerdote dice,, como si un duro peso se quitara : — ¡Os anuncio que moriréis de un beso! En ese propio instante, la soldadesca asalta al Inca y le aprisiona. García de Peralta capitanea al grupo; y en sus voraces ojos chispean alegrías mezcladas con enojos. La coya pide, entonces, ir con el Inca : es vano su intento. Así la estrecha con vigorosa mano Peralta y con ternura le dice todavía : — Conmigo vente á España. — ¿Yo?... ¡Nunca! — ¡ Serás mía ! El Inca va á lo lejos cargado de cadenas... No cantan ya las voces... No trinan ya las quenas... Y el Sacerdote, irguicndo la majestuosa frente al Sol que reverbera, suspira nuevamente. VI Fue entonces cuando, en medio dd odio que le exalta, pidií') tener las llaves García de Peralta, Y así quien salvar pudo, por una rara suerte, al grupo de españoles de traicionera muerte, quiso guardar el mismo del Inca el calabozo, acariciando el triunfo con íntimo alborozo que guardador le hacía de infieles y traidores y guardatior á un tiempo lainbicn de sus amores. LA NCSTA lf)0 Ella hacia él vendría con súplicas y llantos, — tai vez por tal angustia más bella en sus encantos — para rogar siquiera minutos de reposo en la prisión estrecha y en brazos del esposo. Y como su locura mayor quizás sei'ia, sabiendo que el esposo no contará otro día, porque innexil)le y duro yá el juez le ha condenado, poi* su traición, á muerte, querrá ver á su amado y sentirá en sus ansias la fiebre delirante que lo da todo, á veces, en pago de un instante. ¿Todo? Sí : á veces, todo. Tal dice don García las llaves enseñando : — ¡ Ya pronto será mía ! — Yá es hora, fuerte hispano : bien haces, si no hay modo de que consigas nada cuando la ofreces todo. Yá es hora, si, yá es hora de que tu afán concluya : ¡te costará la vida, pero ella será luya! VII Y se abrici'on las puertas de la prisión. — ¡ Oh ! ,iTú eres? — ¡Yo, Señor!... ¡Yo culpable!... Ten piedad si me [quieres... — ¿Tú culpable? — Perdona; porque ya no soy pura. Ya, Señor, no soy digna de alcanzar la ventura de besarte las manos ni los pies. — ¿Estás loca? VeiT, si quieres dar besos, á besarme en la boca. 170 ALMA AMERICA — ¡Ay de ti!... ¿No recuerdas la mortal profecía con que el Gran Sacerdote nos quilo la alegría? — ¡ Quién me diera esa muerte, mejor que otra que espero ' — ¿Quién le diera esa muerte? Yo, Señor, si lo quiero.. — ¿Y ([ué aguardas ? ¿ Deseas que yo acabe en las manos vengativas, en bi'eve, de los propios hispanos? — Es, Señor, que mi boca no está pura. El exceso del cruel don García me ha robado mi beso... Suya fui... — ¿Suya has sido ? — Suya fui para verte.,. El me ha dado las llaves... Yo le he dado la muerte... — ¡Habla! — Puse en mis labios el veneno en que mojan nuestros indios sus flechas... Yá mis miembros se aflojan... yá me ahogó... Yá acaso don García habrá muerto... Muchas veces, sí, muchas le he besado. — ¡ Oh ! Si es cierto lo que dices, entonces... ¡dame un beso en la boca! — No... Tú escapa... Eres libre... ¡ Huye! ¡huye! — ¿Estás loca? ¿ Qué me importa la vida sin tu amor? ¡Es un peso! — Hubo lucha en las sombras; y después... sonó un beso. VIII En el día siguiente, fué Peralta enterrado con magníficas pompas; y la india á su lado : los hispanos quisieron el hacer de esa suerte que, á través de los siglos, fuera suya en la muerte, la que sólo en la vida se entregara un momento... ¡No hay un alma española que no logre su intento! SENSACIÓN DE CALOR A Eiiriíjue Gómez Carrillo. Entre nubes de polvo, mi caballo corría y corría sudando, por la cuesta bravia que en los flancos de un monte serpenteaba. Ni un ave vi pasar por encima de silencio tan grave. ¡Oh, qué paz! Ni una hoja se movió en la arboleda. ... Un caballo corriendo y una gran polvareda... Bajo el Sol de verano, la altivez de mi frente coronóse de gotas de sudor; el ambiente era un soplo de rabia; y en la tierra, á lo lejos, se veían temblores de vidriosos reflejos. ¡Oh, qué sed! El caballo sacudía sus crines como hilos de perlas y ensayaba clarines con ligeros relinchos de enfrenada protesta... ...Y la sed era larga; y era larga la cuesta... De repente, vi un rancho. Y una charca delante, en su estuche de musgo, |)arecía un diamante. 172 ALMA AMI'niCA Y salló; y el caballo qued<') V\)vc del peso, y se fué sobre el agua. Y á la par que, en su exceso, enturbiaba las linfas con un hálito de horno, las domésticas aves chapoleaban en torno... Penetré. La criolla de purísima raza, que sentía en sus venas la pasión de una hornaza, sonrióme del fondo de su rancho. — ¿No tienes agua? — dije. (Un marlillo me rompía las sienes...) Y ella, muda y trauqiiHa, me escanci() en una copa agua fresca. ¡Oh, frescura! Desceñirae la ropa, y, así libre y alegre, fui bebiéndome todo aquel liquido puro, como bebe un beodo; y escuché, en mis delicias, el fresquísimo eco de una lluvia que cae sobre un campo reseco... Miré luego los ojos de la impávida hembra. En sus ojos había la intención de una siembra : parecían carbones de pasiiui encendidos, que csiu viesen mirando madrigueras ó nidos. La ciiolla, en el fondo de ese ambiente tan denso, se movía mareada, como envuelta en incienso; en mi pocho hubo espasmos más que nunca sciilidos, en mis nervios temblores y en mi mente zumbidos... Y sin que una palabra profanase el reposo, fué acercáudose ella cual la Amada al Esposo, con un modo lan suave, con un paso tan lento, cual si fuese un perfume La mujer que has ideado pertenece á tal raza. » Vanamente la buscas en tu innúmera grey ; » y servirle no pueden oracitin ni amenaza, » porque tiene otra sangre y otro dios y otro rev » — Cuando el rito sagrado le mandó optar esposa, hi/o astillas el cetro con vibrante dolor; y a(|ucl joven monarca so eiilorrí» t'u una fosa y pensando en la rubia fué muriendo do amor. LA TRISTEZA DEL I.\CA 179 Castellana : tú ignoras todo el mal que rae lias hecho. Castellana : recuerda que nací en el Perú. La tristeza del Inca va llenando mi pecho; ¡y quién sabe... quién sabe si la rubia eres tú! ^^^^^ LA QUENA No la flauta del dios, alegre avena del bosíjue griego, en que trinar solía : es flauta cual paloma en agonía la que en las noches de los Andes suena. ¡Cuan profundo lamento el de la (juena! La quena, en medio de la puna fría, desenvuelve su larga melodía más penetrante cuanto más serena. Desgranando las perlas de su lloro, á veces hunde el musical lamento en el hueco de un cántaro sonoro; y entonces finge, in la nocturna calmn, soplo del alma cünverlido en viento, soplo del viento convertido en alma... f^íf^i^í l^il^il^/ ^íi^íMi LA ÚLTIMA COYA Salpicada de sangre está la tela en que envuelve su carne dolorida; y una expresi<)n de triste despedida en sus húmedos ojos se congela. Algo busca, algo extraña y algo anhela; y cuando silenciosa y abstraída, se queda viendo un punto, hacia otra vida su misterioso pensamiento vuela. Juega con su collar, mientras la frente para mirarlo dobla : en tanto, el duelo quizás su mudo corazón traspase... Llora, llora y, llorando, de lepente rompe el hilo...; y los granos van al suelo, ¡como si su collar también llorase! Vi gfi ^> íf^ ©f® @fü w S't^ &f^ OT ®'t^ w LA BALADA DEL LAGO Dentro de los follaies obstinados una intención de luna se enredaba, como se enreda á veces un ensueño y no consigue atravesar un alma. En el lulo del bosque, honda laguna como un azogue trágico Icniblaba... Y allá, sobre el cansancio de la noche, se insinuó un ruido de sedosas alas : era un chischás de remos, que traía de lejos, de muy lejos, una balsa; y sobre aquella balsa, en que los cables ceñían sus pulseras en cien cañas, un cacique, de frente pensativa, venía en pie, clavando la mirada en su propio dolor. Erectas plumas sobre la ol)licua sien se perfilaban; y había un algo triste y misterioso en su actitud. Pasó como un fantasma, al vivo empuje de sus diez remeros y entre un niurniuUo de cuarenta flautas. 184 ALMA AMÉRICA Súbito, hacia aquel lado, por donde hizo su aparición el héroe, hubo una rara sacudida de frondas; y en la negra prolundidad, reverberó la plata de la Ircniula Luna, sobre un grupo de movedizos cascos y corazas. Luego un tlarin sonó, som') y sonando acabó en una nota aguda y áspera. Y cuando se perdió la nota aquella, se volvió á oir, en la e\tensi('»n lejana, entre el blando chischás de los diez reinos, el triste scni de las cuarenta flautas... Y hubo un fragor. Los hombres de la orilla despertaron el bosque con sus armas : lucharon entre sí. Sobre lo obscuro resonante arcabuz pitiii) su llama; y otro y otro arcabuz. Nuevos clarines restregaron sus ñolas en las alas de negro vendaval. Vino un in^iinK' en que la Luna se enciibri(') la cara. Pero el combate se intrinco en las selvas : durmió la sombra, itoslezo la calma; V oira ve/, S()!>re el lago silencioso, volvió á Hogar, al soplo de una ráfaga, entre el blando ihiscliás de los diez remos, el triste son de las cuarenta flautas... Teml)laron, nuevamente, los follajes; y poi- el llamo atiucl de la batalla. LA BALALA DEL LAGO 18=> hizo su aparición gente sajona de ojos azules, cabellera áurea y pies conquistadores. i Ali ! La Luna brilló sobre el acero de las hachas que mutilaron árboles. Un trueno de dinamita exasperó la entraña de la selva. Se oyó luego el galope de cien locomotoras desbocadas. Hasta que al fin silbatos penetrantes saludaron la luz de otra mañana. Cuando se enronquecieron esas voces, sobre el temblor lascivo de las aguas, volvió á llegar, desde el confín brumoso, como un rezago de la Edad pasada, entre el blando chischás de los diez remos, el triste son de las cuarenta flautas... I cp ^ ^ c^ ^ a(; &f% @t® &f^ &f^ W ®^^' EL PALACIO DE LOS VIRREYES A Luis Fernán Cisneros. En el viejo Palacio donde finos Virreyes dan su brazo á las damas y su pecho al amor, de improviso se imponen democráticas leyes como un pie de elefante que aplastara una flor... I Oh Pizarro ! En las noches, cuando luna de piala desenrolla una cinta sobre el denso capuz, en el mármol del suelo brilla un signo escarlata que recuerda la sangre con que hiciste tu cruz. Por la puerta, que á veces se ha cerrado al derecho y se ha abierto otras veces á tirano riiin, el Virrey, constelado de medallas el pecho, penetraba, á los sones de broncíneo clarín. ¡Oh tambores aquellos que atronaban el aire! ¡Oh guardianes aquellos enfilados en pie!... ¡Quien volviese á esos siglos del valor y el donaire! i QuitMi viviese la vida de ese tiempo que fué! EL PALACIO DE LOS VIRREYES IS? ¿ No es verdad que esta inútil libertad da tristeza? ¿No es verdad que la prosa de esta Edad no es mejor? ¿No es verdad que, en el nombre de la Santa Belleza, debería el Palacio consagrarse al amor? El cdcnico tronco de la clásica higuera con que el propio Pizarro decoró su jardín, luce un nido sin aves que parece que espera y retuerce sus ramas con angustia sin fin. No vendrán los Virreyes á sentarse á su sombra : no ha de oir yá los dúos del amor colonial : no lian de echarse las damas en su idílica alfombra, mientras cantan las fuentes su canción de cristal. ¡ Oh las fuentes aquellas que alegraban el aire ! I Oh jardín del Palacio que hoy tan triste se ve!... ¡Quién volviese á esos siglos del valor y el donaire! ¡Quién viviese la vida de ese tiempo que fué! En los regios salones salpicados de luces, se tejían pavanas y se hacía el amor : diez casacas lucían, todas llenas de cruces, tras de cada doncella como tras de una flor. ¡Qué tristeza más dulce la de flautas y violas! ¡ Qué ternura más blanda la del baile fugaz! Candelabros se erguían en doradas consolas, ante fríos espejos de enigmática faz. En las albas pelucas se fingían las nieves do los Andes rendidos bajo el trono español; 188 ALMA AMERICA altariicos dotaban como c<')ndores breves; relumbraban cristales como Templos del Sol. ¡ Oh gavotas aquellas que endulzaban el aire! ¡Oh mujeres aquellas que saraban el pie!... ¡Quién volviese á esos siglos del valor y el donaire I ¡Quién viviese la vida de esc tiempo que fué! ®*®if>®®»®* ALAMEDA COLONIAL Al otro lado del vetusto puente, desenvuelve su pompa una alameda, donde, ya en el brocado, ya en la seda, hace juegos de luz el Sol poniente. Es el paseo de la noble gente : en él trota el bridíín, gira la rueda; y, entre las frondas, el perfume queda de las damas flotando en cl ambiente. Tal los árboles fingen en las brumas casacas verdes que pintó el estío ; los destellos del Sol, regias miradas; y, por bajo del puente, las espumas van desfilando en el azul del río cual si fuesen pelucas empolvadas... t* LA TAPADA (crónica del virrey conde de nieva) A D. Ricardo Palma. Fué hermosa la limeña que alzó su celosía para mirar la entrada de aquel Virrey, un día; y sobre el Conde altivo cayeron sus miradas como una fresca lluvia de rosas deshojadas : así de los cohetes se ven caer las luces... Alz(') el Virrey la frente... y á modo de las cruces que forman cuatro espadas en varonil querella, los ojos del chocaron contra los ojos dclla. ¿ Y qué pasó ?... En la esquina doblando fue el tumulto; pero el Virrey llevaba más regocijo oculto que el que mostraba el eco de aquella algarabía. Y era su regocijo porque, á la vea que había su entrada sido un ti-iunfo como en ciudad sagrada, en corazón limeño también hizo su entrada. LA TAPADA 101 II — Tapada : vuestro ojo me atrae. — Impertinente estáis. — Tapada, veros querría vuestra frente. — Dejadme, voy al templo. — Tapada : abrid un poco, por caridad, el manto. — ¿ Que os habéis vuelto loco? — Tapada, no es bastante veros un ojo apenas. — Casada soy. Vizconde. — ¡ Yo sé romper cadenas! Los pies que lucís breves y el ojo que entre el manto mostráis y la cimbrada cintura, son mi encanto ; y yo en verdad os juro, tapada misteriosa, que ni el Virrey es digno de tan gallarda esposa... — ¿ Que... ni... el Virrey? — El ojo de la gentil tapada brilló como si fuese la punta de una espada; y en la nerviosa diestra se estremeció el rosario cogido entre los broches de su devocionario : fué un raudo movimiento ; pero el Vizconde pudo decirla astutamente : — ¡ Comprendo, seré mudo! III Galanteador Vizconde, ¿ qué piensas tú que quieres que á poco de quererlo te quieran las mujeres? 102 AL\ÍA AMÉRICA ¿ Quó crees tú que sigues á la tapada bella; y en un discreto quicio te ocultas cuando ella llega á su liogar? ¿ Te asombras.^ Es la mujer del viejo Marqui's, tu amigo, el propio que forma en el cortejo de siempre trasnochados y eternos jugadores. ¿ Felices son tus juegos? ¡ Fatales tus airiores! En vano enamorarla pretendes. Ningún día sobre tus lentos pasos se alzó su celosía; y, en vueltas y revueltas gastaste, inútilmente, miradas y stispiros. La dama indiferente fué hiriendo lu amor propio : te diste por vencido. — ¿Conque el Virrey tan s()lo...? ¡ No lo echaré en [olvido! — ¿ Olvido? Muy en breve lo recordaste : cuando trompetas y atambores rompieron tras del bando famoso de las capas ; famoso y tan famoso que por un mes vivieron las lenguas sin reposo. Al mes, lodos sabían eso que lu callaste, líl bando de las capas fué un bando de contraste : (jue nadie en ciertas horas de noche se embozara. ¿ Quién maliciar pudiese que iba á ocultar su cara en capa, ese que en bando la declaró prohibida? Al Mies, Nieva pagal)a su bando con la vida. LA TAPADA 1ÍI3 IV Y sucedió que en medio de alegre comentario, dijo el Marqués : — No atino qué fin extraordinario persigue el Conde en ello. ¿ Será contra algún mozo galanteador que ocúltala infamia entre su embozo? ¿ Será que á ley severa de honestidad responde, en pro de ajenas honras ? Decid, señor Vizconde. — ¡Marqués, tened presente que la mujer no es juego. — Ya sé : la mía es mía. No importunéis, os ruego; que si por mala suerte perdisteis la fortuna á un golpe de mis dndos, ya no os valdrá ninguna manera de descpiile con frases de ironía. ¿Que la mujer no es juego? Ya sé : la mía os mía. — Tal zumba á la manera de airoso rehilete un diálogo brevísimo en Ionio de un tapete. El gran reloj que triunfa sobre la escueta sala, con péndulo de bronce, como severa gala, única que se muestra contra el pelado muro, las doce marca. El cielo cuelga un crespón oiiscuro en la ojival ventana y hunde una clara estrella. Asi el Mar(|ués entonces — ¿Si será un ojo della? Y luego : — ¡ Basta ! ¡ Basta ! — Pensad en lo (pie he dicho — reitera el pei'didoso — Marqués : no es un capi'icho; 194 ALMA AMr.niCA poi'(jiie, en verdad, yo creo que disipáis las noches y cjuc mejor os fuera dejar tales derrodies para cuidar la lioni'a, que es más que la fortuna, j Alí ! i la fortuna es varia, pero la honra es una! — Y hien, señor Vizconde, gardad ese consejo que viejo soy... y... — Justo : lo reciliis por viejo. — Y digo que no es propio de gente bien nacida buscar tales desquites. Yo os juro, por mi vida, que si tenris \eiiite años menos que yo, mi estoque veinte años más que el vuestro se ejercitó en el .choque. Cuidad la lengua, amigo; que irii hoja toledana tiei\c más fina punta. — ¡Ya lo sabréis mañana! — — ¡¡ Tú eres !! lín ambos ojos puesto el mayor espanto, clama la hermosa joven, que se deshace en llanto y que se arrastra y grita. — ¡ Mujer, mujer ! ¿ qué has hecho de mí honra? ¿hay alguno debajo de mi lecho? — Las doce son, ¡ Dios mío! — I Esta será la hura? ¿ No tardará ol inf.unc g.il.iii icn el caracol finge rumores de olas de mar; y el loco desvarío ¡ay ! cree amores lo que no es amores, sino murmullo en caracol vacio... Cuando medió la noche, hubo el anciano de suspender la improvisada fiesta; y entre su mano acarició la mano que pulsase con tanta maestría el instrumento gemidor. La honesta joven, candidamente, sonreía... III En la maiíana del siguiente día sucedió (pie una res, á campo ahierlo, entre iiul)cs de polvo, se venía como una exhalación. Kn su carrera, de una sola cornada dejó muerto á un corcel; tumbó á un gaucho; una tranquera saltó; y á grandes pasos el desierto midió sin cpie atajar se le pudiera. Flexible lazo resonó un instante sobre sus finas astas, y sujeto el toro ipiedó al lin; pero el viltrante lazo estalló de la juM'viosa amarra EL ALMA DEL PAYAilOH 2t;^ con la viril sonoridad de un reto, cual revienta el bordón de una guilari-a... Y la íiera siguió... Llegó hasta el mismo corredor de la estancia. Ahi, callado, el payador con su guitarra al lado, oslaba cual si fuese en un abismo. Un grupo de mujeres animado charlaba cerca. El toro de repente presentóse, vio al grupo y disparado sobre el con furia arremetió de frente, ¡Qué grito el que sonó! ¡Con (juc presteza mostróse erguido el payador de un salto, entre el grupo y la res ! j Con qué fiereza el toro, rebajando la cabeza, embistió al hombre y le lanzó por alto 1 Otro lazo vibró. Rindióse el toro, abandonando al payador Uiallrecho; y, entre una gran lamentación en coro, fué el toro á un poste y el herido á un lecho. El payador salvóse. Y el cuidado con (jue á la cabecera le asistía la morocha gentil, fué dando á su alma y á su cuerpo salud. Enamorado, entonces más que nunca, se sentía; y vegetando on tan dichosa calm;!, grato le estaba al toro de aquel día... 15 21't ALMA AMERICA \ Ay ! Pero en una vez, en que á los lal>ios un vaso ella le da, tal vez deseosa de mitigar los úllirnos resabios del irritante ardor, él con el biillo de la fiebre en los ojos, ve una cosa que le deja espantado... ¡ Es un anillo! (Un anillo de amor vaciado en oro, que el amante feliz puso en el dedo cual promesa nupcial.) Rápido lloro asoma á sus pupilas; siente miedo y cólera y pesar, lo (pie se siente cuando se pierde todo : algo de ira y algo de postración. Y al elocuente anillo aquel que horrorizado mira, suma en horas después lo que su oído escucha. Es una plática de amores en la contigua sala. El novio vino aquella tarde; y trajo del camino para el seno de novia un haz de flores. Mas ¿(pié iiiimila asi al gaucho? Es que ese acento es de una lengua extraña... — ¡ Un intruso ha de ser ! — ¿Qué pensamiento da al fiero gaucho esa ex¡)i-csi(in huraña, con tpic los ojos gira eii su aposento? EL ALMA DEL PAYADOR 215 ¡Mísero payador! Corno un Apolo de la Pampa vivió, pero al fin muere anle el intruso aquel, que así no sólo le disputa las tierras, sino quiere también quitarle el corazón... En medio de aquella noche, el gaucho se incorpora : piensa que no hay para su amor remedio, sus puños crispa y en silencio llora. Súbito, quiere huir. Entre el reposo la Gebre le estimula ; y deja el lecho. Arrastra un pie. Tantea sigiloso, Y, con la diestra en el herido pecho y la guitarra en la siniestra, huye cual si fuese un fantasma. Al patio llega. Baja uno, otro escalón; mas no concluye : ensangrentado vértigo le ciega... Y ahí muere, tendido en una charca de su sangre. En vano pulsada por el viento da un sonido la guitarra cayendo de su mano; y en vano en el cénit la Luna enfoca los hilos del telégrafo en su estampa, como guitarra de radiante boca que el cielo tiende encima de la Pampa... LA MUERTE DE PIZARRO A Manuel Verdugo. El sonoro ti'opel franqueó la puerta : cada uno blandía hoja vibrante; y, entre la palidez de su semblante, chispear hacía la mirada incierta. Una sala el tropel cubrió desierta, midió un pasillo y se lanzó adelante : fue tan audaz el ímpetu asaltante que en cada boca estranguló un alerta. Sori)i'i'nd¡do el Marqués coiT*d> PIES LIMEÑOS Tus pies son hechos sólo para lucir las galas de un baile en salcni regio ó artística floresta, para tejer gavotas al son de blanda orquesta y para deslizarse cual si tuviesen alas. Yo, esclavamente, sigo tus huellas. Tú resbalas como un perfume vago ; y en tu actitud apuesta hay algo de otros siglos y hay algo de otra fiesta, en otro jardín viejo ó en otras viejas salas. Tus pies, tus pies que evocan un baile voluptuoso en las galanas noches de algún Virrey ardiente, encelan mis deseos y angustian mi reposo ; y, asi, con un estuche de los (pie te has calzado, me haré una relojera para el reloj que cuonií; las horas (jue transcurran distantes de tu ladu... -^ r^<cil ñu':;ta de juventud precoz; ó un Inca mismo, que se entopra-se un tiempo en el (jue, hastiado de su imperial misión, 220 ALMA AMERICA liuscó las soiiil^ras de una proíundií liuaca y ahí, cansado ya de vivir, murió, con un magnilico aburrimiento que era de un gran orgullo poro de un gran dolor... No só f|ni<'n fuiste; pero sí sé que tienes cántaros llenos de misterioso son, que cuentan cosas de los incaicos tiempos cual caracoles de un incesante hervor. Momia (|ue duermes tu inamovible sueño desde hace siglos, debes oir mi voz; porque podrías el encontrar en ella algo que fuese como la luz del Sol. Acaso has sido de los que en paz vivían cuando el tumulto de la Conquista entró en el Imperio, como en un mudo campo entra el torrente de una devastación; y en el asilo de tu sepulcro hubiste de ensordecerte liajo el cruel fragor y preferiste la solitaria tumba A los zarpazos del itimortal León. Tal imagino (pie las dos manos crispas como si hicieras desespoi-ado adiós; y te retuerces cual se retuerce el tronco de un áilx»! viejo que el huracán trombo. Hay (íii las cuencas de tus pupilas rotas la imagen muda de una desolación; y h»j iMi tu boca petrificado un grito en ipie parece repercutir tu vo/.. lUtimo resto de una pasada pompa : ¡haluc de verte, coiik^ latal lección, MOMIA INC MCA 221 en un musco donde tú eslcs al lado de la armadura de lu Coníiuislador ! Hoy sólo quedan las expresivas momias y la armadura del que las conquistó, mientras perforan en los riscosos mont'^s ávidas minas, con funeral rumor, manos ajenas al heroísmo clásico que buscan oro para el brutal sajón... Momia que duermes tu inamovible sueño desde hace siglos, debes oir mi vo/ ; porque podrías el encontrar en ella algo que fuese como la luz del Sol. LA ESPADA DEL VIRREY TRADICIÓN LIMEÑA Cuando el Virrey bajó la última grada del Palacio, risueño en su decoro, de su espada oprimió la cruz de oro, volvióse y dijo adiós con la mirada. La espada del Virrey era una espada que probó en otra Edad sangre de moro, desde su lina punta hasta el tesoro de esa su empuñadura cincelada... Súbito, ante el Virrey, lleg(') un anciano movi(') de su piedad el noble instinto; y una limosna le rogó, no en vano : el que pobre bajó desde esa altura, quebr<') el acero que llevaba al cinto ¡para poderle dar la empuñadura! EL PASEO DE AGUAS (asunto limeño) Dijo al Virrey la PerrichoH un día : — Si te seducen mi morena frente, mi boca de granate y la elocuente luz de los ojos que mi amor te envía, si mi busto provoca tu ardentía, dame un espejo, asombro de la gente, donde pueda mirarme dignamente cada vez que me llames : Alma mía. — Y respondió el Virrey : — Toma esta mano. Te prometo un cristal digno de un hada, con alegres y límpidos reflejos. Haré un « Paseo de Aguas » veneciano, para que te contemples retratada, no en uno solo, sino en mil espejos. — <^>>i.'V<^ AÑORANZA Fué una noche toda llena de ilusiones, fue una noche toda llena de recuerdos... En las amarillas teclas resonaban nuevas variaciones sobre asuntos viejos. La tertulia do las gentes nobiliarias era digna de la pompa de otros tiempos, mando floroclan tantos despotismos, duros aunque nobles, malos aunque bellos. Un artista completando la pintura de ese l)aile lan anligtio por su aspecto, dadojcs hubiese golas á las damas y casacas verdes á los caballeros. Las aranas, adormidas entre tules, despertaron esa noche de su sueño; y eran como ramas «pie refloreciesen en la primavera de cien mil destellos, A NORA SZ A 225 Las alfombras que yacían en la sala sin que un paso las sacase del silencio, ;sa noche estaban llenas de rumores bajo el regocijo de los taconeos... Los divanes, con sus sedas yá borrosas y la gala yá marchita de sus flecos, cual lacayos mudos la íaliga á veces en sus firmes brazos iban recogiendo... Los tapices y los cuadros eran cosas de Virieyes, que venían, de otros lieiripos, á tomar el lino brazo de las damas y á charlar en grupo con los caballeros. Los tapices y los cuadros, entre lodos los danzantes, proyectaban sus diseños; y así se mezclaban con las gentes nuevas las gentes antiguas sobre los espejos... Yo delante de un azogue te detuve á que vieses las figuras de los lienzos : tus ojos miraron golas en las damas y casacas verdes en los caballeros... Y al quedarnos sorprendidos, de repente, nos dijimos : — ¿Te recuerdas? — ¡ Me recuerdo! líran los Virreyes que resucitaban : nucsti'as almas ei'an en distintos cuerpos. Te colgaste de mi brazo nuevamente; y, á medida (jue seguimos el paseo, nuestras dos figuras se mulliplicaron cuatrocientas veces sóbrelos espejos... LA AMADA DEL VIRREY A Luis de Otciza, Dijo el galán asi : — Creed, señora, que es el mismo Virrey este que os ama; y desque olvido el timbre de mi fama, adivinad qué incendio me devora. Vuestra gracia limeña me enamora y vuestra alegre liviandad me inflama; que si fui para vos vetusta rama, vos seréis en la rama ave canora. — Ella escuchóle en actitud apuesta, se sonri(3 cual si pusiese un sello c hizo un mohín cual si firmase un trazo. Tal el Virrey, como sensual respuesta, sintió enroscada alrededor del cuello la sierpe tentadora de un abrazo... ?ff Vp ^1^ ^t\/ ^^ fi^ vp ^t^ "^f^ CIUDAD COLONIAL (lima PERÚ) A D. Benito Pérez Caldos. I I Oh Ciudad de los Reyes ! Va á cantarte el Poeta. No es el Inca suntuoso de arrogante silueta, ni es el Aventurero de infatigable espada : es el Virrey galante de peluca empolvada. Va a cantarte el Poeta, que el Vireynato evoca con el llanto en los ojos y el suspiro en la boca; porque extraña ese tiempo de primor y nobleza : ¡oh dolor blasonado! ¡oh elegante tristeza!... Quien enjoya á su musa por atávicas leyes con la briáldica pompa de tus claros Vii-reyes ó la envuelve en misterios con su saya y su manto, ¡te devuelve lo tuyo, porque luyo es su canto! II Una vez que, cansado de mi inútil paseo por el mundo, entré á Lima, cual si ciilrase á un museo, 228 ALMA AMÉRICA sentí en mi alma el encanto de las viejas ternuras ; y, en la noche, ganoso de correr aventuras, me lancé al otio lado del granítico puente y vagué por las calles de un gran barrio silente. Me seguía la Luna como el sueño de un hada, ^on su blanco casquete de Virreyna encantada; y, á la luz pavorosa de su fría linterna, escuché los rumores de una música interna, que me hablaba de cosas que se fueron, de gentes que pasaron, de tiempos que no son los presentes. Las callejas tortuosas, los vetustos balcones, los arcaicos portales con sus pétreos blasones y las plazas rendidas en que sólo la Luna divagaba á manera de un amor sin fortuna, fueron dando á mis ojos la impresión de esos días de prosapias heroicas, de noblezas bravias V de clásicos trajes que arrastraban sus colas en un largo paseo de tricornios y golas... Vi temblar los relieves de las casas antiguas, animarse los santos de íiguras exiguas ({uo empotrados reposan en la esquina de cada calk'j('»n silencioso, desatarse la atada :ucrda de las dormidas campanas herrumbrosas, abrirse los balcones cual fuertes mariposas <|ue sus alas despliegan, brillar en los cristales floreados de las hondas ventanas conventuales las luces de otras tiestas y entre pausados sones salir pesadamente las largas procesiones... CILDAD COLONIAL '.'29 Entendí lo que el río va diciendo en sus (juejas, descifré el jeroglílico heroico de las rejas, combiné mentalnienle las letras iniciales grabadas en las puertas, leí los madrigales y epigramas escritos en la cal de los muros y platiqué con frailes de conventos obscuros... Y la Luna, ceñida de religioso velo, mientras que yo vagaba, desde el fondo del ciclo parecía seguirme, como una enamorada, con la muda caricia de su leu la mirada... III I Oh Ciudad de los Reyes! Evocada en mis sueños resurgiste en la noche del ayer, con diseños imprecisos y tintas sin vigor... Resurgiste — tú, la mujer alegre, — como una estatua tríale; pero al soplo de mi alma se reanimó tu barro. Cual las tenues visiones del humo del cigarro que desenvuelve ensueños en largas espirales, desataron los siglos sus sombras espectrales; y fueron dando vueltas ante mi fantasía, que entre las espirales de ese humo te veía. Vi la Fuente de Bronce, prestidigitadora de agua en múlliples arcos en que la risa llora, que en mitad de tu plaza dice murmuraciones y chismes por la ÍK)ca de todos sus leones; tu Catedral, que es de esas ancianas catedrales con torres que parecen mitras episcopales; tu Palacio — el Palacio de los Conquistadores — ([uc es un recuerdo vivo de otras gentes mejores; 16 230 ALMA A M /JUICA tu Puente de granito, que ante tantos despojos dilata mudamente sus espantados ojos; tu Alameda — anacrónica y solemne alameda — que luce su follaje de encarrujada seda como una dama antigua su acuchillado traje, á lo largo del río con su espuma de encaje; y tu Plaza de Toros, que es alegre y coqueta y vibrante como una redonda pandereta... Y vi pasar hileras de yá olvidadas gentes : rostros enjutos, hondas pupilas, linos dientes entre risueños labios de epigrama, sombrías arrugas de entrecejos; sutiles ironías de expresión picaresca, semblantes satisfechos de nobleza, ostentosos y fementidos pechos ; calesas, mitras, luces; ora un galán que escapa : la punta de un estoque debajo de una capa: ora una d^ma noble que va á misa : un rosario que sujeta su nácar entre un devocioHario; gregüescos y jubones de pompa florentina; sayas de canutillo; peines de cornalina; hopalandas fastuosas y floretes labrados; tricornios de Virreyes y cotas de soldados; asacones bordados de una caligrafía de oro y con botones hechos de pedrería; y, sobre todo aquello, la tapada limeña, la tapada que ríe, la tapada que suena coit un sal)ro.so encanto de helónicos amores y va ofreciendo gi-acias y recogiendo flores, luindida en el mislerirt de su mantón, en <]uc ella descubre sólo un ojo cx)mo una sola estrella, CtUD.lU CULOS I AL pues la mujer ceñida con un niantim de viuda es más pecaminosa que la mujer desnuda... Es así cómo pasa la astuta Castellanos, que enjoya á su faldero con primorosas manos y cubierto de alhajas lo luce en la alameda, donde la aristocracia mirándolo se queda, consiguiendo la dama galante y desdeñosa que se ocupen del perro los que no de la hermosa ; y es asi cómo es digna de la muertas edades, con su caricatura del perro de Alcibiades. Es así cómo pasa la querida del viejo Virrey Amat : le pide que la obsequie un espejo; y él la obsequia las aguas de un paseo en que un día multiplicadamente la cara se vería. [Salud, Paseo de Aguas, inconcluso y durmiente! Eres ruina y no fuiste : tu pasado es presente ; pero, en medio de tanta belleza ú picardía, finges un cristal roto para mi fantasía, que te ve con tus aguas, con tu arco hoy derruido y con todo el orgullo que tú hubieras tenido. Así, miro en tus aguas la Lima del pasado como el remordimiento se mira en el pecado; y por eso es que en mi alma surge tu transparencia acusadora como si fuese una conciencia... IV I Oh Lima! ¡Oh dulce Lima! Ciudad de los amores en tí sí que los tiempos pasados son mejores... 232 ALMA A M i: 1{ I C A Tus fic'sliis y tus tlam.is, tus cortes y tu lances, tus glorias llenarían diez tomos de romances; y lias sido y serás siempre ciudad de la aventura, desde que el gran Pizarro vertió su sangro pura, que se esparció en las losas así como un manojo de rosas que se hubieran mojado en vino rojo... Bajo tu Sol, (juc es tibio, no bay nieves ni hay ardores; por eso son tan bellas tus damas y tus flores. Y así, como en ninguna región, se ve en tu suelo entreverados fi'ulos del trópico y del hielo; que sólo en tí se juntan, cual si milagro fuera, los dos enamorados : el pino y la palmera. Gomo tu clima, extraño también lo tienes todo. En el frontón de piedra sus armas talló el godo; y tras los cortinajes de seda desteñida, está la sala llena de una remota vida : en olla, los tapices borrados yá por viejos; los muebles de caoba; los húmedos espejos de lunas biseladas y marcos con escudos, que ven pasar los años como testigos mudos; las líricas arañas con lulos: las alfombras en (pie sonar parecen los pasos de las sombras; los cuadros de dolientes y mágicas pinturas, que evocan todo un tiempo; y, á veces, armaduras, en donde, entro las aspas de acero contra acero, sobre un broquel, un casco sacude su plumero... Retrato de hace un siglo : tú sabes propiamente que es un fantasma apenas la Lima del ¡)resente; tú que á las nietas oyes, sentadas en el piano, resucitar las notas de un liouqio yá lejano... CIUDAD (:OLn,\IAÍ. 233 ¡Oh, quien decir pudirsc la idea y el anhelo ([ue sólo tiene el mudo retrato del abuelo! Así, cuando en el fondo del cielo se destaca la Luna como el vidrio de una linterna opaca, en las estrechas calles de tétricos balcones parece que renacen pretéritas visiones; y ya del cofre abierto de algún balcón resbala un lúgubre embozado por la colgante escala, ya contra un quicio oculto le aguarda un caballero y hay de repente un choque relampagueante y fiero, ya por la esquina llega la ronda y en vin trazo se ven dos sombras que huyen y un solo linternazo. V ¡ Ciudad de los amores! Tú siempre grande has sido; por eso no te emboza la capa del olvido : fué grande tu jolgorio, fué grande tu aventura ; ¡y fueron también grandes tus días de amargura!... Quien rió tu alegría, quien lloró tu quebranto, quien enjoya á su musa por alAviras leyes con la heráldica pompa de lus claros Virreyes ó la envuelve en misterios con su saya y su manto, ¡te devuelve lo tuyo, porque tuyo es su canto! * ^^^ PANDERETA A Francisco Villaes/jcsa. Madre Andalucía, caja de alegría, pandereta heroica de vibrante S(')n : es á tí á quien debo, madre Andalucía, los desbordamientos de mi fantasía y las marejadas de ral corazón. Río con tus risas, peno con tus penas : sangre de tu sangre corre por mis venas, que si soy de Lima tú has estado allá; y desde la altui'a de esa Edad remota, viene á mí tu sangre cual si fuese gota que por cuatro siglos destilando está. Amo tus balcones llenos de macetas y las coplas tristes con que tus poetas pulsan la guitarra y hacen el amor : la sospecha muda, la venganza mora, el galán furtivo, la mujer traidora y el puñal desnudo de su matador. PANDERETA 2:?5 Amo las corridas de tus regios toros, en que los cohetes de ímpetus sonoi'os mienten en el cielo rúbricas de luz; y en que los toreros, todos relumbrantes, hunden con el puño, lleno de diamantes, los estoques hasta la sangrienta cruz. Amo la elegancia de tus bandoleros, una mitad zaüos y otra caballeros, que el orgullo sienten de su propio rol : tal es cómo á veces diez cabalgaduras trotan por tus sierras y por tus llanuras, bajo el peso á plomo de aplastante Sol. Amo el regocijo de tus zambras locas, en que los claveles ríen como bocas y el dorado vino baila en el cristal; y en que esbelta maja, de sensual donaire, desenrosca un tango... y echa por el aire frescos puñadilos de menuda sal. Madre Andalucía, caja de alegría, pandereta heroica de vibrante son : es á tí á quien debo, madre Andalucía, los desbordamientos de mi fantasía y las marejadas de mi corazón. # W w5 W M¡ W ©fiS @® w mí CIUDAD VIEJA (antigua Guatemala) fla^r en la paz de las ciudades yertas ficc¡('iií de cainpamenlos desolados, en docde, mientras duermen los soldados, se oyeii sonar tristísimos alertas... Vetustas casas; rechinantes puertas; colgaduras de musgo en los tejados ; escombros contra escombros recostados; y, dormidas al Sol, plazas desiertas. Hist(')rica ciudad : nada amortigua la pompa colonial que la engalana, ni su hispano blas(»n mancha de Iodo. Tiene el encanto déla Edad antigua j y la mayor felicidad humana : I la de vivir indifer(Mit<> A todo I ^^ ^ff w H^ ^1^ W ^t LA IGUANA Breve dragón sin alas, de figura expresiva y sagaz, en la maleza te escurres con la fina sutileza de un disimulo que escapar procura : tal, si el prodigio de tu escama dura es rastrero y es torpe tu cabeza, hay algo en tí de heráldica belleza que te hace merecer una escultura. Como dragón simb(')lico, aunque breve, cuando el Sol con cien chispas te engalana, eres, toda alargada ó hecha un nudo, digna de que tu enérgico relieve se enrosque en nn jarrcui de porcelana ó se extienda en el bronce de un escudo... 0^.^:^;» íSfit Ji^ííí jAíSSl jStiSt. J&ÍSt. jStíSi. J&í^ J5!^S8S: 'SiíSí í^iíjr^^ ^,^<8^>^^ ^^^^^ ^^ ^^> ^^ ?t^ <¿4^ ^f^ ^^ í^f >y vf^ CIUDAD CONQUISTADA { T li N o C H 1 1 T L Á N - M É X I C o ) A Ainado Ñervo. I Vino del mar el grupo de hombres blancos y hermosos, más fuertes que titanes, más altos que colosos, que en la playa, aquel día, surgieron de repente como una visicm rara. Tenia uno en la frente un lucero; otro héroe blandía en la mirada un rayo que era como la hoja de una espada; otro, encima del peto, la cruz; otro, en la mano, un halcón de nobleza ; y otro, un laurel pagano : todos vaciados eran como en un molde, todos se entendían al simple contacto de sus codos, todos tenían su alma bajo del mismo cuño y se apretaban como los dedos en un puño. I'",! capitán lucia por signo de grandeza un Sol, como aureola, detrás de la cabeza; mostraba una caricia pci-pctua de ternura en el tornasolado metal de su armadura; CIUDAD coy QUISTA DA y si los pies movía dejaba como huella una ñor... una estrella... y una flor... una estrella,.. — Y bien ; ¿ para qué naves ? — En la extensón remóla del mar, se balanceaba la aventurera Ilota, como si recordase, desplegando en los cielos sus lonas, el simbólico adiós de los pañuelos, con que madres, hermanas, novias, en sus dolores, despidieron al grupo de los Conquistadores. — ¿ Para qué naves ? — Todos tendrán la misma suerte El regreso es infame... La victoria ó la muerte. Y, como en una de esas hazañas, á que Homero consagra sus mejores exámetros de acero, Hernán-Cortés, á modo de un dios del paganismo, manda quemar sus naves. El encrespado abismo del mar hincha sus olas con regocijo; y luego que se enrosca en las naves la serpiente del fuego, cada ola que lame los pies de los soldados tiende sobre la arena leños carbonizados. El héroe, con los ojos sin fin y alta la frente, se queda pensativo, mirando largamente el desfile, que es como de penachos y golas, de las espumas blancas sobre las negras olas; y, de súbito, Heno de la fe más segura, clava los ojos contra las selvas de la altura que se encrespan encima de los riscos, se siente ungido por la gloria, y, ante su brava gente, 17 '¿^B ALMA AM/:/{fCA extiende como un guia, hacia el confín lejano, con gesto majestuoso, la imperativa mano. Estremécese el grupo; ruge el león de Fspaiía; y un tropel de caballos penetra en la montaña... II Era la fuerte raza de cobre. Era la fuerte raza que en sus altares rindió culto á la Muerte, ofrendando á sus dioses de figuras extrañas, victimas palpitantes y sangrientas entrañas. Era la vieja estirpe del Anáhuac. Un día llegó á través de siglos, llena de poesía heroica y resonante (que en la penumbra inquieta florece y que hasta ahora no ha tenido un poeta) con el afán de río que se desborda. Noche . de misterio á su espalda pendía bajo un broche sangriento : anduvo... anduvo... más de trescientos años, por comarcas salvajes y países huraños, hasta que en las orillas de un lago de leyenda par(') los pies errantes y levantó su tienda. Acueductos de entonces y anticuados canales siguen aprisionando los bullontes cristales; están en pie los muros de los templos; malezas en las desnudas rocas, visten las fortalezas; y los árboles viejos que volcaban sus copas sobre el l)año, en que libres del peso de sus ropas, CI LIJAD (0.\Q LISTAD A ?47 lavaban las iriujeres del rey su carne un día, siguen corno esperando mujeres todavía... Era la fuerte raza de cobre. Era la fuerte raza en cuyas historias, que son cuentos de muerte, Quantlatohuall bravea, Net¿ahualcoyolt canta y Cuacthemoc tranquilo pone al fuego la planta... ¡ Gran poesía, fuerte poesía, gloriosa poesía la de esa raza que no reposa' Arranca de la altura del éxodo tolteca; y como una cascada que al chocar se desfleca salta en las siete tribus, bulle en la gran laguna y tiembla como un sueño besado por la Luna, cuando, ante la sorpresa de todas las montañas, de súbito aparece la isla entre espadañas. Llega la poesía del símbolo que miente un águila en el charco que pica una serpiente; y llega, como cu una visión de otra divina Salandió que en pie se alza sobre la azteca ruina, la poesía, llena de amores, de la hermosa Zochipapalotl (nombre de flor y mariposa). Era la fuerte raza de cobre. Ante ella un día aparecií) el hispano con actitud bravia, ceñido dü aureolas entre su arnés guerrero, como un reverberante camaleón de acei'O. Hernán Cortés dio un paso. La acobardada tierra tembló toda. A lo lejos, se oyó un clarín de guerra. El águila del charco que pica la serpiente vino, como una sombra, volando de repente 248 ALMA AMERICA á parársele euciina del casco fatigada; y, entonces, la serpiente se le enroscó en la espada. III Innumerables fueron las heroicas proezas de Cortés y de todos los suyos. Las cabezas ganaron sus coronas de laurel bravamente. Los brazos ejercieron en el bosque imponente olímpicas gimnasias. Los pies en la bravia monlaña abrieron sondas de orgullo y de osadía. ¡ Oh las innumerables hazañas españolas! ¿ A qui; contar las nubes? ¿ A qué contar las olas? Baste saber que nunca ha habido ni habrá nada más heroico : es preciso recurrir á la Iliada, para encontrar apenas héroes — nunca mayores — que puedan compararse con los Conquistadores. Los obstáculos que hubo de hallar en su camino Coi'tés, fueron muy grandes; pero es más el Deslino. No fué sólo la virgen Natura, que aunque bella es tan hostil como una desdeñosa doncella; no fué sólo la cumbre de inaccesibles tramos, la selva inverosímil de exuberantes ramos, el despiadado río que interrumpe el sendero, la gíílga que de pronto se desprende, el madero que se li'oucha, la yerba que disimula el lodo de un leml>ladL'i'o, el ábrego indomable : fué todo eso; y aderuás de eso, la envenenada flecha de un indio, á cada inslaiile, ;i CIUDAD roSQllSIADA 251 Gomo el Cid misterioso de las viejas historias que hasta después de muerto supo alcanzar victorias, Cortés dejó las playas de su nativo puerto y atravesó los raaies hasta después de niuerlo... JÍttSt ^t^ f&imSL íáiáSt 'AfS^ í&i^ jftSSSi i£^ LA MUSA FUERTE Plácenme á un tiempo mismo los frutos y las flores : el concentrado jugo, la perfumada esencia; y en mi canción, por eso, de múltiple cadencia, están todas las gracias y todos los vigores. Me han dado los Virreyes sus líricos primores y los Con(|uistadores su augusta refulgencia; y asi hay de verso á verso la heroica diferencia que huho de los Virreyes á los Conquistadores. Confieso que, aunque yo amo las pompas coloniales, á las más finas cuerdas prefiero los metales : tal doy con mis clarines imperativas dianas; y, entonces, sacrifico mis bellas baratijas, como los viejos nobles que echaban sus sortijas al bioiice destinado para fundir campanas.... » W TO OT &f^ @f® OT W TO W EL DERRUMBAMIENTO PRIMERA PARTE EL SALMO DE LAS CUMBRES Silencio y paz. El monte de agrias puntas, que en afilar la cúspide se afana, es un titán con las dos manos juntas en la actitud de una oración cristiana. Las cumbres de sinuosas inflexiones como oleajes de horrendos cataclismos, parecen formidables corazones eiiterj-ados de punta en los abismos. El alto monte que hasta el cielo crece, de orgullos fieros y ambiciones sumas, vertiendo agua en los cóncavos, parece Hercules que se humilla hilando espumas. •25'i ALMA AMÉRICA Cual si Moisés abriera una senda á su ejército bravio, súijiíarnente la montaña entera se parte en dos para dar paso al río Por entre la montaña, en la espesura protesta el rio con clamor de fraguas : límpida raya en cabellera obscura, á veces con la red de la verdura cubre las desnudeces de sus aguas. Esos que, sin llorar é indiferentes, sonríen del dolor nsa? Se adivina en su actitud el dominante sello. Es el rey do la tril)u; y de su ruello pende la triple hilera : en su felina miraibi fuljre varonil destello. /; L D E I! n u M n a m iento ¡ Ah ! sus dardos, que en yerbas rnisleriosas sabe él envenenar, le abren camino de triunfo al porvenir. Cual mariposas sobre un cáliz de miel, chispas de oro son los ensueños de feliz destino que en circuios de luz fíu'manle coro. Su ambición es vencer en la porfía; y hasta ensanchar querría tales montañas á su empuje estrechas, para tener entre su mano un día todas las tribus como un haz de flechas... Tal es el y tal piensa. Repentino, en la contraria orilla, un rumor llama oídos de atención. Mézclanse el trino del sorprendido pájaro que fuga, el dolienle crujido de la rama, el frote de la hoja con la hoja como desdoble de sedosa arruga; y, al inflamado beso que imprime en cada faz la llama roja, el grupo de salvajes ve sorpreso, cual si fuese relieve ó cuadro vivo sobre el bosque impreso, un capuchón, un rostro de blancura y una barba de nieve, desgarrando el telón de la espesura. El salvaje cacique hunde los ojos de asombro en esa faz nunca soñada; y el fraile, dulcemente, sin enojos, le circunda en la luz de su mirada. 2tíO ALMA AMERICA Se ven... El grupo de los indios gira y observa al fraile, sin que nadie vuelva los ojos hacia atrás... ¿Quién no se inspira ante ese cuadro de belleza rara? i La ciudad y la selva viúndose cara á cara! III EL HOGAR DEL COLONO ¡A la ciudad! El áspero salvaje en breves pasos, tras del fraile en calina, dejó — sin olvidarlo — su boscaje; y así, aunque tenga (jue cambiar de traje, extraño fuera que cambiase de alma. Quiere civilizarse, mas no en vano; que, en las montañas á su empuje estrechas, podi'á luego tener entre su mano todas las tribus como un haz de Hechas, Un fondo de floridos cafetales salta á la vista. Al flanco de la casa, árboles que se yerguen colosales un bosíjue forman, que ni el Sol traspasa linge un nido de cóndores, un nido ante inmensos barrancos suspendido. ÉL DERRUMÍIAMIEMTO 261 De piedra y polvo sobre informe masa, la fábrica se erige, coiislruída en la cresta morluoiia de un di> ALMA AMÉRICA La aguda flecha que vibró en el arco y que clavada está — firme y derecha — parece un mástil sobre un roto barco ; y el c') que, en medio de la selva obscura, hórrida fiera le detuvo el paso y le dijo su amor : seria acaso el Mal perseguidor de la Hermosura. Ceñido el Sol de púrpura y topacio consumía las nubes en sus damas; y la tarde, al fugar por el espacio, iba desenvolviendo panoramas. Cada árbol dominante, al brusco choque del Sol que huía, orlábase de oro; y entre la obscura red de la maleza, quedaba prisionero el postrer toque de vacilante luz, como se alcanza á ver en la más lóbrega tristeza la chispa de una última esperanza... Entonces fué : la virgen soñadora, que en su avarienta falda recogida flores atesoraba, sorprendida por el puma se vio. Tal una aurora halla, á su paso anunciador de vida, súbito nubarrón que la desdora. ¿Cómo pintar la pávida sorpresa de la limida virgen? Los clávelos EL DERRUMBAMIENTO 271 de su rostro se helaron ; y la fresa de su boca se abrió... para dar mieles; en sus locuaces ojos puso el miedo un delirio de Sol; y de su falda cayeron (ioi'es al soltar el ruedo, cual si se destejiera una guirnalda... El puma, que en dibujos y colores era un mapa en la piel, por su fortuna lecho florido hallaba. Ella era una Primavera de carne echando flores... La fiera habló. ... La virgen una mano abandonó á la fiera enamorada, que lamiendo y lamiendo, ya (jue en vano la quiso hipnotizar con la mirada, hízola sacudir la pesadilla al verse con asombro y maravilla que tenía la mano ensangrentada... Saltó... Púsose en pie... Rompiendo el broche los astros en las sombras más obscuras, allá, en las telescópicas alturas, eran como argentífero derroche... Ella abrió la ventana; y la cabeza hundió, con domadora gentileza, en la boca de lobo de la noche... Allá, á lo lejos, la montaña bruna; y más allá, la abrupta cordillera... Y en tanto que á la vez y por doquiera comulgaba la noche hostias de Luna, la virgen miró el ciclo... y lanzó un grito, al ver multiplicados, — que tal era 272 ALMA AMEHiCA el derroche estelar en lo infinito, — los relumbrantes ojos de la fiera... Después... Volvió á su lecho; y en su lecho, la blonda cabellera enmarañada era un nido de pájaros deshecho sobre el copo de nieve de la almohada. III ¡AL bosque! Y el sueño era verdad. Aquel salvaje, que tras del fraile un día abandonó las sombras del boscaje y á la ciudad, con ansias de progreso, fué á rendir su indomable bizarría, sólo era un alma alrededor de un beso... Cuando cubrió su desnudez y pudo clavar los ojos con visible espanto en tanta falsedad y en horror tanto quiso el traje rasgar y huir desnudo. ¡Ay del indio infeliz! El desaliento halló un símbolo en él... Hogar sorab.ío tenía, en funeral abatimiento, como guardián el quejuraliroso río y como solo habitador el viento '. EL DERRUMBAMIEytú 273 desvencijadas puertas que el gusano agrandes velas horadado había; ventanas cuya hoja el aire vano, con seco golpe, sin cesar batía; leproso el muro; la heredad vacía; el techo roto y el umbral cuarteado, vestidos de flotantes telarañas... ¡ Esa alma era un hogar abandonado en medio del dolor de las montañas 1 Y así cuando el salvaje supo <{ue a<[uella virgen tan hermosa de otro era yá, que cuando el padre anciano murió, la virgen se tornó en esposa, que pensar en su amor era un ultraje, ¡ ah ! con cr-ispada y temblorosa mano, cual se arranca un disfraz, se arrancó el traje. Huyó de la ciudad cual de un delito; y fué á perderse en la vecina aldea, en busca de la paz de lo infinito para las tempestades de su idea. Mas i ay ! que al regresar á la cabana, lejos de la ciudad y su falsía, iba á estrellarse en la impresión extraña de saber ijue la unión de la doncella fué bendecida en el altar cristiano por aquel mismo fraile (jue en un día le bauti/ó, le señaló su huella, le mostró el rumbo del progreso humano y fué á través de ese dolor su guía. Ya posible no fué... 274 ALMA AM ERICA Luego, tranquilo empezó á razonar. ¿ No eran extrañas esas gentes á él?... Súbito el hilo de razones corló. ¿Raza extranjera se hizo dueña por qué de las montañas? ¿Qué titulo mayor que el de su brío para vengar á la proscrita raza? Y después de evocar el bosque umbrío, contempló con pupilas de amenaza el suelo; y exclamó : — ¡Tú serás mió! — Y allá va... ¿ Adonde ? ¡ Al bosque ! Y ya no en vano; que, en las montañas á su empuje estrechas, al grito que dará, tendrá en su mano todas las tribus como un haz de flechas... Allá va... Como un último derroche de sus angustias, llora; pero el suelo golpea y anda... Y anda... Es como un vuelo. El Sol yá ha roto su sangrienta fragua; y de .sus paños húmedos la noche exj)rime estrellas como golas de agua... Levanta el indio la arrugada frente y las estrellas ve... Sobre su duelo, la noche se extendió piadosamente como el paño de lágrimas del ciclo. EL DERRiM BAMIEKTO 275 IV TEMPESTAD Domador sin desmayo, de cada nube en los inflados senos, ha e chispear la férula del rayo por solire la jauría de los truenos; y á lo largo de toda la monlaña, los nubarrones en visión extraña se van fijando sobre cada cumbre, cual si fuesen las tiendas de canipaña do una conquistadora raucheduinbre... Entre los tempestuosos paroxismos, el ágil rayo, que al vibrar rebota, se conti'ae velo/, lanza una nota, estalla... y se retuerce en los abismos, como una cuerda que saltara rota. Húmeda, lacrimosa y plañidera sopla una racha. En tanto ruge el trueno con voz de madriguera; y se anuncia en la atmósfera de espanto tras del viento la lluvia, á la manera que tras de los suspiros viene el llanto. Llueve... Llueve... ¡Diluvia! Un rayo, lejos ha incendiado la selva : se ilumina el horizonte en cárdenos reflejos. ¿Quién, presa del horror, no se imagina el elocuente cuadro ? ALMA A Mr: me A Arden las ramas, á manera de brazos retorcidos con desesperación; ágiles llamas desanudan sus bailes de serpientes, entre los abanicos sacudidos del viento arrollador; chocan los dientes del tembloroso pánico... Diluvia. Diluvia siempre más; y los torrentes robustecen su vena con la lluvia. Hasta que, al fin, la cumbre dominante estremecióse; y el hogar, que un día sobre un derrumbe levantó el trabajo, al golpe del alud crujió un instante, arrancóse de cuajo tal como un corazón se arrancaría, y fué entre el polvo á sepultarse abajo. * ¡Ah! con qué asombro contempló el salvaje el derrumbe mortuorio, á la manera que se mira en la gloria de un paisaje aparecer de súbito una fiera... ¿ Qué pensó ? ¿ Qué sintió ? Cual sombra extraña desató rapidísitna carrera, por entre el espesor de la montaña... llalla de pronto al fraile misionero, (jue, alzándose en mitad de su sendero, como una aparición, d ícele el nombre ijue le diera su fe : — ¡Juan Santos! — clama. "1 el indio respondió : (No era voz de hombre sino la de una fiera cuando brama.) ÉL DERRUMBAMIENTO — ¡JiKín Santos ya no soy! i Soy Apú-liica! — Y echándosele al cncllo le arroja á tierra : el fraile que se hinca, pone en sus ojos celestial destello; pero el indio le gi'ita que él ha sido quien le arrancó del bosque, quien le ha hecho abandonar por la ciudad su nido, quien con un falso amor rasgó su pecho, quien se ha gozado en verle escarnecido, quien á su raza arrebató el derecho... ¡Y la sangre hizo un charco en el boscaje; y, sobre su cristal sin transparencia, reprodujo la faz de aquel salvaje como si hubiese sido una conciencia! CUADRO FINAL Juan Santos Alaualpa lanzó el grito de rebelión : crujieron las caljañas. Su voz, repercutiendo en lo infinito, era la libertad de las montañas. Tal fué el derrumbamiento portentoso de una sobre otra raza... Hecho un coloso, él, Apú-Inca, que en el campo abierto, se rubricó de heroicas cicatrices, supo en la lucha desplomarse muerto como un árbol hachado en las raíces. Y cumplió su deseo, y murió ufano; que, on las montañas á su empuje estrechas^ él, antes de morir, tuvo en su mano todas las tribus como un haz de fiecluiH. 19 w w Y/ w Vx w w >^ >^ V V^ V M/ V V V V V ANTE LAS RUINAS F'arece que estoy viendo sobre las crestas de uoa montaña un tem[)lo incaico en ruinas, que el Sol en oro y en sangro baña : y, al verlos escombrados despojos de ese templo que un día ostentó en sus altares dioses cuajados de pedrería, imagino, en mis sueños, que un Inca llega solemnemente, pone el cetro en mi mano, con su diadema ciñe mi frente, cuelga sobre mis hombros su manto regio y en el oído me dice así : — Poeta. Mira tu templo. ¡Tarde has nacido! Yo he visitado un día la ciudad vieja de Guatemala que en ruinas sobrevive. Por sus tortuosas calles resbala, en las noches, la sombra del arrogante Pedro Aivarado, y aún se oye el ruido de las espuelas del gran soldado. He creído, en mis sueños, que él me ceñía con su coraza como si me ciñese con su caricia toda una raza; y me besaba luego paternalmente y en el oído mi- li.iblaba así : — Poeta. Tu ciudad mira. ¡ Tarde has nari ■• ¡Oh las ruinas incaicas y coloni:iles! ¡Oh viejas ruinas! Mis versos solamente son rosas Irescas y purpurinas (|iic (loiecen iii medio de los peñascos y los escombros... Incas : | colg.id el tnanlo de vuestra pompa sobre mis h'imbí' '^ ' AATf: LAS RLfAAS 27« ConquislatJorcs : ¡ dadme ceñir la cota sobre mi pocho! Yo soy dennos y de oíros : elactual molde me viene estrecho... Hnsayaré algún día las epopeyas de las dos razas; y cuando en mis estrofas fuljan los palios y las corazas, volverán las dos sombras a hablarme entonces en el oído y me dirán : — Poeta. ¡ Chanta el Pasado ; que ú eso hasnacido ! ^ ^ ^ ^ ^ ^ í^ ^ ^ é/f® @f^ ^"^ üt^ fflf^ ^"ÍS @f% ü© w5 PIELES ROJAS Sobre la pampa ruedan presagios de clarines. Brinca una mancha informe contra la inmensidad dijérase una nube que crece en los conGnes y crece... crece... crece... como una tempestad. Es en el horizonte : flota en la raya leve del llano en que se juntan el verde y el azul. Un grupo de centauros resalla al fin : se mueve entre una polvareda como entre un fino tul. El grupo avanza á escape, con épicos fragores ; y coimán, entre tanto, la trémula extensión clarines primitivos y parches tronadores con onomatopcyas de bárbara canción. En fugitivos potros, intrépidos salvajes se acercan. La llanura conmuévese á sus pies. Huracanado viento les chafa los plumajes y oblicuo Sol les dora la lanza y el pavés. Sobie ol tcn)blor de pánico en la llanura vasta, avíspanse los potros al grito del clarín, PIELES ROJAS 281 reliiiclian orgullosos del timbre de su casta y juegan con los dedos que se hunden en su crin. Guando se acerca el grupo, se miran en las lanzas decapitadas testas de insultativa faz, con gestos en que vibran enérgicas venganzas y cabelleras dadas al ábrego fugaz... Se ve una lanza, entonces, que hasta los cielos crece la del que viene avante con preferente roí. El Sol cae en su punta; y así es C(')mo parece que la primera lanza trae ensartado al Sol. y^/M^ y*,^*^ y^i*^ ^ftS ^ttlS ^fiSL :!fiS& J&'ÍSí jftíSi. LO QUE DICEN LOS CLARINES Los clarines suenan trémulos... IjOS clarines suenan lánguidos... Sus acordes brotan suaves, sus murmullos brotan densos y sus gritos brotan ásperos... ¡ Los clarines suenan roncos! ¡Los clarines suenan trágicos! Se dijera que las notas de los épicos clarines son los aves de la raza, son las voces del pa>ado; se dijera que las notas de los épicos clarines vienen, llenas de penumbras y misterios y milagros, de países muy distantes y de tiempos muy lejanos... Tales fueron los clarines españoles, tales fueron los clarines españoles que sonaron en las cumbres luminosas y en los l(')l)regos barrancos, en el linceo de las cóncavas guaridas y en los picos de los Andes solil;irios, cu las pampas indolentes, en los líos encrespados. LO Q LE DICL'A LOS CLAfl/AES 2S3 CU las selvas lujuriosas, en los valles, en las cuestas, en las cumbres y en los ¡Los clarines suenan roncos! [páramos.. I Los clarines suenan trái^icos ! Yá pasaron las historias que eran cuentos de heroisino, las audacias que eran timbres, los ensueños (¡uc eran [lauí'os, los arranques imperiosos de la raza primitiva : yá pasaron... yá pasaron... yá pasaron... Y lo lloran los clarines con acentos desgarrados, entumidos todos ellos, cual si lueseu grandes pájaros que volviesen con las alas abatidas y los picos llenos siempre de tristezas en el fondo de sus canlus... ¡ Oh los pájaros de bronce que volaron y volaron y volaron, por las tierras no sabidas, por los iriares no explorados, por los iimndos atractivos del misterio, por los cielos tentadores del encanto; y, al fin viejos y gastados, vuelven llenos de nostalgias y suspiros y cansancios, á decirles á los hijos la epopeya de los padres y á gritarles que los timbres y los lauros yá pasaron pai-a siempre... yá pasaron para siempre... yá pasaron... ! Los clarines suenan trémulos... Los clai'ines suenan lánijuidos... 28'i ALMA AMÉRICA En las noches polvorientas y azuladas del verano, la retreta de las plazas señoriales insinúa los perfiles de pretéritos soldados; porque evoca, sobre un fondo de atarnbores palpitantes de entusiasmo, á los gritos de los épicos clarines, que unas veces suenan roncos y otras veces sucnaij las figuras sugestivas [lánguidos, y los gestos legendarios, que colmaran los asombros y gastaran las proezas, de Balboas y Corteses y Valdivias y Pizarros.. Así el puei)lo que se goza, en las noches del verano, con las músicas vibrantes de las líricas retretas, siente en su alma repentinos arrebatos y apetitos de aventuras y deseos de otra vida y ambiciones de otro espacio, cual se asoman en su nido los polkíelos de los cóndores temblando cada vez que, por encima de sus débiles cabezas, invitándoles al vuelo, pasa un viento huracanado... ¡Es el viento huracanado de la gloria, el que ruge por encima délas plazas! Viento áspero, viento lieiuhido de fragores es el viento que desatan los clarines en el vuelo de sus cautos : viento heroico qnc desdobla las banderas y estremece las panoplias y sacude los penachos y resuena en las vacias armaduras, como un soplo de esperanza que viniese del pasado... ¡Los clarines suenan roncos! ! Lus clarines suenan Irdijicos I LO QUE DICEN LOS CLARINES 1HT, En las noches nebulosas del invierno, pensativos los soldados se estremecen en la sombra de los lúgubres cuarteles, cual fantasmas de otros siglos que sacuden el sudai-io, y á la hora del silencio, cuando el sueño roza el párpado, en sus lechos se acurrucan, mientras pasa por encima una voz de clarín larga que se pierde en el espacio... [Cómo suena tristemente la voz de ese clarín, llena de ternuras y de espasmos I ¡Cómo evoca los alertas... los alertas prolongados... en las noches inefables de las vísperas solemnes, entre el frío de los cielos y el reposo de los campos! ¡ Cómo trae á la memoria los pi'cstigios yá borrados, los orgullos yá caídos en el alma, los ensueños yá marchitos en la raza para siempre, los encantos yá sepultos en el fondo de la vida, los delirios de grandeza yá sin alas, los sangrientos desengaños!... ¿ Kstos eran los clarines que sonaban con un júbilo radiante de belígeros presagios : los clarines que anunciaban epopeyas y pasaban por debajo de triunfales arquerías, en desfiles fragorosos, con la escolta de tres siglos y entre vítores y aplausos ? ¿Estos eran...;' ¿Estos eran...? Hoy apenas con gemidos siempre largos, siempre largos, cuando tocan el silencio de las noches militares, resucitan el milagro de las clásicas figuras y los gestos fabulosos [barón... que en la historia se acabaron para siempre... se uca- 286 ALMA A M F. ¡{ I C A I. OS clarines suenan trémulos... Los clarines suenan lánguidos... Un clarín dice las cosas nunca muertas del pasado : — ¡ Oh ambiciones resonantes que atronaban las alturas ! ¡Oh proezas de cien timbres! ¡Oh heroísmos de cien l.iuios! !''ii el alma de los nietos de los héroes españoles hay tres siglos de entusiasmo... — Un clarín dice las cosas del presente solitario : — ¡Oh tristezas infinitas de las razas insepultas! ¡Oh l'atigas sin remedio de los músculos gastados! En v\ alma de los nietos de ios hí'rocs españoles hay tres siglos de cansancio... — Un clarín dice su pena y otro dice su arrebato, unos rugen y otros gimen, unos gritan esperanzas y otros lloran desengaños; y es así cómd en las músicas marciales, con sus notas siempre llenas de nerviosos sobresaltos, que parece que llegai-an de países muy distantes y de tiempos muy lejanos, unas veces los clarines suenan roncos y otras veces los clarines suenan lánguidos... EL SALTO DEL TEQUENDAMA La quietud del lago, la emoción del río y la indiferencia de las altas nieves ponen viejas notas en los nuevos himnos : no la catarata, brindis fabuloso, brindis nunca oído, brindis resonante de un millón de copas que las cumbres vuelcan sobre los abismos. Es la nota única, es la nota nueva, que los primitivos no copiaron nunca .. no copiaron nunca... dentro de la clásica onomatopeya de sus cantos líricos. Una vez, en medio de una selva virgen, intenté en mis versos traducir los ritmos de un canto salvaje (de un canto salvaje que me ha perseguido obstinadamente días y semanas y meses y siglos); y cuando afanoso imité los ríos 288 ALMA AMÉU/CA y fingí el jolgorio de las hojarascas y ensayé gorjeos y aprendí rugidos, hallé todo inútil, porque tales ritmos eran diferentes... eran diferentes... de los que yo oía dentro de mí mismo. Hasta que, de pronto, (¡Salve, Tequendama, gran maestro mío!) contemplé y á un tiempo escuché el prodigio con que el Tequendama brinca en la sonora taza de un abismo, como si en el fondo la Naturaleza juntase sus manos para recibirlo... El i'io se arrastra por los laberintos de rocas peladas que enseñan los puños y roncas cavernas de cóncavos gritos, bajo la arquería de las verdes frondas que encorvadamente tiemblan sobre el líquido : es como un paseo solemne y tranquilo, con blandos murmullos que se desenvuelven en conversaciones llenas de suspiros. I'^ río se arrastra... se arrastra... se arrastra... sin otros ruidos que los de una cola que resbala apenas, [antiguo, majestuosamente, sobre las allbmbras de un palac: Súbito, las aguas sienten un vahído, EL SALIÓ ÚEL TEQUENDAMA 280 ua presagio, un soplo de misterio y sombra, hálito de fieras, hálito de abismos; y, cobardemente, con el mudo asombro que sintiese un niño, ensanchan sus ril)as, ahondan su cauce y forman un charco que yace tranquilo, bajo cien espumas todas inocentes como las sonrisas de un ángel dormido... Plácida apariencia la que tiene el río, dentro del estuche de cincuenta rocas en que sonriendo se detiene tímido; porcjue ve que pronto se abrirá la caja fúnebre y entonces, lleno de martirio, tiene aquel instante que es como el instante, siempre decisivo, en que toda el alma se recoge y piensa antes de sentirse valerosamente dentro del peligro... Y las aguas corren... corren siempre... corren... Y en el elocuente cuadro del suicidio, entre las crispadas rocas que lo estrechan, se retuerce el río y da un latigazo de cólera al aire [pico... como una serpiente que un cóndor sacude prendida en el Y tiembla la caja de música, tiembla con temblor eterno desde el alto pino de la embocadura hasta la palmera del fondo del nicho, los peñascos tiemblan, las neblinas tiemblan tiemblan los chispazos, tiemblan los ruidos; 290 ALMA AMERICA y es así, por eso, cómo se dijese rjue misericordia, que riiisoricordia, bajo aquella mole, piden los abismos.. Neblinas, neblinas, neblinas corno hechas de largos suspiros, se elevan del fondo y envuelven la mole, tejiendo un sudario muy leve y muy lino. Al mirar los copos de espuma, á manera de seda en ovillos, que el río en su salto destuerce y alarga como una madeja de lánguidos giros, se piensa que el genio de aquellas regiones, con dedos artísticos, en vez de hacer gasas, va haciendo en el fondo [lino, neblinas que suben tejiendo un sudario muy leve y luu^ A veces un rayo de Sol cae en meilio de aquel laberinto de nieblas y espumas, cual si alguien quisiese tocar las melenas de un monstruo con una varilla de Y el Sol se abre paso... [vidrio... Toca el fondo mismo; y un gran arco-iris... dos... tres... bullen, saltan, desprenden del fondo sus trémulos círculos y al Sol van saliendo, como mariposas (jue abrieran sus alas de siete colores dentro del abismo. Y otra vez las nieblas sobre las espumas... Y otra vez el rayo de lu/. sutilísimo... Y otra vez los iris. . Y otra vez las nieblas [inünito!.. sobre las espumas... ¡Cien veces... mil veces... hasta U> Dijerase á rattK«; que, en un desposorio de dioses antiguos, EL SALTO DEL T E Q U E N D A M A 2'.)1 el Sallo es un ramo de blancas espumas alado con cintas de siete colores en medio de un no. . Y el bosíjuc, bajando desde las alturas hasta los abismos, es un cesto en donde se juntan las plantas de todos los climas : palmeras y pinos; y así es cómo el Salto, que cae en el fondo del cesto florido, está recorriendo monótonamente, [siglos... monótonamente, las cuatro estaciones por todos los Ya ahora... ya ahora, traduzco en mis versos (¡Salve Tequendama, gran maestro mío!) traduzco en mis versos el canto salvaje, el canlo salvaje que me ha perseguido obstinadamente días y semanas y meses y siglos; y copio la nota (jue los primitivos no copiaron nunca... no copiaron nunca... dentro de la clásica onomalopeya de sus cantos líricos... EL TESORO DE LOS INCAS H.Tce tiempo que en tina ciudad incaica (no injporta el nombir pensando cu ia sentencia que elernanjente lleva en f-í el hombre, por entre l;íiitas ruinas, en que dibuja rasgos de oro la sierpe y el lagarto de bronce medra y hay como un coro de pájaros nocturnos y las arañas tejen enredos como si los tejicen manos nerviosas de Unos dedos, escuché unos murmullos — hondos murmullos — que de repente llenaron mis oidos, como si fueran los de una fuente : eran vf>ces del agua, notas vibrantes de lluvia y riego, llaulu como de risa, brindis de alegre desasosiego... Entonces, blandí un hacha; separó á tajos yedras y espinas; y penetré, buscando la fuente oculta bajo esas ruinas. Di en el suelo : hice brecha; y, en lo profundo de aquella rola hendidura, oí un rui4 El cliontal rundido .... '>(') Brazo de conqiiisla'lor . . .■>8 Las minas de Polusi ... 59 La Tierra del Fuego ... GO El Estrecho ile Magalla- nes 61 Seno de reina ()2 Evangcleida H'-i Canto al Magdalena ... 79 Avatar 8S Trij)tico heroico 89 La caoba '.'2 El amor de las selvas . . 93 El maíz 95 Las orquídeas 96 La pina 97 El añil 98 La elegía del órgano. . . 99 El sueño del boa 105 El sueño del caimán . . . 106 El sueño del cóndor . . . 107 Lautaro 108 La tristeza del cuadruma- no 115 El sinsonle 1 ! " doo índice Idilio tropical . . . La mafíiiolia. . . . Los cocuyos .... Sensación de olor . La visión del cóndor La muerte del boga La voz del bosque . El adiós de los emigrantes El mediodía en el istmo El cóndor ciego . . . La danta sorprendida. A una dama española El guacamayo .... Pomme de Ierre . . . Bajando la cuesta . . El árbol bueno. . . . Ciudad fundada . . , Piel de puma .... Égloga tropical . , . El ala del ñandú. . . En la Armeria real. . Gahuide La cabeza de Gonzalo La ñusta Sensación de calor. . La frase de Cortés . . La muerte del bisonlo Las dos rayas .... La tristeza del Inca . La quena La ultima coya . . . La noche de los Andes 118 121 122 123 126 127 128 131 132 133 135 136 139 140 141 14't l'i5 151 152 154 155 160 161 162 171 174 175 176 177 180 181 182 La balada del lago. . . . 183 El palacio délos Virreyes. 186 Alameda colonial 189 La Tapada 190 Tríptico criollo 197 Campesina costarricense . 200 Ciudad moderna 201 Los amores de Cortés . . 207 El alma del ¡)ayadur. . . 208 La muerte de Pizarro. . . 216 Pies limeños 217 Momia incaica 218 La espada del Virrey. . . 222 El paseo de aguas .... 223 Añoranza 224 La amada del Virrey. . . 226 Ciudad colonial 227 Pandereta 234 Ciudad vieja 236 La iguana 237 El elegió del quetzal. . . 238 Elegía tropical 239 Las cuatro estaciones . . 241 Ciudad conqiiisladn . . . 2'i4 La musa fuerte 252 El derrumbamiento . . . 253 Ante las ruinas 278 Pieles rojas 2S0 Lo que dicen los clarines. 282 El salto del To(iuendaina. 287 El tesoro de los Incas . . 2')2 El alma primitiva .... 295 19034. — PariB. Imprenta do la V-' do C. HOUHET. — 10-33. LIBRERÍA DE LA V «^^ DE CH. BOURET 23, RÜE VISCONTI PARÍS BIBLIOTECA L I LIP UT Tamaño 0,11X0,08 Acuña (Manuel). Poesías escogidas. Almafuerte (P. B. Palacios). Obras. Tomo l^ — Tomo 2«. Altamirano. Noche de Navidad. Antología de jóvenes poetas mexi- canos. Arboleda (Julio). Lira selecta. Arólas (Juan). Poesías varias. Avellaneda (Gómez de). Poesías escogidas. Bar ALT (Rafael M.). Madrigales y sonetos. LIBRERÍA DE LA V " ' DE CII. BOURET liKcoT'KR (Gustavo). Leyendas. — Rimas completas. Bkllo (Andrés). Poesías escocidas. Bolívar. Páginas literarias. Calderón de la Barga. Poesías juve- niles. Camfoamor. Doloras. — Humoradas. — Poemas. Cervantes. La Qitanilla. Chocano (José Santos). Poesías se- lectas. Darío (Rubén). Azul. — /Marti Poeta. — Poesías épicas. — Poesías líricas. Ksi»RONCEDA (J. de). Canciones y Rimas. Fí(.Auo(M. José do Lai-ra). Artículos. LIBRERÍA DE LA V '' ^ DE CU. BOLRKT FLOREs(ManuelM.). Poesías selectas. Fray Luis de León. Poesías selectas. González Martínez. Poemas. Gragían (Baltasar). Aforismos. Heredia (J. M.). Poesías líricas. LuGONES (Leopoldo). El libro fiel. Martí (S.). Madre América Mata (Andrés). Poesías escogidas. Mejores cartas de amor (Ins). — coplas españolas (las). — cuentos uruguayos (los). MoRATÍN. Poesías. NÁjera (G.). Cuaresmas del Duque Job. Napoleón. Pensamientos. Olmí:uo (J.-J.). Poesías selectas. Palma (ilicardo). La Limeña. Pardo (Felipe). El Perü y otros poemas. LIBRERÍA DE LA V^^ DE CH. BOURET Pardo (Francisco G.). Versos esco- gidos. Pesado (Joaquín). Musa mexicana. Peza (Juan de Dios). Poemas selectos. Placido (Gabriel). Musa Cubana. Prada (M. González). Poesías selec- tas. QuEVEDo (F'"'' de). Musa satírica. Quintana (Manuel José). Odas. Rodó (J.-E.). Parábolas. Edición de lujo, papel Alfa. Santa Teresa de Jesús. Poesías. Sierra (Justo). Cuentos escogidos. Urbina (LuisG.). Poesías escogidas. Varona (E. José). Cervantes-Hugo- Emerson. Velarde (José). Poesías líricas. Verdagüer (Jacinto). Poesías líricas. Librería dé la ¥<)« de ch. boüret 23, RUÉ VISCONTI PARÍS BIBLIOTECA DE POETAS AMERICANOS Acusa (M.)- Poesías. Edición aumeniada. 1 t. 12 {con relralo). Altamirano. Rimas (Idilios). 1 t. 12 [con retrato). Arguello. Ojo y alma. 1 t. 12. Bkllo (Andrés . Poesías originales. 1 t. 12 {con retrato). Carpió (Manuel). Poesías. 1 t. 12. CAnRASouiLLA-M.u,i..íKi.\.). El jardín de cristal. 1 t. 12. CoNTRERAS. Toisón. 1 t. 12. CiiocANo (J.). Alma América. 1 t. 12. — Cantos del Pacifico, l t. 12 {con retrato). Dakío (Rubén). Prosas profanas y otros poemas. 1 t. 12. — Cantos de vida y esperanza, i t. 12 (con retntio). EsvRONCi.in. Obras poéticas. Edición anotada. 1 t. 12. Flores (.M.V Pasionarias. 1 t. 12 [con retrato/. — Poesías inéditas. 1 t. 12. FoNToiHA Xavier. — Poesías escogidas, traducidas por José Sanks Chocano. García Torres. Flores de amor. 1 t. 12 {con retrato). ISAZA. Antología colombiana. 2 t. 12. Mármol (.loáü;. Obras poéticas y dramáticas. 1 t. 12. Martínez Alomia. Nieves. 1 t. 12. íNXjera Gutiérrkz. Poesías. 2 t. 12 {con retrato). Ñervo (Amado). Perlas negras. Místicas. Voces. I t. 12 — Poemas. 1 t. 12. Olaguibel (M. de). Canciones de Bohemia. 1 t. 12. Palma (R.). Armonías, libro do un desterrado. 1 t. 12. Pardo (Felipe . Poesías. 1 t. 12 Icon retrato). PÉREZ Y CuRis El poema de los besos. 1 t. 13 {ton retrato). Peza (J. do Dios). Cantos del hogar. 1 t. 12 {con láminas). PiMENTEL Coronel (M.). Vislumbres. 1 t. 12. Pláciüo (G. de la G. VaMós). Poesías. 1 t. 12. Rebolledo (E.). Joyeles. 1 t. 1-J (n,ft retrato). Santa María Mavier). Poesías escogidas. 1 t. 12. Tablada (J.-J.). Florilegio. 1 t. 12 Itoíi retrato). BIBLIOTECA DE LOS NOVELISTAS BOUBET Bi,kst-Gana. La aiitraética en el amor. 2 t. 12. — El idfial de un calavera. 2 1. 12. — Martin Rivas. 2 1. 12. — El pago de las deudas, i t. 12. — Primer amor. 1 1. 12. — La Fascinación. 1 t. 12. Casteiia (l'~3 Ctí •s CJ O e Ctí «lí ü o n o a O University of Toronfo Library DO NOT REMOVE THE CARD FROM THIS POCKET Acmé Library Card Pocket LOWE-MARTIN CO. UMITBD